Conflicto
De Navarra a la guerra de Ucrania: los 38 refugiados ya están en casa
Las 38 personas refugiadas que decidieron regresar a Ucrania desde Navarra la madrugada del 10 de abril se encuentran a salvo tras 72 horas de viaje. Hoy tratan de retomar la vida cotidiana en sus casas, en mitad de una guerra que lleva tres meses

Publicado el 29/05/2022 a las 06:00
Repeinado. Raya a un lado y sonrisa al otro. Artur, 8 años, está algo nervioso. Acaba de nacer su primo y va a ir al hospital a conocerle. Es el primer bebé en la familia tras el inicio de la invasión rusa en Ucrania. Por eso está inquieto. No por el nacimiento, sino por la cotidianidad que parece envolver Ternópil, su ciudad. La vida más allá de la guerra crece muy lentamente. Y así se lo recuerdan a diario los dos lienzos sin enmarcar que decoran el comedor de su casa, a su espalda: fresas, moras, cerezas, globos de colores...
Han pasado tres meses de la huida a vida o muerte que emprendieron Artur y otros millones de niños, mujeres, ancianos y adolescentes ucranianos. Entonces, cuando escaparon, eran “otras” personas. Eran miedo, incertidumbre, soledad, coraje. Artur tuvo que dejar atrás a su padre, que se quedó para combatir en las milicias. También tuvo que abandonar a parte de su familia, a profesores, amigos, el colegio, las rutinas, la vida. Demasiados acontecimientos en tan corta edad. Por ello, para celebrar la vuelta a la vida, el pequeño se ha abrochado la camisa del día especial y se ha peinado con raya a un lado y sonrisa al otro. Su madre, a su derecha, se ha pintado los labios de rojo y ha ido a la peluquería. Y su padre, a la izquierda, se ha anudado una corbata negra, a juego con el vestido de su mujer. Negro sobre comisuras tensionadas. Miradas que parecen apagadas. El reloj de la pared marca las 16.35 horas. Antes de salir de casa, se hacen un selfi y mandan la fotografía a Fernando González y Olena Melnychuk, su familia de acogida en Navarra durante las semanas que consiguieron escapar del mismo infierno.
DESPEDIDA, EN SOLEDAD
Artur y su madre forman parte del primer grupo de refugiados ucranianos que decidió regresar a casa la madrugada del 10 de abril. Se fueron -manifestaron entonces a Diario de Navarra- porque aquí no lograron adaptarse, no se sentían útiles. Y sin trabajo, sin dinero, sin idioma, sin raíces a las que aferrarse, no quedó otra opción que volver. “No queremos que nuestros hijos crezcan alejados de sus padres”, explicaban esta semana desde la comunidad ucraniana asentada en Navarra, temiendo también que los próximos dos años prohiban la salida del país de los hombres mayores de 18 años para que trabajen en la reconstrucción.
La cuenta atrás de este regreso comenzó a las cuatro y media en el polígono Plazaola de Berrioplano y terminó 72 horas después en Ucrania. Minutos antes de partir, en medio de la oscuridad, Sofiia jugaba con una muñeca entre maletas acumuladas, mientras Miroslava observaba envuelta en una manta y sus madres hablaban por teléfono. Allí se encontraba el alcalde de Arano, Joxean Ruiz, tirando de los maletones de Marina e hija, la misma que se cubría bajo la manta. “Qué importante es ayudar”, reflexionaba Ruiz. Se respiraba dolor y soledad en este rincón de Navarra. Solo familias de acogida y voluntarias de la ONG Segunda Familia se acercaron a arropar a los refugiados en su despedida. Nadie más.

Fue al subir al vehículo de Autobuses Urederra (empresa solidaria de estos viajes) cuando fluyeron las emociones. Al volante se turnaban dos chóferes, dos hermanos, Mario y Paulo Pinto. En la segunda fila se acomodaron Inna con su bebé, David, y a su derecha su hija mayor, Sofiia. Un asiento por detrás, Marina y Miroslava, y al final del pasillo se ubicaron Artur (8) y Milana (3) con sus madres, Eslava y Mariana. Al sentir el rugido del motor y escuchar el cierre de las puertas, se entrecortaron las respiraciones. Artur no pudo más y lloró. Eran las cinco y media. Sus ojos, azules y rojos, mandaron un mensaje de agradecimiento desde la portada de este periódico. “La mayoría de las personas que huye de Ucrania lo hace con la intención de volver. A la mayoría les resulta muy costoso encontrar un trabajo sin el idioma”, explica Uxue Apezteguía Agorreta, voluntaria y responsable de este primer viaje con refugiados. “Sienten que les mantienen y lo consideran humillante. Allí tenían sus vidas, sus trabajos. No quieren depender de nadie”.
“¿HACEMOS BIEN?”
Fueron 48 horas hasta Polonia y 24 más hasta casa. “Es muy duro ser refugiado, no conocer un idioma, perder las raíces, la familia... y ver la guerra que sufre tu propio país por televisión, con tu marido e hijos mayores combatiendo”, confesaban antes de partir. Marchaban ilusionadas y atemorizadas a la vez, porque temían haberse equivocado al tomar esta decisión. “¿Estamos haciendo bien? ¿Habremos tomado la decisión correcta?” , susurraron en algún momento a las voluntarias, a Macu, Leticia Ruiz y Valentyna Golovia (ambas enfermeras), que también iban en el autobús.
El silencio de las dos primeras horas estalló en dorado con los rayos del amanecer. Al otro lado de las ventanillas, la naturaleza parecía lanzar un guiño: el azul raso del cielo cubría un telar amarillo de colza. Los pequeños no tardaron en despertar y las voluntarias se hicieron cargo para que sus madres pudieran recuperar fuerzas: jugaban, pintaban... Los entretenían como podían. David, el bebé, pasaba de brazos en brazos. Comieron unos bocadillos en ruta y pararon solo lo necesario para ir al servicio. Debían llegar a tiempo a la Estación Oeste de Varsovia para recoger a un nuevo grupo procedente de las zonas más castigas por la guerra. Uxue se preguntaba cómo los encontraría psicológicamente. El primer día de periplo, el autobús apagó el motor a las 22.30 horas en un hotel de carretera de Kaiserslautern (suroeste de Alemania). A la mañana siguiente, a las 7.30 horas, reanudaron la marcha. “Gracias por vuestra ayuda. No sabemos qué habríamos hecho nosotros en vuestro lugar”, esgrimían constantemente. Al llegar a Varsovia, los refugiados bajaron y tomaron las riendas de su propio camino.

EL TERCER VIAJE
Era el tercer viaje de Uxue a la frontera desde que comenzó la guerra. En esta ocasión, los rostros a los que se enfrentaron las voluntarias de Segunda Familia eran diferentes a los del 10 de marzo. “En la primera expedición nos encontramos expresiones tristes, miradas profundas, gestos de preocupación por la gente que dejaban atrás y por lo que se iban a encontrar... Muy pocos sabían adónde se dirigían”, recuerda. “Por el contrario, ahora, a pesar de haber sufrido en mayor medida la guerra y los asedios, los refugiados han venido más relajados. Quizá gracias a la ayuda de los intermediarios que tenemos en Polonia. Llegaban informados”.
En cualquier caso, los miedos se solapaban dentro de esta huida hacia Navarra. En el autobús viajaban, por ejemplo, una niña de año y medio, enferma del riñón, y su madre, que había dejado en Ucrania a un hijo y al marido combatiendo. “Muchos son de Chernigov de donde vienen nuestros hijos e hijas en verano”, recalca Uxue, suspirando porque en algún momento le gustaría llegar hasta el corazón de esta zona roja devastada donde aún quedan cincuenta de estos pequeños. Después de tres viajes, la voluntaria asegura que se encuentra mejor de ánimo. “’No veo la misma necesidad que al principio. Ahora tenemos que volcarnos con Polonia. Los he visto desbordados”.
Pero la guerra en Ucrania continúa. El número de refugiados y desplazados ha seguido aumentando hasta alcanzar los 14 millones, más de la cuarta parte de su población. En Mariúpol, la falta de agua potable, las lluvias y la descomposición de los cuerpos de las víctimas del conflicto amenazan con que se generen epidemias. La virulencia de la invasión ha impactado de lleno en la economía mundial, principalmente en el aumento de los precios de la energía y de los alimentos. La organización Oxfam prevé que 263 millones de personas caigan en la pobreza extrema este año.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, cargó contra Rusia acusando a Putin de “usar el hambre y los cereales para ejercer el poder”, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria global. Los puertos en el mar Negro llevan bloqueados y más de 20 millones de toneladas de granos han quedado en almacenes. La campaña militar rusa ha entrado en su “fase más activa”, confirmó el portavoz del ministerio de Defensa ucranio, Oleksander Motuziansk. Horas antes, el ministro de Exteriores Dimitro Kuleba consideró que “la ofensiva rusa en el Dombás es una batalla sin piedad, la mayor en suelo europeo desde la II Guerra Mundial”.
EN LEOTARDOS AMARILLOS
En este contexto, mientras en Davos se reunían los líderes de 194 países, las 38 madres que habían salido con sus hijos desde Navarra afrontaban una decisión clave: ¿cruzar la frontera o permanecer en Polonia? Marina y su hija Miroslava, la niña que se envolvía con una manta en el polígono industrial de Berrioplano, decidieron no aventurarse y se quedaron en casa de unos amigos “hasta que se alejen las hostilidades en nuestra ciudad Zaporiyia”, escribieron esta semana.
Las historias se encadenaban en la frontera. Artur, Milana y sus madres decidieron continuar. Durmieron en un asentamiento preparado para refugiados en Varsovia y al día siguiente, temprano, subieron a un autobús que les llevó directamente a Ternópil. Fueron otras diez horas de viaje.
Aunque Inna no lo tenía del todo claro cuando pisó con sus dos pequeños la estación de autobuses en Varsovia, encontrarse tan cerca le animó a intentarlo. Un amigo acudió a recogerles a las seis de la mañana a la habitación en la que pasaron la noche en Varsovia y les acompañó hasta la frontera. Inna vistió a David con leotardos amarillos y chaqueta azul. Ycruzaron. En el puesto fronterizo los retuvieron tres horas para revisar documentos. Así fue con todos. Luego subieron a un autobús y siguieron hasta la región de Volyn, donde les esperaba su marido. Recostada en la ventanilla, agotada y esperanzada, sacó el móvil e hizo una fotografía: un paisaje interminable de campos amarillos de colza y un cielo azul arañado por nubes blancas. Dos horas después, se bajaron del autobús y continuaron en coche otras cinco horas hasta Kiev. Esta vez estaban los cuatro juntos. A las diez de la noche, por fin, abrieron la puerta de casa.
Fernando González: “Al encontrarse con los padres pidieron salir a la calle y jugar”
En marzo, los rusos quisieron demostrar que en Ucrania no hay lugar seguro. Y para conseguirlo, bombardearon una base militar en la frontera de Polonia, muy cerca de Ternópil, la ciudad en la que nacieron Artur y su madre, Eslava, amiga de Olena Melnychuk, mujer de Fernando González. “Al sentir las explosiones, se asustaron mucho y salieron de su país”, explica González. “Viajamos a Bélgica y las recogimos y gracias a Segunda Familia lo planificamos todo”. En Navarra se quedaron dos meses. “Pero los niños echaban mucho de menos a sus padres y ellas a sus maridos. Han hecho un viaje de vuelta muy duro pero bastante bueno. Han tardado tres días desde Navarra”, sigue contando. “Al entrar en su país y encontrarse con sus maridos, después de dos meses, experimentaron un golpe de emociones. Estaban vivos y estaban juntos, era lo único que importaba. Son gente muy sencilla. Los maridos no podían salir porque forman parte de las milicias de defensa. Cuando ellas estuvieron con nosotros en casa estaban todo el día conectadas a la guerra, viviéndolo con incertidumbre. Una vez que comprobaron que los combates se alejaron al este, decidieron regresar”.
La última vez que los padres de Artur (8 años) y Milana (3) hablaron con Olena le confesaron que habían visto un gran cambio en positivo en la actitud de sus hijos. “Más altos y con un comportamiento más social. Estaban muy contentos. Es la primera vez en su vidas que pedían a sus padres salir a la calle y jugar o prepararles una pizza. Eran muy introvertidos y aquí se han soltado, sobre todo Artur, que es un niño muy bueno, muy tímido”. Fernando asegura que han encontrado bien su ciudad. No han sufrido bombardeos de momento. Todas la semanas conectan por videollamada. “Buenos días Fernando”, le dedican los niños al verle. “Están muy contentos de haber vuelto. Y esto nos tranquiliza a todos. Estamos sufriendo esta guerra muy de cerca. La madre de mi mujer es mayor y está floja del corazón. Allí tenemos muchos amigos... Navarra lo está viviendo con especial intensidad y está demostrando que es tierra de acogida”.