Aunque nieve en el Pirineo, no hay tantos días de temperatura extrema

Con el tiempo sucede como tantas otras cosas no sujetas a la exactitud de la lógica y sí a múltiples variables que deshacen expectativas. Dice Jesús María Barace, alcalde y regente de un supermercado y estanco en Isaba, que “no hay invierno igual” y que tan pronto es seco -véase el actual, próximo a mudar- como extiende un denso manto de nieve en el valle de Roncal. “Desde la perspectiva de un sitio donde hay extremos de temperaturas es normal lo que está ocurriendo”, razona con una invitación a la calma y a la huida de augurios funestos. Más allá de la intensidad de las precipitaciones, que en pueblos abrazados a los Pirineos se traduce en nieve, lo que parece una evidencia que no escapa a sus ojos ni a los de sus vecinos es la práctica ausencia de días prolongados con temperaturas que hacen tiritar el cuerpo. Para todo alcalde de un pueblo de la montaña, el invierno incorpora la preocupación de disponer de los medios adecuados con antelación a la amenaza de obturación de calles con un temporal de nieve. Ahora bien, sin la prolongación de días helados -como los que el propio Jesús María Berace contemplada de niño con el termómetro enquistado en 20 grados bajo cero- las arterias de piedra que surcan un pueblo de postal son más fáciles de limpiar. “No hacen las temperaturas que hacía antes”, sentencia. “Si nieva mucho y hay bajas temperaturas -explica en su reflexión-, las calles se congelan” y la nieve tarda en desaparecer. Lo contrario, como pasaba con mayor frecuencia en décadas pasadas, “genera complicaciones para las personas mayores”. Jesús María Barace, alcalde de Isaba, en el negocio que regenta en la localidad. | JESÚS GARZARON En el recodo de la venta de Juan Pito, que fue siempre oasis de salvación en travesías pesadas, Julián Gavás Martínez da fe de la subida de la temperatura, aunque recela del descenso de las precipitaciones que advierten los investigadores en estudios. “Las precipitaciones -asegura- se mantienen. La temperatura no”. La duda que asoma en su reflexión es si la ausencia de nieve en un invierno seco, que en unos días cambiará, es fruto del cambio climático o más bien obedece a un ciclo, que provoca la repetición de fenómenos ambientales con una periodicidad irregular. Julián Gavás Martínez, en la Venta de Juan Pito. | JESÚS GARZARON “Que haya un invierno sin nieve o poca nieve no es cambio climático”, aclara David Elustondo, profesor del laboratorio de Calidad Ambiental y estudioso del Cambio Climático en la Universidad de Navarra y partícipe en la elaboración de 'El Cambio Climático en los Pirineos: impactos, vulnerabilidades y adaptación', coordinado por el Observatorio Pirenaico de Cambio Climático (OPCC). “Cuando se habla de cambio climático -indica- se habla de períodos de ciclos de 30 años. No se puede atribuir al cambio climático lo que ocurre en un año. Ahora bien, desde que hay registros de temperaturas, los 17 años más cálidos han sido los últimos. Es una tendencia”. En otras palabras, en una aplicación de esa progresión a los Pirineos, si se compara la época actual con el comportamiento del tiempo hace 40 años puede adivinarse una alteración: “Los años con poca nieve son más ahora que antes”. Lo que los investigadores están advirtiendo, a partir de la recogida de muestras y sus análisis, es que las zonas pirenaicas, como los valles de Roncal o Salazar, por ejemplo, pueden encontrarse “en 15 o 20 años con 5,6 o 7 inviernos sin nieve o poca nieve”. Ese aumento de frecuencia es lo que da soporte al llamado cambio climático. “LA MONTAÑA SUFRE” ¿Qué es lo que ocurre con la montaña, como los Pirineos, para que se haya encendido la luz de alerta? Pues que son “zonas muy sensibles”, señala Elustondo, cuyas aportaciones al informe del cambio climático en los Pirineos ha estado centrado en el proyecto denominado 'Replim, de lagos y turberas'. Como aprecia, en las cordilleras, como Los Alpes o los Cárpatos, es donde el aumento de los niveles de temperatura va a ser más acusado. “Por su propia dinámica, las zonas montañosas van a sufrir mucho”, augura. En las elucubraciones que pueda realizar y opiniones, como la esgrimida esta misma semana en un artículo de opinión en este periódico, no repara en otra cosa que no sean los datos aportados por el informe de los Pirineos, dado a conocer en noviembre en Zaragoza.“Las conclusiones del estudio resultan, como poco, inquietantes, ya que muestran un incremento de 1,2 grados de temperatura en los últimos 50 años, un 30% más que el observado a nivel mundial en el mismo periodo (0,85 grados). Además, la precipitación ha descendido alrededor de un 2,5% por década, en especial en la vertiente sur del Pirineo y el manto de nieve ha disminuido de manera significativa. Esto ha hecho que la mitad de los glaciares pirenaicos hayan desaparecido”. Si el pasado confirma la tendencia del cambio climático, el futuro que se dibuja acentúa la sensación de inquietud en la comunidad científica. Su preocupación se traduce en una llamada a la adopción de medidas políticas y a una implicación social en acciones concretas que atenúen la dinámica pesimista. En la zona de La Contienda, en Larra-Belagua, un grupo de escolares practicaba el miércoles por la mañana esquí de fondo. | JESÚS GARZARON “Las previsiones para los próximos años no son nada optimistas -como señaló en su escrito David Elustondo- , ya que se espera que las temperaturas máximas aumenten de 1,3 a 4 grados en 2050 y de 1,9 a 7,1 a final de siglo. Esto llevará a la pérdida del 50% del espesor de nieve y a la práctica desaparición de los glaciares de montaña; se incrementará el riesgo de incendios y la probabilidad de fenómenos meteorológicos extremos, así como las olas de calor y frío, sequías prolongadas o lluvias intensas”. Amaia Mozo Munduate, directora de la Campaña Escolar de Esquí de Fondo en Isaba, apela a la misma necesidad de conciencia social que la comunidad científica. “Se está viendo que los cultivos se tienen que adaptar a las alturas. Hay que mentalizarse que hay que actuar”, señala con cordura. Con todo, no obvia una realidad del pasado para explicar la ausencia de precipitaciones de semanas atrás, que, por las previsiones meteorológicas, tiende a cambiar con inminencia. “Hablando estos días con los monitores -señala- recuerdan que hace unos cuantos años hubo que esquiar en La Contienda durante ocho de las diez semanas que duraba entonces la campaña. Hay memoria de inviernos secos. En la memoria colectiva queda la trashumancia que hubo de adelantarse por la sequía que había en invierno”. El panorama descrito para el futuro supone, bajo su criterio, un desafío en la adaptación de la Campaña Escolar al nuevo panorama que pueda desencadenarse. “Lo que nos corresponde es hacer una reflexión a futuro para mantener esta campaña. Igual no acaba siendo una campaña de esquí al 100%. Igual hay que pensar en otro atractivo para mantener la Semana”. José María Barace no comparte las visiones “catastróficas de futuro”, como las que puedan derivarse de una lectura pesimista de las asdvertencias científicas. Aunque suponga “hablar a largo plazo” en el horizonte señalado de 2050, cree que, -en una situación extrema de “ausencia radical de nieve”-, habría flexibilidad de adaptación “de la campaña de nieve en una campaña medioambiental”. Sea como fuere, “a 30 años vista”, un Ayuntamiento como el de Isaba no puede pensar a largo plazo cuando lo que prima es “el día a día”, señala con sensatez y sentido práctico. En esa dinámica cotidiana, un pueblo de 300 residentes en invierno y 1.500 en verano, fía su economía en buena parte al aluvión de escolares y turistas que fluye principalmente en ambas estaciones del año. “¿Si hay un cambio climático y nos está perjudicando de manera contundente?”, se pregunta el primer edil. “No”, se responde con contundencia. Sara Osés Vega, asistente durante seis años a la Semana Blanca como educadora en Tierra Estella, no duda del beneficio que aporta para los menores a los que acompaña el formato actual en un entorno envidiable. A una pregunta lanzada con rapidez y sin tiempo para mayor reflexión, cree que se ha producido “una ligera disminución de nieve” en los últimos años. Sin que sirva de precedente por la evolución del tiempo de los próximos días y de las semanas sucesivas en que los copos caerán con intensidad, esta semana pasada acompañó a sus alumnos en el viaje de “una hora de ida y otra de vuelta” desde la estación de esquí de Abodi, en Salazar (23 kilómetros de pistas. Altitud de 1.520 metros), hasta El Ferial y La Contienda, en Larra-Belagua (21,8 kilómetros. Altitud 1.680-1.720metros). La razón del desplazamiento fue la ausencia del principal aporte en Abodi para esquiar: la nieve. Andoni Adot Carretero, monitor en la estación salacenca, da fe del aumento de temperatura en los Pirineos, con la singularidad que distingue a la cordillera como zona de “contrastes” acusados. “Aquí, los veranos son calurosos y los inviernos, fríos”, expone de forma clara. Es posible que en los últimos años esas diferencias sean más acentuadas, opina. Amaia Mozo Munduate, Andoni Adot Carretero y Sara Osés Vega. | JESÚS GARZARON EL VALOR DE 'LA CONTIENDA' El propio monitor de esquí, de Ochagavía, se interroga sobre la veracidad de la sentencia tantas veces escuchada de los mayores: “¡Ya no nieva como antes!”. “En los años 90 hubo bajón de nieve, es cierto. Pero luego ha habido años increíbles. El año pasado fue un ejemplo de ello”, expone. En cuestión de memoria de las variables que se han producido en los últimos inviernos, Ana Lusarreta -directora de Roncalia Larra-Belagua- es voz autorizada. La sequía que ha podido ser característica desde finales de octubre no concede a la actual temporada rango de distinción. “En el año 1988 hubo que retrasar el inicio de la campaña. No había nieve. En el 90 se debió suspender. Esa situación se nos dio hace dos años, pero en cambio el último fue bueno en nivación”, expone como diferencia en el comportamiento del tiempo. Ana Lusarreta, acodada en una barandilla del complejo de El Ferial, de Roncalia Larra-Belagua. | JESÚS GARZARON “Es variable”, añade. “Yo he conocido el 1 de marzo estar a 24 grados bajo cero” en Larra-Belagua. Ocurrió en 2005. “Estuvimos esquiando en la Mata de Haya. Se congeló el gas del camping”, rememora. El repaso de memoria descubre épocas de inicio de la campaña escolar en La Contienda, a 1.700 metros, para concluir en la Mata de Haya en abril, al inicio del puerto. Eso ha ocurrido varios años”. La ausencia de precipitaciones desde octubre ha generado una consecuencia irremediable: “Hemos perdido el 50% de esta temporada. Los puentes de diciembre y navidades son importantes para atraer a turistas. Es algo irrecuperable, por mucha nieve que nos venga ahora. En marzo la gente cambia de chip. La calidad de la nieve en marzo y abril no es la misma”. De lo que pueda ocurrir en un futuro, como de lo que ha sucedido este año, Ana Lusarreta no se atreve a realizar pronósticos como tampoco a ofrecer una explicación concluyente “sin poder cotejar estadísticas”. “¿Qué nieve menos que antes? ¿Que este año no haya nevado tanto por el calentamiento? No lo sé. Habría que hacer comparativas y ver los datos fiables”, se responde con buen juicio. Con todo, al menos, para la Semana Blanca, Roncalia Larra-Belagua guarda un tesoro, que en momentos de dificultad es una alternativa de garantías para el propio entorno como también para Abodi, como ha sucedido estas dos últimas semanas pasadas. “La Contienda -dice la directora de Roncalia- está a algo más de 1.700 metros. Está abrigada. Creo que tiene un microclima”. El miércoles por la mañana, Ángel Luis de Miguel, quien fuera alcalde de Isaba con 30 años como monitor, se deslizaba sobre los esquís por este rincón de nieve perenne en invierno. “Aquí cae un palmo de nieve en noviembre y tenemos asegurada la nieve. Hoy -por el propio miércoles- tendremos a unos 400 niños esquiando en La Contienda, con los que han venido de Abodi”, precisaba. Cuando “no existía la riqueza de la nieve”, en referencia velada a la bendición que para la economía local ha supuesto la explotación del bien natural, las nevadas comenzaban a ser acusadas en noviembre. Entonces, -“muy antiguamente”- la economía descansaba en la evolución del primer sector. Una nevada era sinónimo de impedimento en el sostén de su propia actividad para ganaderos y almadieros. Cierto es que hubo años esporádicos de subir el ganado en febrero al monte, lo que era más bien una circunstancia atípica dentro de la dinámica habitual de veto de entrada a cualquier animal que dictaba el rigor invernal. Si se apela “a la memoria de los antiguos”, lo ocurrido hasta la fecha este año puede entenderse como parte “de un ciclo que se repite”. La creencia particular de Ángel Luis de Miguel es que “sí hay cambio” en el clima. De lo que pueda suceder en un futuro, el tiempo tendrá la última palabra. Ahora bien, por de pronto, los investigadores han vuelto a alzar la voz y no es la primera vez que apelan a la responsabilidad individual y colectiva. Los Pirineos lo merecen. EN CIFRAS 2013 Año de las predicciones que emitió el Observatorio Pirenaico del Cambio Climático, en su encuentro de 150 expertos que celebró ese año en Pamplona. Entonces -(ver el gráfico adjunto)- se apuntaron una serie de consecuencias del cambio climático en Navarra en 2050. 100 científicos españoles, franceses y andorranos han participado en un informe actualizado: El Cambio Climático en los Pirineos: impactos, vulnerabilidades y adaptación, coordinado por el Observatorio Pirenaico de Cambio Climático (OPCC)”. 1,2º de aumento de temperatura “en los últimos 50 años” en los Pirineos. Supone “un 30% más que el observado a nivel mundial en el mismo período (0,85 grados). Además, la precipitación ha descendido alrededor de un 2,5% por década, en especial en la vertiente sur del Pirineo y el manto de nieve ha disminuido de manera significativa. Esto ha hecho que la mitad de los glaciares pirenaicos hayan desaparecido” (David Elustondo, profesor de la Universidad de Navarra e investigador del proyecto Replim). 1,3-4º aumento de la temperatura para 2050 y “de 1,9 a 7,1 a final de siglo. Esto llevará a la pérdida del 50% del espesor de nieve y a la práctica desaparición de los glaciares de montaña; se incrementará el riesgo de incendios y la probabilidad de fenómenos meteorológicos extremos, así como las olas de calor y frío, sequías prolongadas o lluvias intensas” (David Elustondo). 10 desafíos en los Pirineos: “preparar a la población ante los extremos climáticos, reforzar la seguridad ante los riesgos naturales y acompañar a la población ante las sequías”. La nómina de retos se completa con la propuesta de “asegurar la calidad de las aguas, mantener el atractivo turístico del Pirineo, enfrentarse a los cambios en la productividad y calidad de los cultivos, prever los cambios irreversibles en el paisaje y la posible pérdida de biodiversidad, adaptarse a los desequilibrios entre oferta y demanda energética y hacer frente a la propagación de plagas”.

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