"Para
2035, no habrá casi ningún
país pobre en el mundo". La afirmación sorprendió a propios y extraños. A comienzos de año, los
filántropos Bill y Melinda Gates auguraban a través de una
carta abierta este particular futuro. En la misiva, llamaban a combatir lo que ellos consideran "tres
mitos": que los
países pobres están condenados a seguir siendo pobres, que la ayuda (humanitaria) exterior es un gran gasto y que salvar vidas conduce a la
superpoblación.
Pese a que la afirmación se refería de forma específica a que no habrá ningún Estado tan pobre como los 35 países que el
Banco Mundial califica hoy en día como de
bajos ingresos, aún teniendo en cuenta la inflación los datos del
continente africano ofrecen conclusiones para todos los gustos. En la actualidad, alrededor de
400 millones de africanos -aproximadamente el 40% de la población total- viven todavía con
menos de 1,25 dólares al día.
Esa sería la
cruz del continente. La
cara es que
23 países han alcanzado ya el estatus de Estados de
ingresos 'medianos', una categoría donde la
renta per capita es de 1.000 dólares o superior. Mientras, las
reservas naturales continúan bendiciendo a Gobiernos como los de Sudán, República Democrática del Congo o Zimbabue; aunque, eso sí,
riqueza no implica
reparto equitativo.
No obstante, es cierto que, en los últimos tiempos,
emprendedores continentales como la senegalesa
Magatte Wade ya apelan por la desaparición de la denostada "
piedad de mierda". En este sentido, la autora no lamenta el buen hacer de las
ONG (nadie duda de ello), sino la
actitud condescendiente hacia los "pobres". Un exceso de "cuidados" y "
sobreprotección" que, dice, tan solo es una
nueva forma de racismo.
Por ello, para
Wolfgang Fengler, analista del Banco Mundial, la "nueva" ayuda humanitaria debe centrarse en el
diseño de programas que ayuden a los Estados africanos a
gestionar sus recursos de manera
eficiente, sobre todo, si desean llegar a los más desfavorecidos. Y para ello, según el experto, es necesario un cambio de tendencia.
En primer lugar, se debería reconocer y celebrar la
desaparición del viejo
paradigma Norte-Sur. Además, la ayuda debe centrarse vez más en transferencias de conocimientos en lugar de dinero. Y por último, para que estos países no se queden estancados es necesario dedicar
inversiones a innovación, incluso en los sectores tradicionales. Así, de la construcción de lo que llama "monumentos" -escuelas, clínicas y carreteras-, habría que pasar a la mejora de la "sala de máquinas", el sistema a través del cual se realiza la prestación de
educación, salud y transporte.
Con todo, los
Gates recordaban en su carta, entre otros datos, que siete de las 10 economías de más
rápido crecimiento del pasado lustro se encuentran en África. "No dejes que nadie te diga que
África está peor de lo que era hace 50 años", apuntaba el conocido matrimonio.
En 2008, por ejemplo, el
gasto de la clase media ya configuraba una cuarta parte (680.000 millones de dólares) del Producto Interior Bruto (PIB) continental. Para 2030, la cifra podría alcanzar los 2.2 billones, aunque apenas llegará a alcanzar un 3% del
consumo mundial.
UNA CLASE MEDIA SINGULAR
La
lógica del monedero, sin embargo, demuestra que el concepto de clase media africana utilizado por los 'think tanks' resulta demasiado
optimista. Como muestra un botón: si eleváramos esta cuota a entre los 15 y 20 dólares diarios, dicho colectivo se situaría en los 120 millones de personas, apenas un 10% del total.
Pese a ello, que nadie se engañe,
dinero hay en el sistema. Y mucho. A comienzos de abril, una noticia salpicaba la actualidad de
Nigeria: el país africano se convertía en la primera economía regional, sobrepasando a
Sudáfrica, con un PIB anual de 510.000 millones de dólares.
El anuncio se producía tras
modificar el sistema de medición del Producto Interior Bruto, al tener ahora en cuenta
sectores pujantes como las telecomunicaciones o la industria local del cine, de los más vistos en todo el continente.
Pero, aunque el
crecimiento económico de Nigeria es cada vez mayor, "la proporción de nigerianos que viven de forma
mísera también va en aumento", reconoce el jefe del organismo, Yemi Kale.
La
paradoja es evidente. En la actualidad, según el Servicio Nacional de Estadísticas, cerca del 69% de la
población (112 millones de personas) vive en el país africano por debajo del
índice de la pobreza y una cuarta parte se encuentra
desempleada. Y aquí, la geografía es notable.
En este sentido, la
crisis se muestra más evidente en el
norte del país. Por ejemplo, en el Estado de
Sokoto el 81,2% de sus residentes viven con menos de un dólar al día. Mientras, en el sureño
Osun lo han de hacer con menos de la mitad, el 38%.
"Dinero hay en el continente", apunta el analista local
Matthew Anekwe. "Otra cosa es cómo se esté aprovechando por los gobiernos locales", añade en tono inquisitivo.
Como afirma
Léonce Ndikumana, profesor de Económicas en la Universidad de Massachusetts y exdirector de investigación del Banco Africano de Desarrollo, la
fuga de capitales en el África Subsahariana durante el periodo 1970-2008 ascendió a 770.000 millones de dólares, y eso teniendo en cuenta la inflación.
Hablamos de una cantidad que representa cerca del
80% del PIB de la región en ese período. Y así, el fin de la pobreza en 2035 puede esperar.
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