Carlos Bassas: "Una frontera física se puede romper; una emocional, jamás"

“Hay agujeros de los que es imposible salir”, “la bondad es inútil, una carga”, “el tiempo no sana nada, solo lo matiza”, “la gente como nosotros no somos más que parásitos que se alimentan de las sobras de otros”, “la pobreza es contagiosa”, “la miseria se hereda”... La última novela de Carlos Bassas del Rey, Sinántropos, obliga a tomar aire varias veces conforme su lectura adentra en el barrio marginal al que regresa Corto, un chaval de veintipocos años que lo abandonó una década antes por una traición. Odio, miedo, soledad y culpa desfilan por las páginas en la historia de una derrota que es Sinántropos y que es también la de una amistad rota tejida entre calles sucias e ilusiones imposibles. Y la de una voz que suena a venganza. Hay quien reivindica la novela negra como el altavoz de denuncia social. En Sinántropos no hay denuncia. Hay autores que consideran importante que la novela negra sea un género de denuncia social y otros, entre los que me incluyo, para quienes la denuncia social no tiene por qué ser un componente esencial de este género. No es una obligación ni ética, ni moral, ni dramática o narrativa. Sí es cierto que hay novela negra con tendencia a estar ambientada en lugares marginales, y lógicamente existe una exposición descriptiva de esa marginalidad, de esos barrios situados en el extrarradio de las grandes ciudades. Como en Sinántropos. Sí. Ambiento la aventura de mis personajes en esa marginalidad, sin moralizar, para que cada cual saque conclusiones. Y es que creo que, cuando utilizas el género única y exclusivamente como una vía de denuncia social, acabas siendo excesivamente moralizante, aleccionador. Rehúyo de la novela temática, la escrita desde un tema -marginalidad, trata, prostitución, sicariato, narcotráfico...-: como tu objetivo es denunciar algo concreto, la novela acaba plagada de lo que denomino wikipárrafos, páginas enteras en las que denuncias de forma evidente, directa y explícita el tema, lo que va en detrimento del ritmo narrativo y del interés de la historia. El tema debe surgir de la historia, no al revés. ¿Y cuál fue su inquietud aquí? Siempre elijo un estado de ánimo general para mi personaje: rabia, odio, nostalgia, soledad... Y necesito tenerlo muy claro antes de empezar a construir el personaje. En Justo, era una nostalgia cabreada; en Soledad, un dolor mezclado con la rabia, y en el caso de Corto hay una rabia, una tristeza, una soledad latentes. Es un chaval que a los 14 años se ha sentido traicionado por todo su entorno, traición que ha condicionado su vida. Y cuando cree que ha logrado dejarlo atrás, sucede algo que le hace darse cuenta de que cargas con ciertas cosas vayas donde vayas: tu memoria, tu pasado. Corto fue derrotado por primera vez con 14 años y es derrotado de nuevo cuando cree haber dejado todo eso y, sin embargo, debe regresar a su barrio diez años después. Y esa derrota le crea una rabia incontrolable. ¿Pero qué es la derrota? Ese momento de la vida en el que se produce una ruptura emocional: respecto a los padres y muchas veces también respecto a los amigos. Es como si terminara una etapa de la vida y comenzara la siguiente. Primero, la rotura de la amistad de la adolescencia que has creído para siempre, por temas como el despertar del deseo sexual, el amor, el egoísmo, los distintos intereses que a partir de esa edad empiezas a desarrollar y que chocan de manera frontal con el grupo, siendo consciente de que debes dejarlo atrás para prosperar. Y respecto a los padres, porque sucede algo que hace que les dejemos de ver como los héroes que creíamos que eran y los veamos como seres imperfectos, que no lo saben todo, que cometen errores. El barrio en el que se desarrolla la novela es un microuniverso, con grupos, jefes, quienes apoyan a unos y a otros, quienes están en medio; donde hay violencia, miedo... ¿Siguen existiendo? Existían en los ochenta y en los noventa y siguen existiendo en los 2000. ¿Cómo es este? Construido en los márgenes, como tantos otros, para que los políticos tuvieran la conciencia tranquila de que habían hecho algo por los más pobres. Surgían muchas veces a golpe de promesa política, se construían a una velocidad increíble, generalmente con elementos de construcción precarios pero que a los alcaldes permitía decir que habían sacado de la marginalidad poblados chabolistas o que habían dotado de servicios a los más pobres. Parece que, si has nacido ahí, no saldrás nunca. Estos barrios jamás surgían integrados en las ciudades. Los políticos los construían siempre separados, a veces por solo una calle de dos metros de ancho que se convertía en un muro infranqueable. Si has nacido en el lado equivocado de la sociedad, albergas la esperanza de escapar de ese sumidero, pero en el fondo te acabas dando cuenta de que es imposible, no porque no tengas la capacidad de hacerlo, sino porque el resto de la sociedad te lo va a impedir. El mundo está lleno de fronteras invisibles más infranqueables que las físicas, más que un muro de hormigón. Es más, cuando una frontera es física, puedes saltarla, echarla abajo, romperla; pero cuando es emocional, intelectual... jamás lograrás destruirla. ¿Es Sinántropos una novela de desesperanza? Creo que sí, y también de mucha soledad. Una de las partes que más me interesa de la novela es la relación de Corto con su madre, una relación de silencios. No tienen nada que decirse y no se comunican verbalmente hasta prácticamente el final de la novela. Regresa él al hogar de infancia porque no tiene dónde caerse muerto y regresa a esa madre porque está en el hogar, pero ya no tiene la ligazón emocional con ella cuando la mujer sí que anhela el regreso. Y a lo largo de toda la novela, una voz que acompaña al protagonista, que no es la conciencia, sino algo terrorífico que aniquila cualquier destello de no hacer el mal. Esa voz es un personaje más y despierta en el interior de Corto en el momento emocional en el que es consciente de ese pasado que ha logrado contener durante años, y se rompe. Estoy convencido de que todos cargamos con esa voz dentro. De hecho, creo que todos tenemos varias voces interiores que determinan muchas cosas: la conciencia, la memoria, nuestro centro de mando de toma de decisiones emocional... Y hay una batalla constante entre la parte racional y la emocional, ambas con el mismo peso. Tenemos una máquina que probablemente sea la más perfecta del universo, el cerebro, pero tiene siempre dos timoneles a bordo, y es una lucha constante.

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