Desde la solana
Alumnado más y mejor conocido

- Román Felones
Los que nos hemos dedicado al mundo de la educación, sobre todo en el ámbito de la enseñanza primaria o secundaria, nos hemos topado a veces con alumnos o alumnas distintos, que nos dejaban a veces perplejos. Su listeza, agudeza de juicio, privilegiada memoria o desparpajo, además de sorprendernos, nos obligaban a buscar fórmulas para retener su atención, incentivarlos adecuadamente, y hacer que su estancia en las aulas no fuera para ellos un tormento, sino un acicate. Porque, a veces, estas cualidades convivían con una personalidad difícil, una timidez excesiva, una tendencia al repliegue en sí mismos, o bromas incluso crueles del resto de sus compañeros de clase.
Cuando la semana pasada pasé por la tienda de publicaciones del Gobierno de Navarra en la calle Navas de Tolosa -cosa que recomiendo hacer de vez en cuando-, y vi un libro titulado Modelo de intervención con el alumnado de altas capacidades en Navarra, volví a recordar algunas experiencias personales vividas a lo largo de mi vida profesional, y me dispuse a echarle una ojeada. Pero anteayer, este periódico me liberó en parte de dicha tarea. Un estupendo reportaje de Iñigo González, periodista curtido y especializado en temas educativos, nos presentaba en una doble página una panorámica bien trabajada del tema: un buen resumen de los contenidos, unos consejos básicos para las familias, y un apunte personal que comparto, titulado “Nos necesitan”. Poco puedo añadir, pero me atrevería a hacer algunas consideraciones.
Desde mi experiencia personal, una de las características para calificar un buen sistema educativo es cómo tiene resueltos el acompañamiento y aprendizaje de los dos grupos de alumnos que plantean más dificultades: los que no llegan a la media y los que la exceden. En general, la tendencia ha sido preocuparse especialmente por los primeros por dos razones: porque son más abundantes y generan más problemas al sistema, y porque se supone que los segundos pueden salir adelante por sus propios medios. Pero ha llegado el momento de hacer un esfuerzo también por éstos, porque son más de los que parecen a primera vista y merecen nuestra atención específica, ellos y sus familias.
Aunque este tipo de alumnado lo hayamos conocido desde siempre, no es fácil definir qué son las “altas capacidades”, término hoy utilizado para englobarlo. La Orden Foral que regula en Navarra la atención a la diversidad es de 2008 y lo define así: “aquel que presenta necesidades educativas por desajuste en los objetivos y contenidos del curso que le corresponde por edad cronológica debido a su alta capacidad intelectual, o la adquisición temprana de algunos aprendizajes, contar con habilidades específicas o creatividad elevada en algunas áreas (artística, musical, matemática, verbal, etc.) unido, en su caso, a una gran motivación por su aprendizaje”.
Señalemos algunas cifras que mueven al optimismo. Hoy, gracias al esfuerzo de las familias, el profesorado y la administración, a través del Centro de Recursos de Educación Especial de Navarra (CREENA) tenemos detectados en Navarra 1.035 alumnos, cuando hace siete años eran solo 289. Esto supone un 1,05% del total. Disponemos también de un modelo de intervención, el presentado en el libro que comentamos, que ha sido enviado a todos los centros educativos como pauta de actuación. Y existe una sensibilidad creciente en familias, docentes y la propia administración.
Pero debemos ser ambiciosos. Se estima que el número real de alumnos con altas capacidades puede estar en torno al 2%, es decir que todavía nos queda un 50% sin detectar, sobre todo chicas, que hoy son un número claramente inferior. Y junto a eso, debemos hacer un esfuerzo para sensibilizar al profesorado, elemento clave en la detección.
Enhorabuena a las autoras del estudio, al CREENA, y al departamento de Educación. Y gracias al autor del reportaje por darnos a conocer tan bien un tema que nos afecta a todos.
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