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Pamplona Negra

Juanfer Briones: “Dibujar permite exorcizar un montón de fantasmas”

El ilustrador valenciano imparte el 29 de mayo el último taller de Pamplona Negra, cómic para jóvenes, a quienes “a veces se les olvida que también pueden contar historias dibujando”

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Juanfer Briones: “Dibujar permite exorcizar un montón de fantasmas”
    Actualizado el 21/05/2021 a las 06:00
    Juanfer Briones rondaba la mayoría de edad cuando sintió la pulsión de trasladar a cómic las emociones que le producía una de sus canciones favoritas de los británicos The Clash. Eran comienzos de los ochenta y ya no se separó de este género. Briones (Valencia, 1964) llega a Pamplona Negra el último día del festival, el 29 de mayo, para impartir un taller para jóvenes que anualmente le llevan a institutos, bibliotecas, centros culturales... De sus participantes en Pamplona espera que lleguen “sin complejos” y que salgan “con el veneno del cómic bien clavado para convertirse luego en autores”.

    ¿Hasta qué punto hay que saber dibujar para estar en su taller?
    A veces los chavales se ponen una presión excesiva con el dibujo e intento quitárselo de la cabeza: no es un curso de dibujo, sino de acercamiento a contar historias con dibujos, que es otra cosa. La pulsión de contar historias la tenemos todos, los chavales más, que tienen mucho que contar. Hacen trap, vídeo, tik tok, YouTube... mil cosas, y en ocasiones se les olvida que también pueden dibujar y contar historias dibujando. Así que lo primero es ayudarles a sacar las historias que tienen dentro e intentar que lo hagan con dibujos y texto. Leen poco, cómics tampoco demasiado, y por eso se polarizan entre quien lee a Mortadelo y Filemón, algo estupendo pero que parece del Pleistoceno, y quien lee manga y anime japonés muy posicionado. Intento ayudar a esas dos formas de expresión a explicar cómo narrar historias con esas dos formas de cómic diferentes para que cada uno sea capaz de generar su propia historia, el diseño de personajes, cómo se mueve la expresión, los planos que se pueden dibujar para contar la historia... Trabajan todo el rato con el papel y el lápiz. El taller tiene una parte enormemente creativa. El centro son ellos.
    ¿Recuerda la primera historia que contó de este modo?
    Sí. Tendría 17 o 18 años: con una canción que me gustaba mucho de The Clash, The guns of Brixton, tuve la compulsión de pasar a cómic todas las ideas que me sugería. Fue el punto de partida.
    ¿Dibujaba bien?
    Había dibujado siempre, pero en aquel momento obviamente no podía dibujar bien. De tan joven puedes hacerlo si eres un maestro, que los hay, pero no era mi caso. No me considero un artista. Soy un artesano. Trabajo muchas horas dibujando para intentar mejorar y tampoco ahora me considero buen dibujante [ríe].
    Así ya va a quitar a los chavales la presión que se ponen...
    Lo que más me importa es que cuenten una historia que funcione, y para que eso ocurra hay que respetar una serie de códigos. El dibujo es una manera de enfocarlo, pero no quiero que esto les preocupe porque con el tiempo lo pueden mejorar. Lo que sí deben aprender cuanto antes es el lenguaje, y es el objetivo: que aprendan el lenguaje mínimo necesario para que cuando su dibujo vaya mejorando, si es necesario también que vaya haciéndolo, les ayude a contar mejor las historias que quieren.
    ¿Hay algo básico con lo que deba contar un participante y que usted vea que, sin eso, mejor intente otra cosa?
    Lo principal que debe traer al taller son ganas. Ganas de aprender. Y tener esa pulsión de decir: “Me gustaría dibujar cómics”.
    ¿Como cuando se dejó llevar con aquella canción?
    Claro. En aquellos momentos la posibilidad de dibujar una película o un corto era escasa y el cómic te permitía ser tu propio director, jefe de producción, guionista...
    ¿Qué supone para usted plasmar de este modo una historia sobre el papel? Se lo pregunto por tratar de inocular a los jóvenes el veneno del cómic.
    Esa es la idea: envenenar a los chavales. Deben ser lectores potenciales, y para eso está bien que primero se hayan lanzado a la piscina porque lo valorarán mejor. No pueden ser solo un consumidor: deben ser parte del proceso. Dibujar es una terapia que te permite exorcizar un montón de fantasmas. Además, una forma de comunicarte con un montón de gente a un nivel que no habrías sido capaz de verbalizar con palabras. La cuestión es que, mediante un guion, un plano, un dibujo... y no mediante frustración, saquen de dentro todo lo que quieren contar y que les ayude además a mejorar, ya que tienes la necesidad de que el otro entienda mejor tu historia y para eso tienes que dibujar mejor, enfocar mejor lo que quieres decir, escoger mejor las palabras que incluyes en el cómic... Es muy importante a nivel de crecimiento personal.
    No lo hubiera pensado como terapia...
    La palabra frustración parece negativa, pero es la posibilidad de exteriorizar de una forma sencilla tus sentimientos a través del cómic, y es maravilloso tener esa posibilidad. Porque no te acercas a un desconocido y le cuentas una historia, pero sí le permites que lea un cómic tuyo, una historieta tuya, y a nivel comunicativo eso tiene un valor brutal. Ahora mismo una de las partes que más me agradan es cuando voy a un salón de cómic y alguien me dice que se leyó uno de mis cómics y que le encantó tal escena en la que le contaba tal cosa. En ese momento te das cuenta de que la comunicación se realizó: alguien externo ha sido capaz de interpretar lo que tú querías contar.
    Detective privado: libertad creativa ante el policía

    La primera referencia a una agencia de detectives en Pamplona es de 1914: Agencia Comercial Administrativa, en el número 16 de la calle Lindachiquía. “Y hablamos de agencia reconocida, lo que no significa que no hubiera un detective anterior”, explica el periodista catalán José Luis Ibáñez, quizás el mayor estudioso de la primera parte de esta profesión en España y que plasmó en Todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe. “El problema al intentar identificar detectives de entonces es que muchos no se inscribía en registros ni se publicitaban en medios de comunicación, con lo cual cuesta mucho seguirles la pista”, añade Ibáñez, que imparte el miércoles el taller Cómo perfilar un buen detective.
    Fue una figura que surgió con el esplendor del liberalismo, final del XIX y comienzo del XX. Ibáñez salta hasta los años cincuenta. “La policía”, cuenta, “podía ser o mala o tonta, salvo honrosas excepciones, y así existía un abanico desde Lestrade, el inspector de las novelas de Sherlock Holmes, a los policías corruptos de Dashiell Hammett o a los idiotas que aparecen junto a Philip Marlowe”. Pero a lo largo de la historia y dependiendo de épocas de miedo en las que el ciudadano ha necesitado sentirse protegido por el Estado, la literatura ha jugado un gran papel para ensalzar al policía y dejar al margen al detective. Así, los grandes detectives de la literatura española contemporánea aparecieron “con el optimismo de la Transición, encabezados por Carvalho”. “Responden a unas razones no solo literarias, sino también sociológicas, políticas... que al final tienen su repercusión en la literatura”.
    Y aunque hoy está desaparecido por la vuelta al miedo ante la incertidumbre, las crisis económicas y el coronavirus, crear un detective privado tiene ventajas respecto a crear un policía: no tiene jerarquía por encima ni normativas y reglamentaciones que debe seguir a rajatabla el agente, “lo que da mucha más libertad creativa al autor pese a las limitaciones legales”, al no poder investigar delitos perseguibles de oficio”, añade Ibáñez, que colabora con el Colegio de Detectives Privados de Catalunya.
    En el taller reivindicará su figura. “Tenemos en la cabeza la imagen del detective de gabardina y sombrero de los años cincuenta, sesenta y setenta, cuando todos son universitarios, muchos con dobles y triples grados. Estamos frente a una generación de detectives del siglo XXI muy bien preparada. Es una pena que no se aproveche ese caudal”. La literatura puede hacerlo.
    Taller sobre Cómo perfilar un buen detective. Martes, 25 de mayo, a las 16 horas. Precio, 20 euros. Inscripción previa en pamplonanegra.com.
    El ‘true crime’, la crónica de sucesos vista con distancia
     
    El true crime no es nuevo: el periodismo en largo o crónica de sucesos pausada se ejerce de siempre. De modo que obras publicadas hace décadas como A sangre fría, de Truman Capote, sobre el asesinato de una familia de Kansas; El adversario, de Emmanuel Carrere, la historia de quien se hizo pasar por médico de la OMS y acabó matando a su familia, o Felices como asesinos, de Gordon Burn, sobre el matrimonio británico que torturó y asesinó a varias mujeres, no dejan de ser true crime.
    También Así son, así matan, de 2002 y de los periodistas de investigación Manu Marlasca y Luis Rendueles. “Pero ahora, por cuestión de márketing, sobre todo de la televisión, el género está en auge y quizás haya una burbuja que en algún momento estalle y haga que sobrevivan los productos más elaborados”, apunta Marlasca, que imparte el taller sobre este género el martes.
    Crónica de sucesos “vista con mayor distancia que con la que se elabora la crónica diaria”, permite reposar todo y hablar con los protagonistas. Y si bien basada en la objetividad, existe una parte subjetiva: el punto de vista desde el que se abordan los hechos -la víctima o su familia, los investigadores, el asesino...-, que hace afrontar un libro así “con mucha paciencia”, al requerir una inmersión total en el caso y “exprimir al máximo” el tema elegido.
    De este modo trabajó él para Cazaré al monstruo por ti: el pederasta de Ciudad Lineal (2019), sobre el hombre que secuestró y agredió sexualmente a cinco niñas en 2014. “Yo no buscaba una exclusiva ni la gran noticia, sino el punto de vista que aún no se había dado”. Fue el de los policías que dedicaron meses de sus vidas a detener al pederasta y el de las cicatrices que la investigación dejó en ellos.
    Llegó después una “labor gigantesca” de recopilación de documentos (periodísticos, atestados policiales, sumarios judiciales... “que dan mucha más vida a una crónica periodística”), de conversaciones con los protagonistas, de visita de lugares...
    “Conocer de primera mano aquello de lo que se escribe enriquece el relato. Y si hablo de un barrio donde alguien secuestra niñas, necesito plantarme allí, ponerme en el lugar donde estaba la niña y ver entonces qué veía ella, el pederasta o los testigos; o si hablo de una investigación en la brigada de Policía Judicial necesito ver cómo son esos despachos, qué hay colgado en las paredes, por dónde pasa la gente que todos los días persigue al pederasta...”.
    “Es, al fin y al cabo, periodismo”, apunta Marlasca.
    Taller sobre Engañar desde la verdad. Cómo se escribe un true crime. Miércoles, 26 de mayo, a las 16 horas. Precio 20 euros. Inscripción previa en pamplonanegra.com
    Microrrelatos, relatos envasados al vacío

    “No debería haber ido a la mani después de ver Braveheart”. El periodista y escritor donostiarra Kerman Arzalluz guarda silencio tras haber leído su microrrelato. Sin título, como la mayoría de los doscientos que forman parte de su libro Crímenes ideales, sabe que quien no haya visto la película ambientada en la Escocia del siglo XIV queda fuera de la comprensión de este microrrelato. “Pero quien sí la haya visto seguramente ha recordado a Mel Gibson con la cara pintada de blanco y azul y arengando a una masa de cinco mil salvajes dispuestos a llevarse por delante lo que sea, de modo que puede imaginar cómo va a la mani mi personaje...”, añade Arzalluz de este texto de apenas diez palabras que ejemplifica su forma de escritura visual. Son precisamente estos textos breves los que le llevan a Pamplona Negra para impartir el Taller de microficción y humor negro: entre crímenes en euskera (lunes) y castellano (jueves).
    Está en el festival por ese libro de doscientos textos de microficción que escribió a raíz de la lectura del clásico de Max Aub Los crímenes ejemplares (1957), “muy curioso, particular, especial, con textos muy breves, todos de humor negro”. Pasado el tiempo y reflexionando con otros compañeros sobre que “un libro no se convierte en clásico por hacerte reír y pasar un buen rato sino porque tiene que tener algo más”, descubrió que Los crímenes ejemplares lo es porque “el autor te saca la risa con sus ocurrencias y critica la sociedad y las gentes de su tiempo”. “Y pensé”, sigue Arzalluz, “que sesenta años después el libro debía tener, sí o sí, una revisión urbana o contemporánea”. De este modo sumó doscientos, plagados de humor negro, de absurdo, surrealismo, de morbo... “Intento manejarme en toda la paleta de colores del humor y en todas las formas habidas y por haber de matar y morir”.
    La hiperbrevedad -“23-25 líneas me parecen hasta excesivas”- y un arranque, un mínimo desarrollo y una conclusión marcan el microrrelato o la microficción. “Es un género resbaladizo, difícil de definir porque es permeable: chupa de muchos géneros, pero no termina de ser exactamente eso de donde recoge. Puede parecerse a un chiste, pero no lo es; puede parecerse a una sentencia, a una máxima, pero no lo es; puede parecerse a una poesía, pero no lo es. Coge de muchos terrenos, y cuando finalmente está redactado, no termina de ser ninguno de ellos”.
    Lo considera un género muy difícil de trabajar porque no debe sobrar ninguna palabra. “La economía de medios es fundamental. El microrrelato es un relato envasado al vacío, hasta un nivel de depuración y de precisión enorme, tan grande que el cambio de un punto, de una coma, de una palabra, puede hacer que pierda el sentido”, advierte sobre este “muy interesante género que permite al autor exprimir el lenguaje y jugar con él”. “Suele ser una demostración de dominio del lenguaje”.
    No hay descripciones. Sí uno o dos personajes aunque jamás descritos, solo perfilados o abocetados. Con tramas mínimas -“el inicio debe ser in media res (ya con la acción transcurriendo...)”- en seis, siete u ocho líneas debe conseguirse impacto en el lector. “Como dice Ana María Shua, la reina de la microficción, debe funcionar como una bofetada: leerlo y moverte a algo, provocarte una sensación intensa”, cita a la argentina.
    Y por la dificultad que entraña, “hay que ser bastante osado para escribir microficciones. “O funciona o no, y que funcione es complicado. El autor de microrrelatos debe ser una persona ingeniosa, ocurrente, con sentido del humor, con capacidad para extraer prácticamente de la nada la de contar una historia y a la vez ser crítico; deber ser una persona con capacidad de trabajo, de síntesis y de cierto ingenio para jugar con las palabras, con los dobles sentidos, con los dobles significados, para producir algo nuevo desde el lenguaje común y las situaciones de vida comunes”.
    Arzalluz cierra con otro de sus textos de Crímenes ideales: “Que si racista, que si xenófobo. Me han dicho de todo. Mi hijo me regaló esas botas negras horribles de caña alta y punta tan dura. Solo me las puse aquel día para darle el gusto. Que aquel tipo se agachara justo delante de mí para atarse los cordones...”.
    Taller de microficción y humor negro: entre crímenes. Lunes, 24 de mayo, a las 16 horas, en euskera (10 euros); jueves, 27 de mayo, a las 16 horas, en castellano (20 euros). Inscripción previa en pamplonanegra.com
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