En el Baluarte se dan consejos para estar en silencio y en Zizur una persona evita chuches
MENOS mal que no existe aún la pistola desintegradora. Sería algo fatigoso para el director de orquesta tenerla en una mano y seguir con la batuta en la otra, o para los actores tener que esconderla en un bolsillo del pantalón. Aunque, sin duda, los que más codician el letal invento serían los melómanos y los amantes del teatro. Y del silencio.
Aaron Green, en about.com, enumeraba las diez maneras de arruinar un concierto de música clásica. A saber: comer chucherías, toser, dormirse, llevar a los niños, gritar bravo en medio de la actuación, cantar, entrar y salir cuantas veces se quiera, sacar fotos con un buen flash, llevar un videojuego y otras (como hacer ruido al pasar las páginas del programa). No consta que Green haya pasado por Navarra, pero su decálogo se sigue también aquí fielmente.
Una y otra vez en las diferentes críticas de música clásica y de teatro se señala el problema de las toses, en algunos casos de expectoraciones.
El actor José Mari Asín recuerda que interpretando el monólogo del Misterio Bufo de Darío Fo en el Teatro Gayarre sonó un móvil. Hizo que se palpaba los bolsillos y se quedó mirando al público: "Ah, no es el mío". Si no puedes con el enemigo, alíate con él, debió de pensar.
En otra ocasión estaba en Marcilla interpretando una comedia de Chris Dolan en la casa parroquial. "Después del descanso había tal cúmulo de patatas fritas que casi no nos escuchaban a los actores, es un verdadero sufrimiento", añade.
Claro, hay veces que se puede integrar en el espectáculo y hay otras que no. David Guindano Igarreta, director de la Coral de Cámara de Navarra, por ejemplo, paró un concierto de San Fermín de 2006. "Justo cuando íbamos a empezar una obra complicadísima le sonó el móvil a un señor, pero no sólo eso, es que contestó. Así que paré, me giré y esperé a poder retomar la obra", explica. "Recuerdo en otra ocasión, en un concierto que dimos en Elche, que había un hombre ¡escuchando la radio!", menciona.
El periodista, crítico teatral y gestor cultural pamplonés Víctor Iriarte se inspiró en este problema para escribir la comedia teatral ¡Chssssss!, estrenada en el Gayarre en febrero del 2005 y con el título Wheesht! en el Teatro Oran Mór de Glasgow (Reino Unido). La obra se desarrolla en una sala de cine y cuenta el conflicto entre un cinéfilo y una pareja que a su lado comenta en voz alta la película. Finalmente el cinéfilo coge una pistola y se los carga.
Esa irritación no es algo extravagante. Asín se declara muy intransigente como espectador. De hecho al cine va a las sesiones de horario intempestivo para poder disfrutar de la película. "Viendo El intercambio le grité a la persona que tenía al lado porque estaba comiendo unos barquillos, ¡unos barquillos!, y me fui al otro lado del cine", apunta.
País ruidoso
Móvil, comida y toses ocuparían el podium en el decálogo de Aaron Green. "Lo de las toses es un problema bastante general de este país", dice Esperanza Soroa, directora de comunicación del Baluarte. "España es un país muy ruidoso", apuntilla. Lo ha presenciado en el Euskalduna, el Kursaal o en Madrid... En todas partes.
En el Baluarte se da además la circunstancia de que el edificio no tiene telas en su interior, es muy brillante, sin moquetas, ni elementos que amortigüen el sonido. "Está pensado para que corra el sonido pero, claro, si cae un programa o unas llaves al suelo también lo hace", dice Soroa.
Así se producen hechos como el concierto de Orquesta Sinfónica de Odense el 23 de octubre de 2004, dirigida por Tamás Vetö. Al terminar la cuarta canción de Berlioz el director se volvió al público. El crítico de Diario de Navarra, Fernando Pérez Ollo, lo contaba así: "Sonaron algunos aplausos, despistados. Vetö los calló. Por gestos pidió al auditorio que no tosiera. Debió de advertir la incomprensión general. Echó mano al bolsillo, sacó el pañuelo y se lo introdujo en la boca. Inútil. Siguieron las toses. Como si lo hubiera dicho en húngaro, su lengua materna, o en danés (nacionalidad del tenor danés Poul Eling)".
Es un tema de educación o conocimiento. "A todos nos puede dar una tos, pero pones un pañuelo o una mano en la boca y amortiguas el ruido", expone Soroa. "La gente no es consciente de lo que molesta", asegura, sin olvidar aún a una señora que en una ocasión se le sentó al lado con abanico, hasta ahí, correcto, no pasa nada, si no fuera por la cantidad de pulseras que entrechocaban una y otra vez en su muñeca. Desquiciante.
Uno de los conciertos más aciagos del Baluarte fue el de la violinista Sarah Chang y la English Orchestra, el 20 de octubre de 2007. Según cuentan las críticas y las cartas de los lectores hubo toses -tres por compás en el adagio de Bartók-, un hombre que roncaba, una azafata que sufrió un desmayó y cayó al suelo estruendosamente, una mujer que vomitó en su asiento y una operaria de limpieza del Baluarte acudió rápidamente a limpiarlo, con cubo y fregona, mientras sonaba el violín de Chang. Berlanguiano.
"Es que la gente tiene especial habilidad para toser justo en el momento en que la música es más baja, cuando más molesta. Se nota mucho la cultura musical de la gente: cuando es alta, estas cosas pasan menos", apunta Guindano.
Parar un concierto, no, pero que suene un móvil justo cuando el director va a empezar, y que éste se dé la vuelta y esperar para empezar, más de una vez le ha pasado a Florentino Briones, gerente de la Orquesa Sinfónica de Navarra. Briones ha alucinado en la reciente gira por China. "No tosía absolutamente nadie", asegura. "Aunque sí dejaban pasar a la gente durante el concierto, salían y volvían a entrar, y hablaban entre ellos", explica.
En el Baluarte también es habitual que suenen móviles, incluso con actuaciones de gran tirón como Juan Diego Flórez. Hace tres años, en un concierto de la Orquesta, sonó un móvil y su dueño contestó y se puso a hablar. "En el descanso me acerqué para decirle que no lo volviera a hacer y se enfadó conmigo, me dijo que era su hijo desde Estados Unidos y que era su cumpleaños ¡cómo no le iba a contestar!", recuerda Briones.
"Yo no noto que aquí se tosa más que en otros sitios, no me parece que el público de aquí sea especialmente malo", asegura. "Si te da la tos te da, hay algo psicológico que se pone nerviosa la gente por no toser. A mí, personalmente, me molestan más los papelitos de los caramelos", añade.
Consejos y carteles
Maite Beaumont, mezzosoprano pamplonesa afincada en Alemania, tampoco cree que sea algo propio de España. "En el escenario hay muchas cosas que no oyes cuando estás muy concentrado, puede molestar si haces un recital, un poco más íntimo, que llegue gente tarde y entre. Quizá en Alemania ocurre un poco menos, pero es cuestión de educación de educación, de habituarse", opina desde Barcelona la cantante, donde se encuentra con los ensayos de La coronación de Popea, que estrenará el Liceo el 3 de febrero.
¿Qué hacer ante esta plaga sonora? En la puerta de la Sala de Cultura de Zizur Mayor hay una persona que prohibe entrar con alimentos y se los devuelve a la salida. En el Gayarre se han reunido alguna vez para analizarlo pero de momento no han tomado ninguna medida, mientras que en el Baluarte han insertado en los programas de mano una página que, bajo el título El silencio es música, sugiere cinco consejos para que todo el mundo pueda disfrutar en silencio. Además,el último aviso por megafonía antes del comienzo de cada espectáculo pide por favor que se apaguen los móviles. Algunos, como Woody Allen el pasado 2 de enero, prohibió tajantemente que se accediera a la sala una vez iniciado el concierto.
El silencio ya no encuentra sitio ni en las iglesias. "No hay una misa en la que no suene el móvil", comenta Santos Villanueva, portavoz del Arzobispado de Pamplona. "El otro día una abuela armó la marimorena porque le sonó el móvil, que le habían puesto a la pobre mujer para controlarla, y tardó un rato en encontrarlo en el bolso", explica.
Por eso se han colgado carteles en algunas parroquias de Navarra: "Para hablar con Dios no hace falta el móvil".
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