Padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos...

Nunca había conversado con un marqués de tú a tú (o mejor dicho, ‘de mí a usted o ilustrísimo señor’). Aún menos lo había hecho mi amiga Monse, hondureña y de vacaciones por estas latitudes. En aquella pequeña república centroamericana, les suena a cuento de hadas todo lo que tenga que ver con reyes, príncipes, condes o marqueses. Pero las dos disfrutamos de su compañía y conversación durante más de dos horas la mañana de un peculiar Viernes Santo. Sucedió en una entrañable visita, con más amigos y familiares, a la casa palacio que la familia Mencos conserva en Tafalla desde hace más de cuatrocientos años. Un lujo y un privilegio sumergirnos durante ese tiempo, de la mano y entusiasmo del actual marqués de la Real Defensa, Joaquín Mencos Doussinague, por la historia, no solo de su familia, sino de Navarra, España, Europa y universal. Lo confieso: soy muy fetichista. Y me encantó pisar las mismas piedras por las que transitaron carros y carretas y que pisaron los pies algunos reyes de España. como Isabel de Farnesio, la esposa de Felipe V, el primer Borbón, cuando viajaba de Francia a Madrid tras el matrimonio por poderes que habían contraído con él. ¿Qué pensaría aquella joven en aquellas habitaciones de techos altos? ¿Cómo se imaginaría su vida de casada? Esos mismos muros hospedaron a María Amelia de Sajonia, tercera mujer de Fernando VII (¡pobre chiquilla casada con un vejestorio!) o a Alfonso XII en el siglo XIX. Pero al margen de las anécdotas históricas, la visita a la casa del marqués me hizo plantearme una pregunta que no deja de martillear mi cabeza: ¿El legado, material o inmaterial de nuestros antepasados es un honor, un privilegio o una carga, un lastre del que no podemos desprendernos, aunque lo quitamos arrancar? “Para mí es una responsabilidad ser el depositario del legado de mis antepasados”, nos confesaba Joaquín Mencos, en la visita, como también lo contó en el reciente reportaje de varias páginas en la revista ‘Hola’, cabecera de referencia del papel couché. Me emocioné al escucharle porque hablaba con tanta pasión de su padre, su abuelo, su bisabuelo, su tatarabuelo... Y de todas las mujeres que les acompañaron. “Que aguantaron al Mencos de turno”, bromeó. Algo que nos ocurre (o no) a todos. Sean nobles o seamos plebeyos. Sean ricos empresarios burgueses o pertenezcamos a la clase media o media venida a menos. Desde niña, he sentido una gran fascinación por mi familia y me encantaba trazar árboles genealógicos hasta donde pudiera llegar. Me fascinaban las historias de mis abuelos que lucharon en la guerra o sufrieron sus consecuencias. Sus hermanos heridos en el frente, que no pudieron tener descendencia o que emigraron a América en busca de un futuro mejor. De sus padres que herraban caballerías, servían en casas de ricos médicos en el Madrid de los años veinte o aprendieron a leer en la guerra de África. Siempre he pensado que cada persona de mi familia o de la tuya merece, como mínimo, ser protagonista de una novela. Por eso me gustaron tanto las historias que nos contó el marqués sobre aquellos antepasados que viajaron a Guatemala, pertenecieron a las órdenes de Malta o de Santiago. Entre la nobleza, igual que en nuestros caseríos se impone la ley del mayorazgo. La herencia (casa y tierras), para el primogénito varón. ¿Y los demás? Entraban a formar parte de órdenes religiosas, del ejército o emigraban. Hoy la situación, afortunadamente, ha cambiado. Para el resto de los hijos y, por supuesto, para las mujeres. Pero sigo intentando discernir si el legado de nuestros ancestros y no me refiero solo a las propiedades sino a las enseñanzas y afectos, no resulta a veces un regalo envenenado. Porque nos creamos unas obligaciones para no defraudar que pueden fortalecernos o debilitarnos. Depende de los casos. Yo me quedo con mi legado sentimental y el gran ejemplo de mis padres y abuelos. Como le ocurre al marqués. Como nos pasa a los plebeyos.

Padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos...

Conservar el legado material o inmaterial de nuestra familia ¿supone un orgullo o una carga?

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