Historias familiares
Los latidos de Íñigo
El pequeño falleció el martes por la mañana. Me enteré por varios ‘wasap’ que silbaron en mi móvil casi al mismo tiempo

- Sonsoles Echavarren
El pequeño Íñigo falleció el martes por la mañana. Me enteré por varios ‘wasap’ que silbaron en mi móvil casi al mismo tiempo. Su cardióloga, a la que tenía que entrevistar casualmente para una información sobre las cardiopatías; la presidenta de la asociación ‘Pequeña guerrera’ y otras personas relacionadas con la entidad me trasmitieron el peor de los mensajes: Íñigo no había salido de la UCI con vida. Entonces, pensé en su madre, Jaione, que me había adelantado la noticia de su gravedad el día anterior y me había pedido que rezara. Y en uno de esos impulsos que no se piensan mucho porque si no no se harían, busqué su nombre en mi teléfono y la llame. Con su niño aún caliente a su lado. No sé cómo me atreví pero lo hice. Me brotó, como un pálpito, como un latido en el corazón, en ese músculo que nos da la vida y que ya no seguirá contrayéndose y dilatándose en el pecho de Íñigo. Un llanto que se me clavó en lo más profundo del alma me hizo llorar con ella. “Se ha ido mi amor, mi vida. ¿Qué voy a hacer ahora?” Una interrogación retórica (o no) a la que no supe qué responder. Le mandé todo mi cariño y lo haré una y otra vez. Vayan estas líneas, Jaione, para arroparte y ofrecerte un poco de consuelo. En este momento, el más desgarrador, sin duda, de toda tu vida. Porque nadie debería ver a su niño de 7 años (ni de ninguna edad) descansando en un ataúd blanco rodeado de flores y peluches. Guapo, precioso, y con sus gafitas azules sobre su pecho. Una de esas imágenes que te acompañan de por vida.
Conocía a Jaione Ustárroz Sorbet en agosto de 2015. Me enteré por la redes sociales de que esta chica, de mi misma edad y de Pamplona, buscaba desesperadamente un corazón para su hijo Íñigo, que acababa de nacer con una cardiopatía incompatible con la vida. Y lo hacía desde la UCI del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, a donde había llegado a dar a luz en helicóptero. Acompañada por su madre y por uno de esos ángeles que a veces se aparecen en la tierra: el cirujano pediátrico cardiaco Juan - Miguel Gil - Jaurena, director de ese servicio y nacido en Elizondo. “Íñigo es navarro, como yo. Saldrá adelante”, animó el médico a Jaione. Así fue. Tras mi reportaje en última página en el que daba cuenta de su petición, al poco publiqué otro de esos relatos que todos los periodistas deseamos escribir: ‘Íñigo ya tiene un nuevo corazón”, titulé. La vida había regresado. Gracias a la donación de una familia generosa.
Durante estos últimos años, he visto varias veces a Íñigo y a Jaione y he escrito sobre ellos. La madre fue quien propuso al cirujano que había devuelto la vida a su hijo como ‘Medalla de oro’ de Navarra en 2021. Aunque finalmente, el Gobierno eligió a Osasuna, que por lo menos, se traduce como ‘salud’. Aquel verano, en julio, el Ayuntamiento de Elizondo homenajeó a su paisano. Lamenté mucho no ir porque estaba de vacaciones pero enseguida me llegaron fotos. Una de ellas es la que ilustra este texto. Esa imagen que tanto expresa, más allá de un hombre con un niño sonriente en brazos. Porque refleja la vida que latía en Íñigo. Esos latidos de ilusión que le acompañaron hasta el martes. Sístole. Diástole. Sístole. Diástole. El ritmo del devenir.
De esa instantánea habla también el cirujano en la carta que hoy publica en este periódico. Y se refirió además a ella Desi Lara, fundadora de ‘Pequeña guerrera’ y que perdió a su hija por una cardiopatía cuando la niña estaba a punto de cumplir siete meses. Hace dos semanas, titulé mi artículo de opinión sobre el duelo con el primer verso del romance a la ‘Luna, luna’ de García Lorca, ‘La luna vino a la fragua’. Recuerdo que Jaione lo comentó en Facebook. No sé si fue una premonición. Pero hoy martillea mi cabeza otro de los versos del poema: ‘Por el cielo va la luna /con un niño de la mano’. Descansa en paz, pequeño Íñigo, al lado de tu abuelita.
ETIQUETAS