Seis bares de Pamplona donde tomarse algo bajo la cabeza de un toro

Disfrutar de un buen estofado o un rabo de toro bajo la atenta mirada de un morlaco de 500 kilos. Es una experiencia que se puede vivir en varios bares y restaurantes de Pamplona. La Plaza Gastrobar, El Ruedo, El Burladero, cervecería Txirrintxa, La Mandarra de la Ramos o El A-partao son algunos de los establecimientos que hacen un guiño a la feria taurina. La mayoría están situados en los aledaños de la centenaria Plaza de Toros. Sin duda, el que se lleva la palma es La Plaza Gastrobar, el bar restaurante del Club Taurino y cuyo salón comedor es un pequeño museo, con diez cabezas de toro, una completa biblioteca, fotos antiguas, una colección de figuras de diestros, picadores, banderilleros y areneros, así como una colección de pañuelos de clubes taurinos de toda Navarra. A pie del encierro, al final de la Estafeta, el Txirrintxa también muestra dos cabezas de toro. Jaqueca (de Victorino Martín) y Linchador (de El Ventorrillo) están “alineados” con el recorrido del encierro. “Es la típica foto que se hacen los turistas y visitantes que vienen al bar”, explica la encargada. Así ocurre con el resto de establecimientos. A las afueras de Pamplona, es de obligada mención el emblemático hotel El Toro y su monumento al encierro, de mayor solera que el archifotografiado de la avenida de Roncesvalles. Inaugurado en 1968, sufrió un robo en los años setenta que le dejó sin dos corredores. Llavero fue un Carriquiri, retinto, que en 1860 fue lidiado en las fiestas del Pilar de Zaragoza. Recibió 53 puyazos y mató a 14 caballos. Su bravura causó tanto admiración del público que fue indultado. Esta es una de las once cabezas que se exponen en la Plaza Gastrobar, el restaurante del Club Taurino, situado en la calle Arrieta 5 de Pamplona. Hace casi un año, los hosteleros Santiago Salguero y José Miguel Sagredo firmaron por diez años con el Club Taurino para gestionar el establecimiento. Ambos son sanfermineros y taurinos de distinto cuño. “Llevo muchos años corriendo el encierro. Es una de mis pasiones”, admite José Miguel, que también lleva El patio de las Comedias, en la calle Comedias. Santiago admite que le da respeto ponerse delante de los astados: “Soy más de ir a la plaza a disfrutar de las peñas y el ambiente”, confiesa este hostelero, dueño del Basoko Taberna de San Nicolás. En el menú no falta el estofado y el rabo de toro. Han decorado la barra del bar con fotografías antiguas de la plaza de Toros, entre ellas la del Monster Rock Iruñea de 1988, con Metallica. En las escaleras de acceso al comedor del sótano han colocado 16 hierros de ganaderías. La mayor parte de las cabezas disecadas son donaciones de socios o están en depósito. Allí está Semillero, que en 1947 mató a dos corredores, Casimiro Heredia y Julián Zabalza. El diestro navarro Julián Marín lo lidió y cortó las dos orejas y el rabo. En las últimas cuatro décadas, cientos de turistas y visitantes se han fotografiado junto a Silletero y Costerano en el bar Ruedo de la calle Olite, el mismo establecimiento que este año volverá a cocinar kilos y kilos de ajoarriero para el tendido de sol. Joaquín Lacarra Nieto, en el oficio desde los 14 años, está al frente de este bar restaurante, que lo adquirieron sus padres en 1984. Silletero ya estaba allí cuando el local cambió de manos. Este Miura de 610 kilos estuvo en el montón del callejón de 1977 en el que murió el joven pamplonés José Joaquín Esparza. Tiene 86 centímetros de pitón a pitón. Lo iba a lidiar Galán, pero tuvo que ir a la enfermería por una cornada. Así que lo mató Ruiz Miguel, que cortó una oreja. Años más tarde, la familia Lacarra colocó a su lado a Costerano, un toro de Osborne que lidió Rafi Camino en 1991. Joaquín Lacarra también tiene las astas del jandilla Metralla, lidiado por Ponce el 12 de julio de 1999. Completan la decoración del bar numerosos cuadros de motivos taurinos, entre ellos varios óleos de Antonio Loperena, pastor, pintor y escultor de Arguedas. Joaquín Lacarra Nieto ha tomado el relevo de su madre, Feli Nieto, y la buena mano para el ajoarriero y el rabo de toro. “¡Qué largos se han hecho estos tres años sin Sanfermines”, expresa Lacarra, con “ganas de ofrecer” más de 250 almuerzos el 6 de julio. Es una fotografía que invita a la curiosidad. ¿Qué ocurre en el ruedo? ¿Qué comentan esas dos jóvenes con tocado? ¿Por qué levanta la mano uno de ellos? Es la imagen que preside de pared a pared el bar El A-partao de la calle Amaya. La fotografía es de 1935, los penúltimos Sanfermines antes de que se suspendieran durante dos años por la Guerra Civil. “Hace un tiempo vino un joven y me dijo que su abuela sale en la foto, que todavía vive y tiene más de cien años”, comenta Xiao, dueña del bar desde hace 5 años y que también regenta Los Burgos de Iruña, en Navarrería. El A-partao data de 2008 y su primer dueño, Alex Ilundáin, es un saferminero de pro y veterano corredor del encierro. La idea de colocar una imagen apaisada de gran formato en el bar fue de la decoradora pamplonesa Blanca Elorz Guibert. Ilundáin le dejó un libro antiguo de Pamplona. “¡Pero si sale mi abuelo!”, exclamó Blanca al repasar las caras del tendido. Allí estaba Marcelo Guibert Eceiza, arquitecto que trabajó con Víctor Eusa en distintos proyectos. Entre otras cosas, Guibert diseñó la primera Tómbola de Cáritas, en 1945. Blanca Elorz explica que la foto del libro era pequeña, por lo que resultó una tarea complicada ampliarla en gran formato. “Se utilizó un escáner de tambor y el resultado fue bastante satisfactorio”, comenta esta decorado, que ha diseñado otros bares como La Bankada o El Patio de las Comedias. Los hermanos Alberto y Juan Luis Contín, junto a otros socios, abrieron en el año 2000 El Burladero, en la calle Arrieta. En su terraza es posible disfrutar de la gastronomía navarra con vistas a la Plaza de Toros. “Nos gustan los toros pero no somos de esos aficionados que ponen el cuerpo y alma”, confiesan. De hecho admiten que “por cercanía con la plaza” le dieron al restaurante nombre y ambiente taurino. Antes que El Burladero, allí estuvo el restaurante La Tinaja. Y mucho antes el garaje Redín, concesionario oficial de Austin. Entre cuadrados y fotos sanfermineras es posible encontrar una foto de hace 90 años del taller-concesionario, con varios Austin en la acera, de matrículas del NA-119 al NA-125. En su comedor, para cien comensales, suelen juntarse los mayorales. “También se deja ver algún torero y alguna cuadrilla. Una vez vino Cayetano y algunos aficionados se enteraron y se montó aquí un jaleo tremendo”, comenta Juan Luis. El restaurante y la zona de bar es un pequeño museo, con óleos, acuarelas, fotografías y carteles antiguos. “Tenemos un cartel pintado por Carlos Ruano Llopis de hace 80 años. Y otro de 1918 de una gran corrida en la Monumental de Sevilla. También un lienzo de David Anocíbar, de la manada en el corral de Santo Domingo”, apuntan. Destacan también los hierros de una veintena de ganaderías, en una hilera de azulejos. “La divisa más antigua es de 1954”, señala. Un encierro casi imposible con siete toros encarrilando el callejón de la Plaza de Toros, junto a una tentadora barra de pinchos. Esta es la estampa que ofrece el pavimento de La Mandarra de la Ramos, restaurante de la calle San Nicolás. “Hay personas que se tiran al suelo para sacarse una foto”, explica Jorge Goicoechea Lizarbe, hostelero y “sanferminero de pro” que ideó este restaurante en 2007. “Otros piensan que se trata de una imagen proyectada sobre el suelo. Y otros dicen que qué pintura tan buena, que no se desgasta”, comenta Goicoechea. Ni una cosa ni otra, es una impresión sobre baldosas porcelánicas mediante el sistema Emotile realizado por la firma castellonesa Ceracasa. “Entonces era un sistema muy innovador. Nos salió carísimo, porque son muchos metros, pero me hacía ilusión ese guiño a las fiestas”, comenta. La zona de bar es un fotomontaje de la zona del callejón, la barra es una imagen 360º de la plaza del Castillo y el comedor una fotografía del Chupinazo, donde se aprecia la estela de humo del cohete. “Con esta técnica de impresión los rojos se queman un poco y quedan más intensos”, comenta. Una grata sorpresa se llevó hace unos años un turista valenciano cuando se vio en el suelo de La Mandarra junto a uno de los astados. Así lo cuenta Cari Goicoechea, que dirige el restaurante: “Era un grupo de corredores habituales que vino a tomar unos pinchos”. Hace unas décadas, la peña de Añézcar era conocida como el monte del Toro porque en su cima había un toro de Osborne, que fue derribado en 1982 en un acto vandálico. La icónica silueta fue la que inspiró el nombre del hostal El Toro, inaugurado en 1968 en Berrioplano al pie de la carretera. En su exterior se instaló un conjunto escultórico en bronce, obra de José Luis Martínez Ripollés, de dos toros y cuatro mozos a tamaño real en el encierro. En 1974 el hostal cerró sus puertas por dificultades económicas y quedó abandonado hasta que en 1988 lo adquirió Antonio Catalán y abrió el hotel NH El Toro. En 1976, el Ayuntamiento de Pamplona se planteó adquirir el conjunto escultórico para ubicarlo en algún lugar de Pamplona como reclamo turístico. La propuesta no llegó a buen puerto. Aunque el conjunto escultórico tenía un cartel ‘Se ruega no tocar las esculturas’, amigos de lo ajeno se llevaron dos mozos, uno tirado en el suelo bajo el derrote del último astado y otro que le cita de cerca. Tras el robo, el propietario del hotel, Trino de Fontcuberta, lo retiró y lo guardó en el sótano de otro hotel. Con el cambio de propiedad, NH Hoteles repuso las esculturas, pero ya sin las dos figuras, de las que nunca más se supo. Ahora el hotel El Toro es propiedad del grupo navarro Eventshotels. Su directora desde 2018, Sara Martínez, señala que en estos años nadie ha aportado pistas. Todo hace sospechar que se fundieron.

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