Los montones de la plaza: “Salí corriendo para abrir hueco a los toros”

Con la misma expectación de contemplar la nueva plaza de toros, los congregados de mañana en su graderío el 7 de julio de 1922 reaccionaron sobrecogidos al primer montón formado en la entrada del coso en el encierro. Fue la mota de un estreno reluciente y esperado por una afición taurina, en esa época en alza, que esquivó la tragedia por el azar siempre caprichoso con los lances de todo espectáculo que tenga por medio reses de astas amenazantes. Aquel tapón fue el primero de un serial asociado al encierro que ha tenido como escenario en su mayor parte el callejón o la entrada al ruedo, dos puntos especialmente peligrosos por la estrechez de sus dimensiones. Aunque los habido en este último siglo en la calle Estafeta o en la curva de Telefónica, sin embargo, el riesgo se ha manifestado en su versión extrema allá donde la carrera adegalza en un embudo y las vías de escape se reducen a la fortuna y las posibilidades por hallar refugio en las gateras desde su construcción. La cogida mortal a Gregorio Górriz Sarasa el 9 de julio de 1975 dispuso de su necesidad. El relato del amanecer del 7 de julio de 1922 se trastabilleó con la caída de un corredor a la entrada del coso ante la reacción, entre alarmada y temerosa por lo que pudiera suceder con los toros que venían por detrás, de la nutrida concurrencia de espectadores. Lo que ocurrió con los astados de Vicente Martínez, en un más que lógico movimiento, presos del miedo ante la ausencia de una salida, fue un intento de regresar sobre sus pasos. No lo hicieron. Pudieron encontrar un hueco por el que seguir su camino. El balance de heridos de aquel primer montón fue escalofriante. Un centenar de personas fueron atendidas por lesiones de distinta consideración. Ninguna de ellas de gravedad. Debieron pasar once años para que se volviera a repetir una escena similar. El 7 de julio de 1943 el callejón se convirtió en una ratonera por un doble obstáculo formado en sus extremos con cuerpos colocados a diferente nivel de una forma anárquica y caótica. De nuevo, el instinto animal de supervivencia evitó males mayores. Uno de los cabestros saltó por encima de la muralla y su estela marcó la ruta a seguir por los toros. OTRO 7 DE JULIO, EN ESTA OCASIÓN DE 1957 señaló un tercer hito en el repaso a tapones históricos. Ese día, como tantos en que el peligro es pertinaz en su acechanza, algunos corredores debieron ser atendidos con síntomas de asfixia. Cuando el temor a la tragedia se difuminó, otros dos fueron conducidos ante las asistencias sanitarias con los brazos rotos. Un tercero sufrió fractura en una pierna. A LOS 50 AÑOS Como de un mal presagio se tratase por el 50 aniversario de la plaza, en 1972 hubo dos días de encierro especialmente peligrosos. También el 7 de julio, el claroscuro del callejón con la luz entrante del coso y las sombras de mozos y toros a la carrera quedó algo apagada con un obstáculo. En medio de la confusión y el temor a embestidas de los corredores caídos, los astados giraron sobre sus cuerpos para regresar hasta la curva de Mercaderes. El día 13 la entrada al acceso estrecho que desemboca en la arena quedó obturada, de nuevo. Hubo mayor fortuna que la registrada tres años después. El 9 de julio de 1975 los toros de Osborne se encontraron con una montaña de corredores que obstruía su avance. La tragedia se concentró en el callejón. Uno de los toros empitonó a Gregorio Górriz Sarasa. Su muerte fue instantánea. Górriz, de 41 años, era natural de Arazuri, experto corredor y profesor de atletismo. Como sucede con tantas desgracias, que sólo hasta que ocurren no se adoptan medidas que las eviten o atenúen sus consecuencias, aquella cogida aceleró los trámites para la construcción de varias gateras. La década de los años 70 fue trágica. El 8 de julio de 1977 el joven de 17 años José Joaquín Esparza Sarasíbar, vecino de Orvina, encontró la muerte en un montón. Sus condiciones de atleta no le ayudaron para asegurarse una salida segura de la montaña de mozos, cabestros y toros que le sobrevino encima. Hasta 2004, al menos en la plaza de toros, hubo calma dentro de la prudencia y el peligro que se extiende por los 848,6 metros del recorrido. El 12 de julio, el callejón se transformó en una trampa para tres corredores cornedores. Un pequeño montón de apenas 8 mozos elevó el drama con los toros de Jandilla. Los primeros empitonados fueron los pamploneses Iván Nieto Aranguren y Raúl Jiménez Sarasate, ambos con cornadas en el glúteo. La mayor cogida que se recuerda ese día en el lugar fue la que sufrió el guipuzcoano Julen Madina Ayerbe, con cinco heridas de asta. En la memoria más reciente permanece indemne lo acontecido el 13 de julio de 2013. Sólo el recuerdo de las escenas de pavor, con un frente humano cerrando el paso a la entrada del coso, estremece al más pausado. El miedo recorrió los tendidos, con un mal presentimiento por un desenlace fatal que, por fortuna e intervención de manos voluntarias en la arena y expertas en la enfermería de la plaza de toros, no se produjo. Un joven vitoriano logró salvarse tras un episodio de asfixia por la multitud que quedó atrapada. Los toros de Fuente Ymbro reaccionaron con nobleza. Tanto los que llegaron a la par que los cabestros como los que lo hicieron segundos después alzaron sus cabezas. Lo contrario, haberla bajado con intención de embestida, hubiese supuesto un drama no escrito. Como siempre que están desorientados, los animales buscaron una salida para llegar a su destino en chiqueros.La hallaron por el callejón, por la misma puerta lateral que se había quedado semiabierta y que había dado origen a la montaña humana. Luego, la intuición de personal de la plaza, al abrir una segunda puerta a mitad de camino, les devolvió a la senda adecuada para encarar los metros finales sobre la arena antes de entrar en corrales. Atrás quedó el espanto, dibujado en rostros desencajados y la instalación de un hospital de campaña en el patio de caballos. Al igual que ocurriera en 1975, con la extensión de gateras tras la pérdida de una vida, a los quince días del montón se optó por reforzar la seguridad con la introducción de una solución técnica a la entrada del ruedo: una nueva puerta hace desde entonces las veces de gatera vertical para facilitar la salida de personal autorizado en los instantes previos a la llegada de los corredores. Es así cómo se evita que permanezca entreabierta la puerta lateral que, entre el aluvión de mozos, dio origen a uno de los montones difíciles de olvidar. El encierro es un engranaje en el que todas sus piezas “han de estar perfectamente enjadas”. En el momento en que falla una, “todo se desmorona”. Es lo que sucedió el 13 de julio de 2013. José Manuel Somovilla San Emeterio, comercial de 49 años de edad y arenero adscrito a la plaza de toros desde hace dos décadas, aguardaba los minutos finales del encierro en un extremo del callejón junto a su compañero Víctor Cuchara. En esto, comenzó a formarse la maraña humana que impedía el avance de toros y corredores. “La misma puerta que quedó semiabierta es la que ayudó a que no pasase algo más grave, a que aquel accidente se quedase en un gran susto. De no haber estado semiabierta, los toros, con 600 kilos cada uno, y los mansos, con 1.000, hubiesen pasado por encima de la gente”, apunta. Eso y la rápida y meritoria intervención del equipo sanitario liderado por Ángel Hidalgo. “Revivió a dos personas”, enfatiza. La experiencia, unida a la destreza, le empujó a tomar una decisión determinante cuando vio que los toros emprendían su carrera por el callejón. “’Me voy corriendo’”, le espetó a su compañero de faena. “Los areneros -recuerda- conocemos toda la plaza, conocemos el ruedo. Lo preparamos tanto para la corrida como para el encierro”. Casi por instinto, con la única idea de aligerar el avance de toros y cabestros hacia los corrales, salió presuroso para cerrar una puerta intermedia que orientase la carrera animal hacia la arena y de ahí hacia su destino final. “Cuando fui por el callejón me encontré con que un toro corría con un chico enganchado a uno de sus cuernos. Fue curiosamente el único corneado ese día”. José Manuel Somovilla llegó a tiempo par asir la manilla de la puerta y cerrarla. El morlaco golpeó con brusquedad contra el obstáculo. “Me echó para atrás, pero estuve contento porque la manada no siguió por el callejón”. Lo contrario hubiese supuesto más peligro. 34 de sus 53 años de edad no ha faltado a su cita con el encierro. Toño Jerez Villar, zaragozano y empleado en un laboratorio farmacéutico, no olvida cada detalle de la mañana del 13 de julio de 2013. “Las pasamos canutas aquel día”. Nunca una caída había sido tan afortunada. Perdió el equilibrio junto a Juanpe Lecuona en la bajada al callejón. “Cuando nos levantamos yvimos todo aquello”, los dos se quedaron atemorizados. “Me di la vuelta”, rememora. Pensó en la suerte de sus amigos.”Hasta que no le di un abrazado a Juanpe y al resto no me quedé tranquilo”. Mantiene intacta la imagen del rostro de uno de ellos, originario de Tarazona. “Estábamos con bastante susto. Estamos preparados para vivir momentos de tensión pero no para aquello. Mi amigo de Tarazona medirá 1,88 y pesará unos 120 kilos. Verle con la cara pálida, con lo grande que es, fue algo que se me quedó grabado”. Lo sucedido “fue un drama tremendo. Gracias que no pasó más. Intentamos sacar a personas desde atrás. La confusión fue enorme y había mucho miedo. Los animales estaban más confundidos que nosotros”.

Los montones de la plaza: “Salí corriendo para abrir hueco a los toros”

La apertura de la plaza de toros inauguró un serial de desgracias con el primer tapón del encierro. En 1975, tras una cogida mortal, se extendieron las gateras en el callejón

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