100 años en el centro de la fiesta

La línea recta es trazada por los hombres, la curva es la línea de Dios”. La frase es de Antonio Gaudí, el arquitecto visionario e iluminado, el autor de la siempre inconclusa Sagrada Familia barcelonesa. Si atendemos a la frase, las plazas de toros tienen una dimensión sacra, de santuario, de templo, de fiesta, de ritual y liturgia, y también de muerte. La curva perfecta, el círculo, donde todo empieza y todo termina, se erige en Pamplona sobre la muralla derribada, antes baluarte de la Reina, frente a la cuesta de Labrit, ahora rodeada de inmensos y frondosos árboles, incardinada en la necesaria expansión urbanística de la ciudad que Serapio Esparza diseñó en la primera mitad del siglo XX. El 7 de julio de 2022, el de la vuelta de los Sanfermines tras dos años de parálisis pandémica, la plaza de toros de Pamplona cumplirá un siglo de vida. Cien años que dan para muchas historias y que, en todo caso, demuestran una relación única y secular de Pamplona -que son sus gentes- con el mundo del toro. Y esto es incontestable, sea uno taurino o no. Porque aquí, las corridas son diferentes. “En Pamplona, lo que tenemos es ganas de pasarlo bien. Es muy distinta la manera que se va a ver los toros por ahí. Aquí, vamos a disfrutar, con alegría, buen humor y sonrisas, con merienda. Si nos gusta la corrida, fenomenal. Y si no, nos dedicamos a otras cosas. Pero no es como en otras plazas donde la gente va de la oficina a la corrida. La actitud es muy distinta”. Son palabras de José María Marco García Mina, presidente de la Comisión Taurina de la Casa de Misericordia, la entidad propietaria y gestora de la plaza de toros, que capitaneó -en connivencia con el Ayuntamiento- una nueva era en el mundo taurino de Pamplona. Vayamos al día de la inauguración. Aquel 7 de julio de 2022, la plaza de toros se estrenó con un montón en el callejón durante el primer encierro de 1922. Fue un inicio desafortunado que, sin embargo, no dejó heridos graves. El capotico trabajó desde el primer día de la nueva plaza. Pero para llegar hasta ella, al coso que diseñó Francisco Urcola, la plaza que representaba una nueva ciudad, que se abría en su flanco sur para extenderse en el II Ensanche, Pamplona pasó por cuatro alberos más previos. LOS PRECEDENTES Como recoge el escritor Javier Mangado Urdániz en su libro Plaza de Toros de Pamplona. 100 años a sol y sombra (Ken Comunicación), la primera constancia documental de la celebración de corridas de toros en Pamplona se remonta al año 1385. Fue una orden del monarca Carlos II ‘el Malo’ y la fecha es motivo de envidia entre los taurinos de otras comunidades españolas con una tradición supuestamente más purista. Pues desde 1385 hasta 1844, Pamplona no contó con una plaza estable. Las corridas se celebraban en la actual Plaza del Castillo, la que fuera patio de armas de Luis Hutín, espacio de justas y torneos, tierra de nadie en la Pamplona de los burgos enfrentados y ya en el siglo XIV, también plaza de toros móvil. Año 1844. El Ayuntamiento impulsa la creación de la primera plaza de toros fija de Pamplona. Tenía capacidad para 8.500 espectadores en una ciudad de algo más de 60.000 almas y costó 31.500 duros (157.500 pesetas, unos 950 euros actuales). Habían pasado cuatro siglos y medio desde ese primer coso móvil de la Plaza del Castillo, pero Pamplona no había cambiado en exceso. Seguía encerrada en sus murallas. Aquel primer coso no era un dechado de diseño y duró tan solo seis años. Se ubicó en el mismo punto de la ciudad donde se levantó la segunda plaza fija, en la trasera del Teatro Principal -después Gayarre-, cuando su fachada miraba y cerraba la Plaza del Castillo: el punto donde ahora se sitúa el inicio de la avenida Carlos III. En 1850 y 1851, las corridas se trasladaron a otro albero móvil, en la plaza del Vínculo, periodo en el que se construiría la segunda plaza fija, en el mismo punto de la anterior y que hacía que la curva de Estafeta en el encierro virase a la derecha y no a la izquierda, tal y como discurre ahora el último tramo de la carrera. La que ahora llamamos plaza vieja se construyó tras solventarse una diatriba municipal: la plaza construida en 1844 mostraba signos de ruina y la Corporación votó entre restaurarla o tirarla y levantar una nueva. Pese a que el Ayuntamiento votó a favor de su reconstrucción, lo cierto es que finalmente se decidió demolerla para hacer una nueva. “Este es uno de los misterios que quedó enterrado bajo siete llaves en el subsuelo de la política municipal”, escribe Javier Mangado. Se decidió una cosa y se hizo otra, no muy lejos de lo que ocurre hoy, en ocasiones, en el vetusto salón de plenos pamplonés. La plaza vieja se inauguró en los Sanfermines de 1852 con toros de la ganadería navarra más prestigiosa en la época: Nazario Carriquiri. LA PLAZA NUEVA Y así, año a año, corrida a corrida, llegamos a la plaza que hoy se levanta orgullosa junto al parque de la Media Luna y el fortín de San Bartolomé. Hay dos hechos trascendentes que marcan el inicio de la nueva plaza: uno, la anhelada decisión de la ciudad -por fin aceptada por el Ejército- de tirar parte del lienzo de la muralla, (desde Yanguas y Miranda hasta Labrit, en 1915) y dos, la implicación de la Casa de la Misericordia (fundada en 1706), en la propiedad y gestión de la futura plaza. Como recoge Mangado en su libro, fue Blas Inza, en representación de la Meca, quien propuso el 5 de agosto de 1920 un acuerdo al Ayuntamiento, y que el tiempo demostrará trascendental para las dos instituciones. La propuesta planteaba que la Meca se hiciese cargo del derribo de la plaza vieja, además de asumir el coste de la construcción del nuevo coso. Así lo cuenta José María Marco: “El Ayuntamiento tenía la administración de la Meca, totalmente deficitaria, y la titularidad de la plaza de toros, que daba de vez en cuando algún beneficio -tampoco era para echar cohetes-, que se dedicaba a la institución. Pensaron que era bueno ceder un solar a la Meca para que construyese a sus expensas la plaza de toros, que la explotase y que subsistiese con los beneficios. ‘Si sale bien -pensaron en el Ayuntamiento-, tenemos dos cosas que nos quitamos de encima: la plaza de toros y la administración de la Meca, que ya sería autónoma’. Se cedió el solar y la Casa de Misericordia empezó con gran entusiasmo la construcción de la plaza”. Para ello, recuerda Marco, se solicitó un empréstito público, con la colaboración de las tres entidades bancarias que entonces operaban en Pamplona: La Vasconia, El Crédito Navarro y la Agrícola. El importe de las obligaciones alcanzaba los 1,3 millones de pesetas. “El empréstito se devolvió 20 años antes de lo previsto”, relata el presidente de la Comistión Taurina de la Meca. Entre tanto, se crea la Junta del Patronato de la Casa de Misericordia, una vez cedidos a perpetuidad los 11.443 metros del solar de la Media Luna. Tras tantear al arquitecto municipal, Serapio Esparza, artífice del trazado urbanístico del II Ensanche, se decide encargar el proyecto al donostiarra Francisco Urcola Lazcanotegui (1873-1943). “Era un arquitecto de gran prestigio, con obras importantes en San Sebastián, como el Chofre y el teatro Victoria Eugenia; el Gran Hotel de Pamplona (edificio de la actual biblioteca de San Francisco), y en Sevilla hizo la plaza Monumental que se inventó Joselito en 1918. También lo hizo con el sistema pionero entonces de hormigón armado. Aquí metió grandes cantidades porque no se fiaba”, asegura Marco. Las obras de la nueva plaza comenzaron en marzo de 1921. Existe una espectacular imagen aérea, anónima y ahora propiedad del Archivo Municipal, que demuestra la coexistencia, al menos por unos meses, de las dos plazas. Aunque la idea inicial era la de inaugurar la nueva plaza en los Sanfermines de 1922, ni el Ayuntamiento ni la Meca, se fiaban de que pudiese estar terminada. Así que se postergó el derribo de la vieja hasta que un incendio aceleró las cosas el 10 agosto de 1921. A las dos de la tarde de aquel día se iniciaron las llamas en varios puntos diferentes del antiguo albero. Según el libro de Mangado, “apestaba a gasolina”. El caso es que 80 bomberos trabajaron intensamente para extinguir las llamas de un siniestro que, según destacaba Fernando Pérez Ollo, redactor jefe de Diario de Navarra, los pamploneses atribuyeron al presidente de la comisión de Urbanismo del Ayuntamiento. Ya no había margen de error. Las obras de la nueva plaza debían estar terminadas para los Sanfermines de 1922. Sí o sí. Bajo la dirección de obra de un joven Félix Huarte, artífice a la postre de buena parte del desarrollo económico navarra y constructor de éxito, todos los implicados en el nuevo coso pasan la dura prueba contra el tiempo. Superadas todas las trabas, el nuevo ruedo se postula como un exponente de la arquitectura historicista. “ La sobriedad es la nota dominante de la construcción, con escasas concesiones al ornato que se concentra en el palco presidencial y en la fachada principal, resuelta a la manera de un gran arco de triunfo, con un orden gigante de pilastras, galería superior y crestería de claro origen plateresco”, describe José Javier Azanza López en la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra. Mientras tanto, como recuerda José María Marco, la Meca se puso manos a la obra para cerrar el primer cartel de la nueva era en los Sanfermines de 1922. “Los miembros de la Junta, que era la comisión taurina, empezaron a viajar a San Sebastián, Vitoria, Bilbao, Zaragoza y sur de Francia para captar clientela del cartel de San Fermín”, recuerda Marco. Pamplona iniciaba con su flamante plaza una nueva era en los Sanfermines.

100 años en el centro de la fiesta

El 7 de julio, la plaza de toros de Pamplona cumplirá un siglo de azarosa existencia. El coso diseñado por Francisco Urcola es además el culmen de una relación casi milenaria de la ciudad con los toros

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