El valor del pluralismo

Navarra es secularmente plural, así ha sido y así lo será. En el pasado el enfrentamiento identitario se mostraba de forma más evidente, más virulenta. Se podría decir que a la crispación identitaria le ha sucedido la crispación política. A menudo quienes se dedican a la política tienden a destacar la diferencia, a subrayar los fosos que nos separan del otro. Construyen, por lo tanto, un metarrelato de la diferencia, plagado de agravios y de opresiones. Pero lo cierto es que en Navarra, como en otras sociedades, las identidades compartidas son las mayoritarias. Solo una minoría expresa sentirse únicamente vasco o español según varias encuestas del Navarrómetro. En la última legislatura se ha avanzado de forma notable en ese terreno. Tal vez porque tras años de desprecio los actores políticos han llegado a la conclusión de que la identidad navarra por sí misma es la casa común de quienes vivimos aquí, es la que puede dar cobijo a todos los matices y sentidos de pertenencia que existen en nuestra tierra. Despreciar las cuestiones que identifican al otro siempre es una alternativa ruinosa. Ese cambio de naturaleza se ha producido, entre otras razones, porque el frentismo nacional ha ido a menos. La diferencia identitaria no es siempre un conflicto de suma cero, hay ámbitos de colaboración y dejar de lado el sentido dramático de lo nacional parece una buena salida. Esta corriente, aupada por profundos cambios sociales, aceleraran la necesidad de pensar sobre la pluralidad y la identidad navarra. Y ante ello, constituir gobiernos que sean el reflejo, no solo simbólico, de esa transversalidad podrá hacer que afrontemos mejor la voluntad de inclusión y buena convivencia. Como decía el activista social Javier Zubiri, ya fallecido, “reconocer al diferente no es equivalente a reconocer sólo al diferente que se parece a nosotros”. Por eso los planes de convivencia impulsados por el Gobierno de Navarra deben apuntar al mañana, a la gente más joven y deben ser el reflejo de la pluralidad navarra. En democracia, ETA fue el elemento que actuó de manera más grave sobre el pluralismo. Uno de sus grandes éxitos fue crear una comunidad que abrazó y extendió la cultura del odio entre amplias capas de la sociedad. Por eso, tenemos que abordar las actitudes que el terrorismo dejó naturalizadas entre quienes lo defendieron. Porque la violencia embrutece a quien la ejerce, pero también a quien la defiende. Tras largos periodos de violencia política, la gran preocupación de las sociedades en paz es la garantía de no repetición. Una vez descartado que ETA, o alguna escisión, pueda volver a matar, en nuestro caso esa garantía se basa en que las ideas y las actitudes que hicieron posible la violencia tengan prestigio social. En ese camino de respeto a las diferentes ideas y de construcción de la cultura democrática, el trabajo de las víctimas del terrorismo en los centros escolares es fundamental. Diferentes estudios demuestran que los testimonios de las víctimas influyen, incluso en estadios tempranos de radicalización, en la opinión que los escolares tienen sobre la violencia, la principal enemiga del pluralismo. La deslegitimación del uso de la violencia y la cultura democrática, la convivencia y la memoria, están unidas por el sentido de ciudadanía. Uno sin lo otro no ayuda a culminar el trabajo prepolítico que se necesita para pasar de la paz a las mentalidades de paz. La necesidad de convivir, de normalizar la vida política, de valorar el pluralismo, debe partir de una exigencia ética fuerte hacia quienes fueron en el mismo tren que ETA, con el objetivo de reparar el daño personal y social infligido. La tarea prepolítica de la deslegitimación de la violencia y, por lo tanto de revertir la idealización de los victimarios, no permite que se haga de forma intermitente ni por fascículos. Decir que se reconoce el daño provocado y a la vez glorificar a quien generó ese mismo daño supone una disonancia que estropea el camino hacia una convivencia real y sana, si tal cosa es lo que se pretende. Lo dijo Josu Elespe, hijo del concejal socialista Froilán Elespe, asesinado en el año 2001: “La convivencia plena requiere enfrentarse a la realidad de lo que hicieron”. Así pues, construir una comunidad del recuerdo se vuelve una tarea imprescindible, cuyo liderazgo corresponde especialmente a quienes sufrieron la amenaza política y el asesinato. Esa es precisamente una de las grandes tareas de la próxima legislatura. En ese camino sabemos lo que no hay que hacer, por eso los sucesos de la calle Curia el 7 de julio son el símbolo inapelable de lo que hay que dejar atrás. Ojalá el próximo gobierno acierte en este campo porque no podemos dejar que las víctimas de la intransigencia de ETA vuelvan a sufrir un doble olvido, ni podemos de ninguna manera volver al frentismo identitario y a la cultura del odio, porque en nuestra tierra el pluralismo es un valor que debemos cuidar. Esa debería ser, precisamente, nuestra mejor singularidad. Joseba Eceolaza es autor de ‘ETA: la memoria de los detalles’

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