Un plan de paz chino con acento ruso
El plan de paz para Ucrania presentado por China ha sido acogido con un lógico escepticismo por Occidente al no distinguir entre el país agresor y el agredido, no reclamar la inmediata retirada de las tropas del Kremlin y no concretar si la incuestionable exigencia de respeto a la “integridad territorial” incluye las zonas ocupadas ilegalmente por Rusia desde que se anexionó Crimea. La solución política patrocinada por Pekín, inclinada hacia las tesis de Moscú pese a sus esfuerzos por aparentar neutralidad, sería más creíble si no hubiera sellado una “amistad ilimitada” con Rusia días antes de la invasión, ni mantenido una férrea negativa a condenarla sin subterfugios, reiterada esta misma semana en la Asamblea General de la ONU. Sus supuestas intenciones de suministrar armas a las tropas de Putin tampoco favorecen el futuro de la propuesta. Es necesario redoblar los esfuerzos diplomáticos que allanen cuanto antes el final del conflicto. Aunque, en realidad, para ello bastaría que Rusia cesara por fin su agresión y asumiera el derecho de Ucrania a trazar libremente su destino. Las ansias de paz no deberían favorecer recompensas a tiranos que les inciten a perpetrar nuevas fechorías. El discurso ofrecido por Putin la pasada semana, presentando una vez más la invasión de Ucrania como una operación preventiva frente al acoso de la OTAN, agitando la amenaza nuclear o acusando ridículamente a Occidente de degradación moral con argumentos ultramontanos que desgraciadamente encuentran eco en sus peones distribuidos por Europa, refleja el tipo de personaje al que Ucrania y Occidente se enfrenta. Por eso, el plan chino para recobrar la paz no es creíble sin la exigencia al presidente ruso de que debe volver sobre sus propios pasos y abandonar sus ansias imperialistas. La atención a iniciativas de paz como la que anuncia China, no puede distraer de la prioridad mantener todo el apoyo posible al pueblo ucraniano.