Mira debajo de la almohada

Encajó su cuerpo debajo de una cama que anunciaba un colchón de látex por 600 euros y se tumbó dispuesto a esperar. Eran las 21.45 y los altavoces acababan de difundir que el centro comercial cerraría sus puertas en un cuarto de hora. Mientras se ocultaba tumbado bajo aquel ‘pikolín’, los últimos clientes corrían agitados de aquí para allá metiendo en el carro las compras. Para el hombre había sido una jornada de mucha tensión. Era el día elegido. Lo de esconderse en una gran superficie respondía a un deseo largamente esperado. Había vivido una niñez precaria. Por ese estado de necesidad probablemente desarrolló un magnetismo por los lugares en los que los sueños materiales se hacían reales. En las cosas percibía la sensación de bienestar y seguridad de la que careció de pequeño. Había alimentos, bebidas, macetas, cremas, ropa, bicicletas, plantas, juguetes, sillas, hamacas, armarios o electrodomésticos... Los sueños se cumplen, pensó. Lo creía a pie juntillas. Su padre se lo inculcó hace años. De niño, cada vez que deseaba un juguete, un libro, un capricho pequeño..., su padre se acercaba, extendía la mano y de detrás de su oreja sacaba una moneda o un billete. Llegó a pensar que tenía en el envés de la oreja una sucursal de la fábrica de moneda y timbre. De adolescente los objetos ansiados subieron de precio. Los sueños costaban más que aquella moneda así que cuando el hijo pedía su padre respondía: -Mira debajo de la almohada. Lo mismo en marzo por su cumpleaños o en Navidad. “Mira debajo de la almohada”, le repetía. Y aquello funcionaba. Siempre había un billete para comprar sueños alcanzables. La frase era su abracadabra, el conjuro que convertía en realidad sus deseos . Hoy, en el centro comercial, cumplía el más ambicioso. Vivir una noche en un lugar como aquel. Hacía unos minutos que había escuchado el ruido de la persiana automática al plegarse y en el interior no quedaba nadie. Se oía el ulular del viento tratando de entrar por los resquicios. Lo primero sería dar rienda suelta a uno de sus anhelos. Visitar la sección de juguetes, sentarse en medio de mecanos y “legos” y disfrutar en el silencio de estar ahí. Lo hizo. Contempló las muñecas, los disfraces, los balones y abrió un enorme puzle con el retrato de la Gioconda y se puso a dar forma a su sonrisa de piezas. Retiró el celofán a la caja de un Ferrari teledirigido y lo puso en marcha. Completó su fantasía con un pastel de chocolate y un refresco de los que se apropió en la sección de pastelería. En el camino, entre pasillos con estanterías llenas le emocionó verse rodeado de abrigos, zapatos, vajillas elegantes y notó que la fantasía a la que tanto tiempo dedicó había merecido la pena por muy ridícula que a otros pudiera parecer. La magia de imaginarse dentro tantas veces desde fuera, se veía compensada por el efecto de experimentar la efervescencia feliz de estar en el corazón de un ‘híper’ rodeado de objetos variadísimos. Quiso calmar tanta agitación y decidió probarse unas zapatillas y regresar al lugar donde había comenzado la noche. Con las babuchas bien ajustadas se acercó a la cama que anunciaba el colchón. Se sentía como en casa. A poyó la espalda y quedó plácidamente dormido. Aquella madrugada soñó que un vigilante jurado le había descubierto en el centro comercial. Que se le acercó y le dijo: -¿Qué hace usted aquí? -Me he quedado encerrado en el centro comercial y como no podía salir he decidido quedarme a dormir. -Pero hombre de dios, ¿Cómo se le ocurre? ¿Y los daños en la sección de juguetes? Hay paquetes abiertos y un rastro de desorden ¿Y el hurto en la pastelería también es de su responsabilidad? ¿Y esas zapatillas? ¡Usted no las ha traído de casa! -He tomado prestadas algunas cosas. Lo asumo. Pero puedo y estoy dispuesto a pagar lo que sea necesario. Echeme una ojeada detrás de la oreja y si con lo que encuentra no alcanza mire debajo de la almohada. -¿Debajo de la almohada?, replicó sorprendido el vigilante. - Hágalo por favor, mire debajo de la almohada. Creo que habrá suficiente. Fue lanzar el mensaje y le vino encima un gran sosiego. Soñó que el sueño lo atrapaba y que al amanecer un fornido vigilante lo acompañaba educadamente a la salida del centro comercial.

Mira debajo de la almohada

Esconderse en un centro comercial y vivir una noche rodeado de bienes materiales. Era el sueño de quien había experimentado una niñez precaria de todo

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