Félix Huarte y la miseria de la política

La noticia del acuerdo tomado por el Gobierno de Sánchez de retirar la Medalla al Trabajo a don Félix Huarte, con el sorprendente argumento de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, de “haber participado en actos u observado conductas manifiestamente incompatibles con los valores democráticos y los principios rectores de protección de los derechos humanos, así como con los requisitos para su concesión”, es absolutamente inadmisible. Hay que reconocer que esta decisión vuelve a ahondar en la profunda división de la sociedad navarra, que mucho pensábamos se estaba superando. Mientras una parte importante aporta pruebas, con datos contrastables, en contra de la decisión del gobierno, otra parte, con el PSN a la cabeza, la aprueba. El PSN, que sin duda estaba al tanto de esta decisión, nunca votó a favor de ningún homenaje a Felix Huarte. Huarte, empresario imaginativo y arriesgado, comenzó su andadura empresarial en 1927, realizó importante obra pública con la República y, en tiempos de Franco, supo aprovechar las oportunidades de la reconstrucción nacional para conseguir importantes adjudicaciones de obras que le permitieron desarrollar una gran empresa nacional e internacional de la construcción, extendiendo más tarde su creatividad e iniciativa empresarial, a la creación, sobre todo en Navarra, de empresas que nada tenían que ver con la construcción. ¿Fue un error empresarial de Huarte participar en la construcción del Valle de los Caídos?. No voy a repetir datos y comentarios que contradicen a la ministra, aportados por Diario de Navarra en las ediciones de los tres últimos días en los que se alude, sobre todo, a lo que supuso para la transformación de la sociedad navarra y del tejido industrial el Plan de Promoción Industrial (1964). Fue una inteligente reacción para defender a Navarra del aislamiento en que iba a quedar, debido al Plan Industrial del ministro López Rodó (entró en vigor en enero de 1964) de crear dos polos de desarrollo con sus consiguientes polígonos industriales en Burgos y Zaragoza, además de la fuerza tractora del País Vasco. Félix Huarte, al margen de su actuación como político inteligente y sensible al estancamiento económico y social de Navarra, apostó igualmente por invertir personalmente en Navarra. “Las empresas del grupo Huarte, en torno a setenta en el año 1971, daban empleo a más de 17.500 personas, la mayor parte dentro de la propia provincia” (Carmen Erro/Minerva Ullate). Tampoco hay que olvidar la dimensión social del empresario Huarte, que, por lo que conocemos, no era un explotador capitalista. “Adoptar medidas como el pago de salarios superiores a la media, el abono de los gastos médicos de algunos de sus operarios, o la construcción de instalaciones deportivas en sus fábricas” (idem), sin olvidar los centros de formación profesional en sus empresas, son prueba de su sensibilidad social. Al margen de su actuación como empresario hay otro aspecto que generalmente suele pasar desapercibido y que determinó su apuesta por participar en la política. Había que cambiar la mentalidad tradicional de los navarros, por una mentalidad abierta al cambio, progresista. El clero de Navarra, sumamente influyente, que había sido capaz de impulsar durante la primera mitad del siglo XX el movimiento cooperativista, no percibió el nuevo signo de la historia. La industrialización se veía en el sector dominante, liderado por el clero, como una amenaza a los valores tradicionales protegidos por la religión. Las fábricas constituían un riesgo moral donde los agricultores, creyentes y sumisos a la autoridad moral de sus sacerdotes, se convertían en obreros expuestos al comunismo y anarquismo y en el momento en que entraban en las fábricas abandonaban sus creencias y sus prácticas religiosas. “La acción administrativa y clerical, afirmaba Ferrer Regales en 1967, secundan la mentalidad de la burguesía de Pamplona y se oponen a la creación de nuevas industrias y prestan su atención a conferir dinamismo y eficacia a la agricultura”. Félix Huarte y su compañero de gobierno Miguel Javier Urmeneta, ambos fervientes creyentes, se oponen, apoyados por una renaciente clase liberal, a esta visión tradicional, porque creen firmemente que la industrialización y el progreso mejoran y dignifican la vida de los navarros, muchos de ellos condenados a la emigración o convertidos en jornaleros permanentes del campo, sin formación, sin seguridad social, sin futuro y sin capacidad para romper el círculo de pobreza. Cientos esperaban cada mañana en la plaza del pueblo a que algún propietario les contratara. La instalación de una empresa en la cercanía les ofrecía trabajo fijo, seguridad social, plus familiar para los hijos y otras ventajas sociales que el franquismo había introducido paulatinamente. Desposeer a Félix Huarte de la Medalla del Trabajo, “tachado de izquierdista en la zona franquista y, al mismo tiempo, de capitalista y de derechas en la zona republicana” no deja de ser una perversión de la política, juego al que no debería prestarse nunca una ministra del Trabajo, aunque la decisión la haya tomado, en última instancia, el Gobierno de Pedro Sánchez. No ha sido una buena decisión para soñar con una Navarra unida que mira con esperanza al futuro. Luis Sarries Sanz Catedrático de Sociología

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