"El Teatro Gayarre pasó a Carlos III haciéndose familiar a cuantos por allí transitamos, llenando de recuerdos nuestras mentes"
El Teatro Gayarre cumple años en Carlos III: noventa nada menos. Supongo que somos mayoría los pamploneses que siempre lo hemos visto allí, que no lo conocimos cerrando la Plaza del Castillo, su primera ubicación, así que no podemos imaginar cómo sería esta hoy si el teatro hubiera permanecido allí. Ni por supuesto tampoco la Avenida de Carlos III sin él. Tal vez hoy veríamos en su lugar un centro comercial o de salud, una escuela, un edificio de viviendas o una iglesia, ¿quién sabe? Pero el caso es que el Teatro Gayarre pasó a Carlos III haciéndose familiar a cuantos por allí transitamos, llenando de recuerdos nuestras mentes, las que cuando todavía no habían llegado los espectáculos de las nuevas tecnologías, se maravillaban al contemplar lo que en el escenario ocurría. A veces los mayores de casa nos llevaban para ver una película: Pinocho, Bufalo Bill, o La Señora de Fátima, pero en ocasiones nos encontrábamos allí con actores de carne y hueso, en aquellas funciones de teatro que organizaba el Padre Carmelo para pequeños espectadores, que en La Cenicienta abríamos mucho los ojos para no perdernos el momento en que el príncipe la descubre entre los asistentes a su fiesta, o cuando ¡pobre!, ella pierde el zapato al huir del palacio a las doce. El Gayarre parecía crecer con nosotros, porque fueron después El sueño de una noche de verano, La Casa de Bernarda Alba o Don Juan Tenorio, las obras que nos hacían aplaudir, o El puente sobre el río Kwai, Siete novias para siete hermanos, y Bienvenido mister Marshall, las películas que nos mantuvieron en vilo otros días, cuando ir al cine era un acontecimiento. Pero yo tengo un recuerdo muy especial del Gayarre, y es haberlo visto completamente lleno el día en el que en él, los alumnos del Vázquez de Mella llevaron al escenario una versión musical de mi cuento Fantasmas de día. Sé que los aplausos eran para los niños y sus profesores, pero al oírlos tuve la ilusión de que unos poquitos llegaban a mí. ¡Y en el Teatro Gayarre nada menos!
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