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"Seis de junio, el sexto peldaño de la escalerica, el tic tac del ya falta menos para San Fermín"

Avatar del Gabriel Asenjo Gabriel Asenjo06/06/2022
Seis de junio, el sexto peldaño de la escalerica, el tic tac del ya falta menos para San Fermín de cenas presanfermineras que ahora, dicen, se convierten en comidas con tardeo de mus. Los sanferminólogos me corregirán, pero aseguran que, hace medio siglo, los pioneros de la escalera fueron un grupo de amigos que acordó cenar cada mes en Napardi convocados por la sabiduría gastronómica de Manolo Sarobe, un antropólogo de la cocina cuando el culto a la gastronomía no estaba de moda. Se reunía una mesa de eruditos, cada uno en su campo, e inteligentes cultivadores de la ironía. Una mesa de diálogo donde la tertulia solía caminar por itinerarios impensables en estas fechas de postpandemia. Por ejemplo, la vieja pesca con red en el Ebro, las huellas de los visigodos en Pamplona o a la presencia del romance navarro, del árabe o del euskera en la cultura de los antiguos fogones del norte y del sur de Navarra.
Me imagino que aquel ateneo ya desaparecido del presanfermín culinario también hubiera disfrutado del aforo completo de la escalerica emocional-musical que cada mes se celebra en la capilla del Santo, pero, sobre todo, me pregunto de qué hablarían hoy si hubiesen experimentado dos años de candado en comedores y sociedades gastronómicas, de reclusión forzada, mascarillas, abrazos censurados y demasiadas visitas al cementerio. Eso sí, con aquellos buenos ratos aplaudiendo en los balcones, favores entre vecinos desconocidos y solidaridades impagables de cuidadores encerrados con sus ancianos para sentirse menos aislados.
He acudido a pocas cenas de la escalera, rituales acaso demasiado masculinos, pero me llama la atención que en casi todas las celebraciones del ya falta menos, las de antes y las de hoy, incluso las de la capilla de San Fermín, gravita parecido repertorio de ilusión y humor en cada peldaño. (En una cena se brindaba con excelentes cosechas y con un desconcertante “morir habemus ut vivimus et bebamus ” con un punto de realismo y hedonismo epicúreo).
Son escaleras que se apoyan en una pared de nostalgias y deseos. Escaleras que conducen a un ático de emociones, a ver qué rayos de felicidad se vislumbran este año desde el techo del sexto peldaño. Escaleras hacia un paraíso de sentimientos y memorias de blanco y rojo que nada tienen que ver con esas otras escaleras que descienden a los espacios más oscuros del macrobotellón sanferminero de la noche. Posiblemente habría que preguntarse si no estamos colocando demasiadas escaleras de bajada hacia los agujeros negros de la fiesta. Una cuestión de profundo calado sociológico y económico. Por que, tras el demoledor episodio de la manada, la imagen de Pamplona se vende peor. Y no creo que después de estos años de pandemia hayamos mejorado en esa imagen que proyecta Pamplona para un sector juvenil de la población de ciudad sin ley. Para un notable grupo de visitantes en San Fermín se puede experimentar el atractivo de una ciudad donde uno puede hacerse un selfi meando en la calle ante la mirada impotente de un policía.
Es como un oscuro poder de atracción que ejercen los Sanfermines hacia visitantes que no respetan el patrimonio público e insolidarios con los vecinos a los que se les arrebata su derecho a descansar y que, a cambio, producen gastos a la ciudad. No obstante, aunque no seamos capaces de establecer un pacto civil por la salud sanferminera, con el recuerdo del Resistiré y de la vida en pausa un par de años, intuyo que se avecinan unos Sanfermines necesariamente saludables. Ahora que se eleva el consumo de ansiolíticos y psicotrópicos, aunque uno no crea en milagros, San Fermín es curativo. Ejerce un papel terapéutico-emocional que alivia, ayuda a destensar y a reírse de uno mismo. Ejercicio de salud.
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