"La impunidad en Siria reveló a Rusia que podía tener las manos libres en Ucrania, ante las limitaciones de Estados Unidos y la Unión Europea"

Las tácticas empleadas por el ejército ruso en Siria, desde su intervención en 2015 a favor del dictador Bashar al-Asad, se han vuelto a aplicar en Ucrania, con una violencia similar. Los ataques de la aviación, misiles y unidades especiales contra personas, viviendas, hospitales, escuelas, mercados y los asedios a ciudades han sido utilizados -en un país y otro- para provocar el terror entre la población civil, obligada así a abandonar su tierra en una especie de limpieza étnica. Se contaron en Siria 270 instalaciones sanitarias destruidas. Llegan a 50 en Ucrania. La desinformación ha sido otro elemento con el que Rusia ha pretendido dar validez a sus actuaciones en ambos escenarios. En Ucrania se ha acusado al gobierno de nazi. Al Asad y Rusia consideraban en Siria que toda la oposición pertenecía al yihadismo de Daesh, al que combatir y eliminar. Vladimir Putin ocupó este país aprovechando el repliegue de EEUU y como medio para recuperar el poderío como potencia internacional. Al mismo tiempo, contribuyó a consolidar el régimen del dictador Al Asad, a punto de ser derrotado, y volvió a disponer de influencia en Oriente Próximo, después del enfrentamiento con Estados Unidos, Israel y los reinos del Golfo durante la Guerra Fría. En Siria, Rusia probó material militar, reforzó sus bases de Tartús, arrendada para 50 años, y de Jmeimim y está obteniendo importantes beneficios de contratos comerciales y de la reconstrucción del país. Sin embargo, el 90% de la población padece un empobrecimiento durísimo. Los favores se pagan y Al Asad ha apoyado en la ONU la invasión rusa y se dispone a reclutar mercenarios sirios para luchar en Ucrania. La compañía Wagner, brazo armado de Moscú en acciones exteriores, ofrece contratos de 7.000 dólares por siete meses. Como para Damasco, Moscú y la coalición internacional, encabezada por EEUU, la prioridad en la guerra de Siria era acabar con Daesh, las potencias occidentales no impidieron los ataques contra la propia población siria, cometidas por el régimen de Al Asad y por Rusia. Esa impunidad -antes en Chechenia y después en Crimea y Donbás- reveló a Rusia que podía tener las manos libres en Ucrania, ante las limitaciones de Estados Unidos y la Unión Europea. En este momento, el Kremlin pretende no quedar aislado por las consecuencias de la invasión de Ucrania y diversifica sus frentes diplomáticos. Especialmente, incrementando su dominio en Oriente Próximo, lo que le permite superar a Estados Unidos en la región y devolverle a la Casa Blanca la presión que ejerce en la guerra en Ucrania. Precisamente, algunos gobiernos de Oriente Medio no ven a Rusia como una amenaza, porque no cuestiona los sistemas de gobierno y ha ampliado las inversiones y el comercio. Washington perdió en Oriente Medio su condición de aliado fiable, debido a su desastrosa gestión en Irak, después su invasión unilateral e injustificada; su salida del tratado nuclear con Irán y las sanciones posteriores, que no han derrocado al régimen de Jamenei, y el abandono a su suerte de Afganistán. En consecuencia, se han abstenido de condenar a Rusia en las Naciones Unidas. Los Emiratos y Arabia Saudí han aprovechado la invasión rusa para marcar diferencias con EEUU. Los saudíes han tensado las relaciones con EEUU por las críticas de la administración Biden a los excesos contra los derechos humanos; las negociaciones de EEUU con Irán sobre el desarrollo nuclear, que molestan a Riad, y porque coincide con Rusia en el incremento de los precios del petróleo, que les aportan importantes beneficios. Como sucede con los capitales que algunos oligarcas rusos aportan a la dinastía de los Emiratos, a cambio de eludir impuestos. Asimismo, con la mejora de las relaciones con Rusia, el príncipe Mohamed Salman de Arabia Saudí quiere que Putin anime a Irán a que influya en sus aliados, los rebeldes hutíes, en la guerra de Yemen para que frenen sus ataques a las instalaciones petrolíferas en tierras saudíes. Una guerra olvidada más, en la que Arabia Saudí y los Emiratos - como Rusia en 2015- prefirieron implicarse militarmente, en vez de la diplomacia, para conseguir ventajas en los conflictos. Entonces, sus aliados fueron EEUU y Gran Bretaña, y la injerencia se realizó para sostener al gobierno central contra el movimiento hutí, sin representación en el nuevo gobierno surgido de las revueltas árabes de 2001. Las consecuencias han sido terribles: 340.000 víctimas (de ellas 10.200 niños) por las bombas, el hambre y las enfermedades; destruidas las infraestructuras sanitarias y 2.500 escuelas. Después de padecer la violencia de Rusia, los resistentes sirios condenan la agresión de Putin y, a la vez, reprochan a la comunidad internacional su abandono: seis millones de refugiados en 127 países y otros seis millones desplazados internos, sumados a los cuatro millones de refugiados yemeníes. Javier Aisa Gómez de Segura Periodista especializado en Actualidad Internacional y cofundador de Espacio REDO

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