“San Fermín, que todo lo ve”

Pamplona suspende los sanfermines 2021 con nostalgia por la pandemia. Porque si algo caracteriza a la capital es su adaptación a las circunstancias. Navarra sobresale por su variedad geográfica, lingüística, folklórica e histórica, que se manifiesta en cada uno de los municipios, gracias a su repertorio cultural y festivo. Y Pamplona ha sido la primera en demostrarlo con San Fermín. Si repasamos la historia, la variedad de pueblos que visitaron o se asentaron en Navarra, como los iberos, celtas, romanos o musulmanes, trajeron sus costumbres y sus sentimientos religiosos, mezclando el poder de las fuerzas de la naturaleza con sus creencias. Había que proteger las cosechas del campo y sus ganados de las fuerzas del mal con sacrificios y ruegos a los dioses. Los primeros cristianos que visitaron la región procuraron sustituir las creencias paganas por símbolos religiosos, dividiendo las fiestas según la siembra o la recogida de sus frutos en sus cuatro estaciones. Con la ocupación de las tierras navarras por los romanos y por el consiguiente impulso del politeísmo, la comunidad cristiana de Toulouse (Galia), presidida por el obispo Saturnino, atravesó los Pirineos, para propagar sus creencias y desechar el paganismo por la región pamplonesa. Aquí entra en juego Fermín. Mucho se ha escrito sobre la existencia o no de la figura de Fermín, sin embargo tenemos constancia que durante el dominio del Imperio Romano, en el siglo III, vivía en Pompaelo una noble familia compuesta por cinco miembros: Firmo, senador local y su esposa Eugenia con tres hijos: Fermín, Fausto y Eusebia. Un dies solis (domingo), la familia de Firmo se dirigía en Pompaelo al templo de Júpiter para ofrecer sus sacrificios a los dioses, cuando en la vía se toparon con Honesto, discípulo de Saturnino, predicando su nueva religión cristiana. Firminus se detuvo y escuchó las exhortaciones y le interrogó: “Si como tú dices, nuestros dioses son falsos, muéstranos a tu Dios al que debemos adorar”. A partir de ese momento, Fermín reflexionó y aceptó su doctrina, convirtiéndose en fiel seguidor del galo; se trasladó a Toulouse y allí fue ordenado sacerdote y obispo. Después de un tiempo en Pamplona, vuelve a la actual Francia para predicar en Aquitania y, finalmente, morir en Amiens, un 25 de septiembre, hacia el año 303, de manos de un verdugo que separó su cabeza del cuerpo con un sable. El párroco navarro José Antonio Goñi Beásoain en su libro San Fermín, primer obispo de Pamplona nos abre la esperanza de su veracidad: “A pesar de que su existencia no puede testimoniarse con documentos históricos, no podemos concluir que san Fermín sea fruto de la devoción popular, de mitos o de leyendas hagiográficas. Nos consta la lápida con la inscripción Firminus M. (Fermín mártir) hallada en Saint Acheul, cerca de Amiens, lugar donde la tradición afirma que fue enterrado el santo obispo tras su martirio”. Sus restos fueron hallados en el año 615 en Francia, pero hasta 1186 y 1386 no fueron traídos a Pamplona, que se colocaron en un relicario. Su imagen, talla de medio cuerpo en madera policromada del s.XV, fue trasladada en 1696 a un templete a la nueva capilla en la iglesia de San Lorenzo. Su advocación también se representa en toda Navarra, en la basílica de Aldapa (1701), en un altar en la catedral (1710), en Lesaka, así como en la Milagrosa (2001). Con los años, estas fiestas religiosas pasaron a convertirse en festejos de la calle, de forma que en el s.XVI la iglesia no veía con buenos ojos estos actos profanos que servían “para comer, beber desordenadamente y solazar el cuerpo”. Los obispos Argáiz (1750) e Irigoyen (1769) se quejaron de los bailes nocturnos, ya que “la cercanía de los cuerpos, el contacto con las manos, las miradas cariñosas y el ardor impetuoso de la juventud arrastran a las almas a la esclavitud del demonio”. A partir del s.XX, San Fermín, copatrón de Navarra, ya no fue propiedad privada de los pamploneses, sino que, año tras año, se ha convertido en patrimonio universal donde su variada y original programación despierta el interés de miles de visitantes, porque nadie se siente forastero. Sin embargo, fruto del coronavirus, los sanfermines de 2020 y 2021 se han apagado, el silencio se palpa en Estafeta y el busto de Hemingway nos advierte “que no está para verbenas”, porque muchos de sus amigos han fallecido. San Fermín está apesadumbrado porque sus fiestas se han reducido a la mínima expresión. Sin embargo, desde lo alto de la peana, va dirigiendo el día a día de Pamplona, porque “San Fermín, que todo lo ve”, nos echa el capote en las acciones habituales de la vida. Si surgen enfrentamientos políticos, si Osasuna no mete los goles, si la vida no sonríe, allí está el santo moreno para calmar los ánimos.

“San Fermín, que todo lo ve”

Sus restos fueron hallados en el año 615 en Francia, pero hasta 1186 y 1386 no fueron traídos a Pamplona, que se colocaron en un relicario

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