"Al populismo extremista y a los separatistas solo les interesan la historia para reinventarla"

Vivimos en la política tiempos de incertidumbre, ansiedad y marketing enfrentados a la amenaza de las ideologías extremas, fuertemente ensanchadas por el eco de las redes sociales. Una amenaza política relevante es el nacionalismo radical excluyente (vasco y catalán) junto a la capacidad que le acompaña para quitar y poner gobiernos, por la desgana de los partidos mayoritarios en ponerse de acuerdo sobre asuntos básicos para el interés general. Otra amenaza, si no mayor, de igual transcendencia, es el populismo reaccionario y trasnochado, por su complicidad con el mundo separatista para ponerlos al servicio del Gobierno socialista, a cambio de avanzar en la consecución de sus rechazables y perversos objetivos: “República vasca”, “Declaración Unilateral de Independencia de Cataluña”, “indultos para los políticos presos”, “acabar con la Monarquía”, “con el Régimen del 78”, “con el español como lengua vehicular en la enseñanza”, “con la economía de libre mercado”…, en definitiva con el sistema. Sí, ya sé que a día de hoy, casi nada de esto se ha hecho realidad, pero todo se andará, porque lo que es innegable es que el presidente Sánchez ha cedido, de manera temeraria, una excesiva responsabilidad al extremismo de su vicepresidente. Así lo vemos gran parte de la sociedad, incluso muchos socialistas que están francamente desencantados. En todo este proceso, con un relato lleno de palabras vacías pero bellas: “progreso”, “igualdad”, “futuro”, “transparencia”, “social”, “diálogo abierto”…, el populismo extremista y el nacionalismo independentista, que casi siempre van de la mano, persiguen que el Estado adquiera responsabilidades que exceden a sus capacidades, incluso aquellas que solo pueden cumplir de forma adecuada y eficiente las empresas y las familias. Es impensable dejar el suministro de la energía en manos del Estado (modelo Cuba y Venezuela) y los centros de enseñanza privados al margen de los padres y sometidos a la política imperante. Todas “las ideologías predicadoras”, como decía el prestigioso economista y profesor de políticas públicas de Oxford, Paul Collier, en su libro subtitulado Cómo afrontar las nuevas ansiedades, se basan en el odio hacia la otra parte de la sociedad. Poco importa a estos “predicadores de la confrontación”, la pandemia, la nevada Filomena, la vacunación, el cierre de empresas o el galopante desempleo. Lo transcendente para ellos es “hacer ruido” y obtener ventaja electoral en la desgracia. Nunca ofrecen soluciones. Cuando vienen mal dadas, desaparecen eludiendo sus responsabilidades. Cuando advierten que no es lo mismo “predicar que dar trigo”, vuelven a sacar “la cabeza del tiesto” del Gobierno al que pertenecen y recuperan su política ácida, impertinente y radical, pretendiendo acabar de un plumazo con Montesquieu, controlando el Poder Judicial; reivindicando beneficios penitenciarios y excarcelaciones para asesinos de ETA con decenas de crímenes a sus espaldas y exigiendo indultos para políticos presos por el procés catalán, encarcelados por sedición y traición a España. Atrás queda aquella famosa frase de Montesquieu: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”. La historia nos dice que de continuar dependiendo de las ideologías extremas, alentaremos la conflictividad social, nos aproximaremos al colapso económico, reforzaremos las desigualdades y acabaremos con las libertades. Hoy vemos cómo los ciudadanos venezolanos huyen de su país y cómo las huestes fanatizadas de un sectario y prepotente nacionalista, Donald Trump, asaltan el Capitolio de EE.UU. Aquí, hemos visto cómo se asedió el Parlament de Catalunya por el radicalismo independentista y cómo huyó Puigdemont de su país, hoy elevado a “los altares del reconocimiento” por el vicepresidente Iglesias, al compararlo con los exiliados republicanos huidos durante el franquismo. Comparación indigna y rechazable a todas luces, pues ni España es, ni era cuando escapó, un país sometido a ningún régimen dictatorial, ni tampoco creo que los exiliados republicanos, que salieron de España con una mano delante y otra detrás, vivieran con el lujo, posibilidades y el salario que los catalanes y el conjunto de los españoles pagamos, de una u otra manera, a Puigdemont en su exilio dorado de Waterloo. El desvarío del vicepresidente Iglesias, firme defensor del régimen bolivariano que impera en Venezuela, solo fue respaldado por su partido y los partidos independentistas catalanes. Ya se sabe aquello que dice: “Si el socio no aplaude, malo; si “el necio” aplaude, peor”. La pandemia acabó con 109.389 negocios y 1.150.000 empleos en España en 2020. En Navarra la hostelería perdió 3.000 empleos en el último año y “lo que te rondaré morena”. Esto es lo que realmente importa a los ciudadanos. Nadie de los llamados “círculos” ha movido un dedo para investigar sobre la gestión de la pandemia y la vacunación. El sacrificio del perro Excalibur durante el Ébola requirió en su día más bronca que los más de 80.000 muertos que ya se ha llevado el covid por delante y es evidente que la campaña de vacunación ha sido claramente deficiente. Conocemos que al populismo extremista y a los separatistas solo les interesan los datos para manipularlos y la historia para reinventarla, pero para hacer frente a la pandemia y reactivar y renovar la economía es preciso y urgente no despistarnos con frivolidades ni recrearnos con utopías y planteamientos políticos excéntricos. Ojalá las vacunas recuperen el ritmo previsto y Navarra recupere la inmunidad de grupo, los hosteleros, empresarios, agricultores y autónomos tengan fuerzas para reabrir sus negocios y no sea necesario recordar aquellas palabras que ayudaron a Bill Clinton a alcanzar el éxito cuando en un debate electoral, descolocó a George Bush (padre), que hablaba de lo que no interesaba a los norteamericanos y presumía de los logros de la política exterior estadounidense, que puso fin a la guerra fría o la guerra del Golfo Pérsico, con la ya famosa frase: “The economy, stupid”.

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