Múgica y De la Cuadra, sin reconocimiento

Estamos a las puertas de la entrega del premio Príncipe de Viana a Ignacio Aranguren, el impulsor del teatro juvenil, el hombre que llevó a las aulas el gusto por las obras clásicas de nuestros literatos a través de su interpretación. Hasta ahora las nominaciones eran para historiadores, filósofos, arquitectos, pintores o músicos, sin embargo este año se ha roto con lo “estrictamente correcto” para concederlo a una persona en contacto directo con la calle, especialmente con los escolares. No obstante, hemos dejado en el tintero a dos personas ilustres que han propagado por todos los continentes las excelencias de nuestra tierra: Fernando Múgica Goñi y Miguel de la Cuadra-Salcedo. En un intervalo de diez días del mes de mayo se nos han ido dos paisanos de talla mundial, sin que Navarra les haya premiado con el máximo galardón. A veces, repito, se proponen para la concesión del Príncipe de Viana a personajes que sobresalen por su aportación a la cultura o a la ciencia, pero nos olvidamos de hombres y mujeres que han destacado por su aportación humanitaria, por arriesgar su vida o por formar a miles de jóvenes y relacionarlos con otros continentes. Efectivamente, han fallecido los eminentes navarros. Dos gigantes del periodismo y de la universalidad, que, a pesar de ser ciudadanos del mundo, siempre guardaban en el corazón su Comunidad Foral. Pero no sólo la amaban sino que la publicitaban por los cuatro costados resaltando su historia, sus paisajes y su gastronomía. Por eso, en sus pocos días de vacaciones siempre nos visitaban para revivir sus años de juventud. Fernando Múgica había nacido en 1946 en Pamplona, en el número 17 de la Plaza del Castillo, junto al casino Eslava. Su formación la desarrolló en el colegio Maristas, junto a su compañero de pupitre, el escritor Juan José Benítez. Pero su vocación era el periodismo de investigación y por eso recorrió el mundo durante 40 años como reportero gráfico y literario con su cámara Leica, de forma que se introdujo en las guerras más peligrosas del momento, como Vietnam, Líbano o Sarajevo. El pamplonés encontró en el periodismo una manera perfecta de enriquecerse como persona. Por eso reiteraba: “He estado en suburbios, en guerras, en conferencias de paz, me he entrevistado con los mandatarios más importantes del mundo y todo gracias a ser reportero. ¿En qué profesión se puede hacer eso?” Para el periodista su trabajo era un entretenimiento que le servía para influir en la sociedad y mejorarla. El interés por descubrir los secretos más insondables le llevó a investigar durante años el 11-M, embarcarse en la dirección de dos periódicos, convertirse en rey Melchor en Pamplona, aprender a tocar la trompeta o pedir a sus amigos que arrancaran la placa del número de su casa en la Plaza del Castillo para llevársela al hospital. Por eso, Múgica ha sido considerado como uno de los periodistas más importantes de este siglo. No nos habíamos repuesto del triste suceso, cuando se produjo el fallecimiento de Miguel de la Cuadra-Salcedo que se trasladó a Tudela a los cinco años. Un joven atleta campeón de España en peso, martillo y jabalina, profesor y guía del Amazonas, sin olvidar su condena a muerte, los reportajes sobre el Che, el golpe de estado en Chile o las guerras de Eritrea. Congo o Mozambique. Entrevistó a los mandatarios Perón, Reagan, Fidel Castro o Indira Gandhi. Sin duda, uno de sus mejores aciertos fue crear la ruta Quetzal en la que participaron más de diez mil jóvenes, con el fin de entablar puentes entre América y España y descubrir la similitud de culturas de ambos pueblos. Su amor a Navarra era grande, de manera que siempre que podía se acercaba a su tierra para descansar; le unía una relación familiar con el tenor Julián Gayarre y era un gran conocedor de San Francisco Javier y del Príncipe de Viana, de los cuales recitaba grandes párrafos de sus escritos. Afirmaba que era: “Vizcaíno y navarro, hispano y americano, pirata y monje, ya que la dualidad nos agranda”. En suma, De la Cuadra-Salcedo y Múgica nos han dejado un testimonio vivo de su gran corazón y humanidad. A pesar de su ciudadanía universal, nunca se olvidaron de su patria chica y estaban orgullosos de haber vivido en Navarra. Sin embargo, reitero, los navarros no hemos sido capaces de otorgarles en vida el Príncipe de Viana, un galardón bien merecido. ¿Cómo podremos resarcirnos de tan grave olvido? Sus nombres imborrables deben acuñarse en una calle, plaza o edificio público.

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