Javier Mayo, el navarro de los 25 millones de cascos

Dice que siempre va con las luces largas, un poco adelantado, así que un amigo le comentó un día que su esquela se publicará tres días antes de que muera. Con este humor abre la conversación Javier Mayo Mayo y también Mayo de tercero. “Mayo al cubo”, ataja este hombre que construyó su destino “sin esperar a que llegara”. Fundador de JAR, empresa de material de construcción que lleva vendidos 25 millones de cascos en los cinco continentes ha dedicado tiempo de su retiro a escribir un libro ‘El voy y vengo de un vaquero’, un recorrido por las tres primeras décadas de su biografía, con parada en los 30 meses que pasó en Liberia, país africano al que marchó con el fin de hacerse rico y del que regresó “con lo puesto y justo”. “Las cosas me han ido bien, pero la principio me fueron mal. Soy un soñador”, se define a bote pronto. De 84 años, nació “vaquero, en Sangüesa”. Tenía un año y algún mes cuando la familia se trasladó a Villava. “Mi padre, roncalés de Uztárroz. Éramos cinco hermanos, la abuela y dos tíos, y una tercera que se marchó monja. Diez personas y una vaquería que fue a la ruina abatida por las enfermedades de los bovinos”, apunta Javier que cambiaron la Cuenca por el centro de Pamplona. “A lo que la suerte nos diese, que no fue mucho. He sufrido la escasez que había, lo que veías en casa, desde fuera parecía que las cosas iban bien y dentro se desmoronaban”, describe lúcido y conciso. Fue a la escuela hasta los 14 años y luego empezó a trabajar, aquí y allá, “de vendedor ambulante”. Tras la ‘mili’, en 1961 con 21 años, “engatusado” o más bien entusiasmado por lo que le contó un navarro emigrado que conoció unos Sanfermines embarcó a Monrovia, “donde el 90% de los españoles eran navarros”, algunos en negocios de la madera y otros en hoteles. “En una mala tentación me fui al viejo casino de la plaza del Castillo, pero salí trasquilado y me quedé como un muñeco sin pilas”, cuenta en un pasaje de su libro. Zarpó con tres meses de inglés de academia y 175 pesetas en el bolsillo. Se empleó como vendedor ambulante de bisutería, aunque el día que vendía siete dólares le robaban un tercio de la mercancía, rememora: “Me cobraban un dólar por dormir y no lo tenía”, detalla con precisión, como si hubiera vuelto este viernes, la miseria cruda que era el calendario cotidiano de aquellas gentes. Fueron días que daban para una novela, con momentos ásperos y otros sórdidos, apenas una rendija de buenos ratos. No logró su propósito en África, pero se trajo tres cosas: “El idioma, la semilla de la empresa y el libro que vendría”. “Al regreso de Liberia, en la cafetería Miami, con dos copas de pacharán, mi amigo Jesús Osés y yo, previa aportación de mil pesetas cada uno, creamos la empresa industrias metálicas Osyma, fabricante de grapas para la construcción”, explica Javier que al tiempo vendió su parte e inició la aventura en la que navega desde entonces, en 1969, cuando fundó JAR, las siglas de Javier y Angelines Reunidos. Angelines Orofino es su mujer, con la que tiene cuatro hijos y diez nietos, cinco chicas y cinco chicos. “Hasta en esto he logrado la igualdad”, se enorgullece de que dos de sus hijas, María y Ana, estén hoy al frente de una empresa con 2.300 clientes, sin dejar de ser una sociedad familiar. Tienen 42 empleados en plantilla y 40 comerciales en las provincias españolas. Y todo este entramado arrancó en una bajera de la calle Río Ega, en la Milagrosa. De allí pasaron en 1975 al polígono de Mutilva y en 1982 ampliaron la nave. Lo mismo en 2006. Cinco años después se mudaron a a Galar y en 2012 adquieren Meplasjar, con la que suscriben la compañía Kappa by JAR. El final álgido de este recorrido sinuoso parece el despertar tras la noche envolvente de un soñador. Pero Javier Mayo confiesa una espinita. Solo una. Le hubiera gustado abrir una factoría en Estambul, por la posición estratégica de su puerto, abierto a tres continentes. “El tiempo se ha echado encima”, subraya y se consuela porque compensan los portes hasta el puerto con el robot de producción. “He sido competitivo”, se reconoce este hombre que disfruta ahora con ver crecer los árboles de su finca de Olza: “Viajar ya no quiero, he dado la vuelta al mundo”. En la empresa han habilitado una suerte de “museo” en la sala de convenciones, un periplo a través de textos, fotografías y video por la historia de Javier y de la empresa misma, sin descuidar los Sanfermines y su presencia en la plaza de Toros con singulares anuncios. Javier ha publicado la segunda edición de su libro. Otras 500 unidades que a buen seguro regalará como las anteriores.

Javier Mayo, el navarro de los 25 millones de cascos

Javier Mayo construyó su destino “sin esperar a que llegara”. Conoció la escasez, quiso ser rico en Monrovia y regresó con lo puesto, años después fundó JAR, empresa que exporta a los cinco continentes

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