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Obituarios Navarra

Alberto Dorremochea Labiano, 'Dorre', pamplonés

Sanferminero y 'voz' de la empresa Reybesa dentro de Volkswagen Navarra, se despidió así de sus amigos: "Espero que vengáis a verme siempre que necesitéis ayuda. Allí estaré. Os echaré un capote, sólo tenéis que escucharme"

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Alberto Dorremochea Labiano.CEDIDA
  • Amigos del fallecido
Actualizado el 15/03/2023 a las 21:02
El 8 de noviembre de 2021, cuando asomó por primera vez el tumor cerebral que finalmente lo ha vencido, hacía apenas dos meses que Christoph Carnol -el Astérix belga- nos había dejado. Ya en enero, una vez confirmado el peor diagnóstico, nos citó en una terraza de Mutilva, cerca de su domicilio. Un mediodía frío, pero radiante. Con un vino en la mano y la juerga de siempre. Advirtió: “Cuando escribáis el obituario, no digáis de mí que soy Obélix”. Y soltó una tremenda una risotada. Christoph y él eran grandes amigos. Difícil no recurrir al paralelismo.
Alberto Dorremochea Labiano, el Dorre, era grandote y bonachón. Tan fuerte, tan generoso, tan protector de los suyos era que todos en el grupo creíamos en efecto que de pequeño se había caído en la marmita de Panorámix, o algo así. Y que eso lo convertía en invencible: estando a nuestro lado, sabíamos que nada malo nos podía pasar. Compañeros suyos de la ikastola que padecieron algún tipo de acoso entonces lo confirman ahora: “Si os metéis con ellos, os metéis conmigo”, recuerdan que decía. Y se acababa el problema. Pues bien, mal que le pese, durante este año largo de enfermedad, el Dorre ha sido puro Obélix. Decidió que iba a proteger del dolor a su familia y luchó con todas sus fuerzas para ello. Sin quejas ni lamentos. Disfrutando como el disfrutón que era, aunque la procesión fuera por dentro. Cuenta Patricia Pérez Mariscal, con la que se casó el 16 de octubre de 2004 en la capilla de San Fermín, que estos meses últimos, más que a una aventura de Astérix y Obélix, se han parecido al argumento de la ‘La vida es bella’, la estremecedora película de Roberto Benigni: “Alberto era Guido, yo era Dora, los chicos Giosuè y la enfermedad el campo de concentración. Nos hacía creer que todo era un juego, que todo estaba bien, para que no nos viniéramos abajo”. Mira por dónde, Obélix y Guido son mellizos, y nosotros sin saberlo.
Para mellizas, las que tenían Patricia y el Dorre, que tuvo que apoyarse para no caer de culo cuando les anunciaron que venían dos, y no una. Carlota y Ane tienen ahora de 14 año; Nicolás, 17. Los tres son altísimos, como corresponde a semejantes progenitores. A su manera, también ellos han caído en una marmita: cuentan con los superpoderes de la pócima mágica de su padre para todo lo que ha de venir. Serán felices y harán a muchos felices, seguro.
Hijo de Miguel Ángel y Mirentxu, el mayor de cuatro hermanos, Alberto nació en Pamplona el 11 de junio de 1967, al día siguiente de finalizar la Guerra de los Seis Días en Oriente Medio y el mismo día en que se inauguraba el órgano de la abadía de Leyre, encargo de la Diputación. Falleció el pasado 3 de marzo, tercer peldaño de la escalera de San Fermín, él, tan sanferminero. Lo de Dorre le venía de su padre, ya fallecido, conocido por ser el ‘inventor’ del Torneo del Jamón que se celebra todos los veranos desde hace 50 en el trinquete del Club de Tenis de Pamplona. Nuestro Dorre no triunfó con la paleta de cuero, pero a cambio era un zaguero de poder jugando al frontenis y también defensa expeditivo y sin demasiada cintura cuando jugaba a futbito, que ahora se dice fútbol sala. Los Cuellitropos fueron -es un decir- un equipo de época en el Tenis; él fue pieza clave para que un año llegaran a la final del torneo.
Estudió EGB en la ikastola San Fermín. Después, hizo BUP en el Seminario y el grado básico de Formación Profesional, especialidad de informática, en Cuatro Vientos. No destacaba como estudiante, pero a cambio fue el primero en casi todo lo demás. En lo verdaderamente importante: el primero que dio un beso a una chica, el primero que se echó novia, el primero que fumó y salió por la noche, el primero que corrió el encierro, el que mejor se lo pasaba... ¡Cómo le envidiábamos los del grupo de Enériz! También, y esto se sabe menos, le encantaba la historia. Lo sabía todo sobre la Segunda Guerra Mundial. Hasta el punto de que reunió una jugosa colección de revistas bélicas que aún anda por la casa materna de la calle Sangüesa. Y por las noches se dormía simulando ataques aéreos con amplia parafernalia onomatopéyica. Cinéfilo a la chita callando, se vio todas las películas del mundo que tienen que ver con la contienda y, también, mil veces, ‘La guerra de las galaxias’, su favorita. Cosa curiosa esta vis belicosa en un tipo tan tranquilo.
El Dorre era un echado para adelante. Como no fue admitido en Empresariales, a los 19 años, se pasó el verano desbrozando el Camino de Santiago. En enero de 1991, aburrido de Pamplona, decidió que se iba a Londres a aprender inglés. Se subió a un camión de mandarinas que conducía un amigo de su hermana Arantxa y se plantó en la capital británica con una mano delante y otra detrás. Allí, durante un año y medio en el que no regresó a Pamplona, compartió pisos y hasta vivió de okupa. Hizo lo que pudo para ganarse la vida: fregó platos en un restaurante, fue pintor de brocha gorda y acabó trabajando para una empresa de rotulación que, vista su eficacia, quiso hacerle fijo. Pero él prefirió irse de vacaciones a Estados Unidos y luego, ya sí, volver a casa.
Es entonces, 1993, cuando cursa la diplomatura de Relaciones Laborales en la UPNA. Y, a continuación, tras un breve periodo como repartidor de Correos, entra en el mundo Volkswagen, en el que permanecería profesionalmente de una u otra manera hasta el final. Primero, como operario en Borgers, donde sacó rédito al inglés: al parecer, un alto cargo de la empresa iba a visitar la sede de la empresa en Cordovilla y, como no había nadie que lo chapurreara, pusieron al Dorre de traductor. Entre eso y sus habilidades, le nombraron pronto encargado.
En 1997 conoció a Patricia. “Me dio un vuelco al corazón. A este no lo suelto”, dice Patricia que pensó entonces. El suyo fue un noviazgo “fijo discontinuo”, según lo define ella misma con humor. Acababa volviendo siempre. Tan de buen comer como cocinitas, le encantaba embutirse en la mandarra y, junto a Pablo, preparar la comida o la cena de los amigos en Gazteluleku. Cuando cocinaban, la velada y, sobre todo, la posvelada prometían. “Siempre fue el más majo de todos los amigos”, confiesa una de nuestras mujeres, una de las que primero llegó al grupo, cuando todavía este -tan a la navarra- miraba con recelo la llegada de cualquier intrusa que desequilibrara el el hábitat masculino.
En 2001, justo al día siguiente de conocerse en una cena -¿dónde si no?-, Christoph Carnol lo fichó para Sip Logistics (luego, Schnellecke). Y así intimaron Astérix y Obélix, uno desde la dirección y otro a pie de obra; los dos juntos e iguales a la hora de disfrutar en el Sadar y en tantos otros lugares. La salida de Carnol en 2011 hizo que el Dorre también abandonara Sip y, al poco, se incorporara a Reybesa, empresa de carretillas proveedora de VW Navarra. Desde entonces, ha sido la ‘voz’ de Reybesa dentro de la planta de Landaben. La familia Redín, propietaria, lo consideraba un hijo o un hermano más, y lo llora amargamente.
Poli bueno en casa, cómplice muchas veces de sus hijos frente al rigor obligado de la madre, lo único que les ha repetido una y otra vez es que sean buenas personas. Los adoraba. Incluso aunque tuviera que madrugar un sábado para llevarles a sus actividades deportivas. Con ellos y con un pequeño crucifijo de plata, ha rezado mucho este último año. Sintió una repentina y profunda necesidad. Pero nunca pedía por él sino por ellos, por Patricia, por los amigos…
El Dorre ha vivido con entereza estos meses, incluso cuando desde noviembre la cosa se puso fea y empezó a perder la movilidad. Había cogido el tumor por los cuernos, hablado de él sin remilgos y hecho frente con una vitalidad que no parecía de este mundo: no iba a ser menos al final. El equipo médico se mondaba con cada aparición suya. Les llevaba pastas y chucherías cuando visitaba el hospital para las sesiones de radio y quimioterapia, que concluía siempre con el signo de la victoria y el ‘We Are the Champions’, de Queen. Ni vómitos, ni pérdida de pelo, ni cansancio: nunca tuvo efectos secundarios, como si la pócima de Panorámix le protegiese. En enero, cuando comprendió que le quedaba poco, Patricia y él se fueron a tomar un vino y una croqueta para celebrar la vida. Reunió unas pocas fuerzas y escribió de su puño y letra: “Patricia, te quiero mucho. Eres mi bastón”. Ya no volvió a referirse al tema. Murió tranquilo en el hospital San Juan de Dios, rodeado de su familia y brindando como de costumbre: ¡Un blemble!
Lo mejor de todo es que, a los días de fallecer, ya incinerado y celebrado su funeral en San Miguel, los amigos recibimos un whatsapp. Decía lo siguiente: “Os escribo desde el cielo para agradeceros haberme hecho la vida más feliz y divertida. Patricia, mi gran amor y compañera, quiere que vengáis el viernes a la capilla de San Fermín, donde habrá una misa. Luego, depositaréis mis cenizas en el columbario cerca del belga. Espero que vengáis a verme siempre que necesitéis ayuda. Allí estaré. Os echaré un capote, sólo tenéis que escucharme. Adiós, amigos. Un blemble”.
Sólo él podía hacer algo así. Invencible, inmortal, único Dorre, nuestro Obélix, que andará ahora de palique y cachondeo con Astérix. Ya lo dice Javier Velaza en ‘Salvavidas’, de su poemario ‘Los arrancados’: “Y si nada nos libra de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”. Pues eso.

El obituario lo firman Ángel Bretos, Miguel Bretos, José Luis Calatayud, Javier Errea, José María Gaínza, Alberto González, Daniel González, Juan Goñi, Luis Goñi, Alfredo Istúriz, Patxi López de Guereño, Javietxo Olaso, Dado Oslé, Iñaki Oslé, Pablo Palacios, Diego Paños, Jesús Miguel Santamaría, Paco Sanz, Carlos Securun y Fermín Vidaurreta

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