El cementerio de Pamplona del año 1806

Una Real Cédula de Carlos IV, dada el 28 de junio de 1804, estableció la obligación de construir cementerios ventilados para el enterramiento de cadáveres, en lugar de hacerlo bajo el pavimento de las iglesias, como era costumbre desde tiempo inmemorial. Para la ejecución en Navarra de lo mandado por el rey, el Real Consejo nombró comisionado a don Francisco Sáez de Tejada, el cual, de acuerdo con el ingeniero don Miguel de Hermosilla, después de haber escuchado el parecer de varios médicos de la ciudad, señaló el emplazamiento para el futuro cementerio de Pamplona “en la playa que llaman la Viurdana, sobre el camino real que se dirige al puente de Miluce y lugar de Arazuri”, paraje en el que inmediatamente se adquirió el terreno necesario, que medía l6 robadas y l3 almutadas. Se conserva un curioso cuadernillo impreso, titulado Descripción del cementerio que se está construyendo en esta ciudad de Pamplona, que lleva fecha del 22 de junio de 1806, que nos suministra algunas noticias de interés sobre lo que fue en sus primeros orígenes el Camposanto pamplonés. Como creo que serán muy pocos los lectores que conozcan este documento, he creído oportuno traerlo a estas páginas en las fechas del año en que el cementerio cobra actualidad. Dice así: “La planta o figura de esta obra es la de un paralelogramo rectángulo de 150 varas de longitud por 100 de latitud. Uno de estos últimos lados hace la fachada principal del edificio, cuya puerta de entrada (que se halla en su medio, adornada con pilastras dóricas y tiene por remate un esqueleto con la guadaña levantada) conduce inmediatamente a un pórtico o vestíbulo cubierto y un enverjado a la parte interior para impedir la profanación de la religiosa y tranquila mansión de los muertos, y es de bastante capacidad, para que desde él se dirijan los ruegos al Todopoderoso por la salud espiritual de sus almas”. UNA CAPILLA QUE NO SE HA CONSERVADO “De este vestíbu1o, y por una calle de 110 varas de longitud y 7 de latitud, formada de cipreses, se pasa en línea recta a la capilla, que ocupa la parte media de la fachada posterior del edificio, y se prolonga con la habitación de un capellán, la de dos sepultureros y dos pasos de comunicación de 44 varas hacia la fachada principal, con el ancho de 35. Un pórtico de 6 columnas dóricas, como más análogas a esta clase de obras, anuncia la referida capilla, que es de forma de una elipse prolongada y está decorada con 8 columnas dóricas entre las cuales queda suficiente lugar para que campeen la puerta de entrada y 3 altares de aspecto sencillo, pero magestuosos y muy propios para la clase del edificio”. SEPULTURAS DISTINGUIDAS “En los dos espacios que quedan entre las paredes del cementerio general y el grupo expresado se hallan dos camposantos particulares, de forma rectángula y capaces de 281 sepulturas cada uno, rodeadas de una calle de 5 varas de ancha formada de cipreses, y por las paredes del edificio y el enrejado que hay en su parte anterior, con sus puertas correspondientes, que separan estos cementerios de los de las parroquias. El uno de ellos será destinado para depósito de cadáveres de sacerdotes, así seculares como regulares, y para monjas. Y el otro, para el de la clase distinguida y empleos así civiles como militares. En las paredes del primero hay abiertos diferentes anchos o casetas para receptáculos de cadáveres de señores obispos y canónigos, y en las del segundo para señores virreyes, regentes y otras dignidades civiles y militares; de forma que todos se hallan divididos según su clase y ocupan un lugar más menos preferido, en razón a los empleos o funciones que hayan exercido en el curso de su vida”. SEIS SECCIONES PARA SEPULTURAS COMUNES “En el grande espacio que queda entre las paredes longitudinales del edificio, su fachada principal y la línea de la capilla, se encuentran distribuidos seis cementerios, cuatro para otras tantas parroquias de la ciudad y los otros dos para los hospitales militar y general, y en este último se designará también con separación un terreno suficiente para los ajusticiados”. “La calle de cipreses explicada antes, de 110 varas de longitud, que dirige en línea recta del vestíbulo a la capilla, es cortada en ángulos rectos por otras dos del mismo género, en tal disposición que dejan dividido todo el cuadrilátero en los seis referidos, con la circunstancia de que éstos son proporcionales en magnitud a los cadáveres de cada parroquia… Las paredes de estos seis cementerios, así como las de los clérigos y empleados, tienen sus nichos para la colocación de varios sujetos que hasta en la tumba quieran distinguirse de los demás (eran los primitivos panteones, de los que todavía se conservan algunos casi en su estado de origen). Estos receptáculos se podrán comprar por los ciudadanos, y cada uno los adornará a su deseo con epitafios, trofeos y caracteres de su distinción. Finalmente, en el medio de los cementerios acabados de explicar, como en los otros dos antes insinuados, hay sus osarios particulares con sus respiraderos propios y una luz encima, y las calles que circundan a unos y otros están elevadas de los camposantos por dos gradas”. Cuando se redactó esta descripción que acabo de transcribir, faltaban aún casi dos años para que la obra del nuevo cementerio estuviera enteramente acabada. Hubo que esperar hasta el 8 de marzo de 1808, en vísperas del inicio de la Guerra de la Independencia contra la invasión napoleónica, para que las autoridades citasen a las cuatro parroquias y a los dos hospitales de la ciudad, para hacerles entrega de los terrenos asignados a sus respectivas demarcaciones, una vez finalizados los trabajos de construcción. Unos meses después, el 19 de julio, una resolución dictada por el Real Consejo prohibía en lo sucesivo la inhumación de cadáveres en las iglesias, tanto parroquiales como de los conventos y monasterios, e imponía oficialmente la obligación de llevarlas a cabo en el nuevo cementerio de la ciudad. Sin embargo, hay que decir que como las familias pamplonesas seguían teniendo a sus difuntos enterrados bajo el entarimado de las iglesias de la ciudad, durante mucho se mantuvo en ellas la costumbre de poner en estas fechas encima de cada sepultura la ofrenda del pan y la lamparilla de cera y encargar a los sacerdotes que rezaran responsos en ellas. Todavía hoy se pueden ver las “fuesas” o sepulturas numeradas en el suelo de las parroquias de San Saturnino y San Nicolás, aunque los huesos se sacaron hace algunos años, y en la iglesia de Santo Domingo, donde todavía permanecen. Algunas de ellas llevan labrado el escudo de armas de la familia correspondiente, e incluso a veces el nombre de la persona o personas que fueron allí enterradas. Faltaba aún mucho tiempo para que se iniciase la costumbre de poner ramos o coronas de flores en las sepulturas. También las costumbres y tradiciones funerarias han ido evolucionando con el paso del tiempo.

El cementerio de Pamplona del año 1806

En 1804 Carlos IV obliga a la construcción de cementerios ventilados para que los enterramientos no siguieran haciéndose bajo las iglesias. Un documento de dos años más tarde da detalles de cómo era el que se construyó en Pamplona

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