Pamplona
El rostro de la estatua del Monumento a los Fueros no es de quien pensabas
La emblemática figura que preside el Paseo de Sarasate no refleja las facciones de Isabel la Católica, de otra reina medieval o un rostro imaginario, como es creencia común, sino el de la pamplonesa Rosa Oteiza Armona

Publicado el 15/06/2022 a las 20:05
Un guía turístico, rodeado de un enjambre de visitantes foráneos, relataba al pie del Monumento a los Fueros, señalando a la estatua, que “ahí arriba está Isabel la Católica”. No es difícil imaginar que los turistas achinaron los ojos buscando en las facciones de la estatua aquellos rasgos que cada cual, en su mente, atribuía a los de la reina de Castilla; si lo que vieron les cuadró o no, no lo sabemos, pero lo cierto es nadie debió objetar el comentario. En el momento de producirse esta escena, paseaba por allí un familiar del arquitecto Martínez de Ubago, autor de la obra, y él, mejor informado, no estaba de acuerdo con aquella afirmación. Al guía no debió decirle nada, aunque sí que transmitió la anécdota de manera que ésta llegó a los oídos del periodista Fernando Pérez Ollo, quien la plasmó en las páginas de Diario de Navarra.
El propio Pérez Ollo defendió en varios artículos publicados en este medio, y también en el libro ‘Mujeres que la historia no nombró’, que la estatua representa el rostro de una mujer contemporánea al tiempo en el que fue esculpida -albores del siglo XX-, una pamplonesa de vida anónima y cuyo nombre pocos de sus paisanos reconocerán: Rosa Oteiza.
En el número 22 de la calle de San Antón, en el cuarto piso, nació en 1883 Rosa Estefanía Oteiza Armona. Su padre, Miguel Oteiza Alonso, natural de Allo, era carpintero jornalero; su madre, Francisca Armona Olite, de Urroz, ama de casa. Cuando Rosa Oteiza era una joven de 18 años y “destacada belleza”, Manuel Martínez de Ubago, “el arquitecto de moda” según Pérez Ollo, recibió el encargo de realizar el Monumento a los Fueros y para el rostro de la estatua se inspiró en el de la propia Rosa, con quien se decía que mantenía un idilio. En realidad, ella mantenía una relación con el hermano de Manuel, José, también arquitecto, que a la postre fue el encargado de colocar la estatua en el pedestal.
Rosa y José tuvieron tres hijos reconocidos, pero no llegaron a casarse. Él se trasladó a Zaragoza y allí “anunció su enlace matrimonial con una señorita zaragozana en la iglesia de Santa Engracia. El día de la boda, Rosa se presentó en el templo con sus pequeños. José no pudo casarse y tuvo que abandonar la capital aragonesa y se fue a San Sebastián”.
Rosa regresó a Pamplona y contrajo matrimonio el sábado 28 de septiembre de 1918, en San Juan Bautista, con José Julián Ozcoidi Errea, pamplonés de San Lorenzo, 6 años más joven que ella y maestro. A decir de Pérez Ollo, “el matrimonio no parece que cambiara mucho la vida de Rosa Oteiza. En los padrones municipales no aparecen domiciliados juntos más que en 1940. Es más, él no figura como residente en Pamplona, ni está enterrado en el cementerio de la ciudad, y a ella la encontramos, año tras año, a veces como soltera, siempre en compañía de su madre -hasta que ésta murió en 1945- y de su hermana Benita, en la calle Compañía y luego, en Pozoblanco”.
“Doña Rosa Oteiza Armona, según los testimonios, fue hasta el final una mujer discreta, de mucho carácter y celosa de su independencia. Concedió alguna entrevista, pero no desveló trazo alguno de su verdadera vida”, continúa Pérez Ollo, quien termina por relatar una anécdota personal. “Un periodista joven intentó arrancarle algunos secretos, pero ella no reveló nada de su verdadera vida, ni siquiera de la alta dama foral, a cuyos pies pasaba a diario en su camino a San Nicolás, sin elevar la vista. Para qué. La conocía bien y la historia era ya solo suya”.
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