Inmigración
14 días en la calle de una familia con tres niñas que huyó de Marruecos oculta en un camión
Crónica del viaje de la familia con tres niñas que huyó de Marruecos oculta en un tráiler y el calvario de verse en la calle, en Pamplona, frente al silencio de la Administración que reconoce falta de recursos por la ausencia de vivienda social

Publicado el 14/05/2023 a las 06:00
El aviso llegó por teléfono una semana después de contactar con la persona que les ayudaría a escapar de Marruecos. “Vendréis ocultos en el remolque del camión, pero debéis pagar dos mil euros”. El conductor también les precisó la hora aproximada de la salida y el lugar del encuentro, un paraje solitario próximo a Melilla. Así comenzaba un viaje a vida o muerte durante tres días y tres noches, entre cajas de verdura, de una familia marroquí con tres niñas, de 12, 8 y 5 años, las mismas que aparecen en las fotografías de esta crónica. Un relato que representa la punta del iceberg de una realidad aún más profunda y que impacta de lleno en Navarra, porque nunca en la historia reciente de la humanidad habían huido de sus países tantas personas para no morir.
El cuentakilómetros de este calvario arranca un 14 de marzo al atardecer. Para poder pagar la tasa del viaje en tráiler empeñaron los pocos enseres personales que les quedaban, incluido un colgante de oro. Un familiar los trasladó en coche hasta el punto acordado. Portaban tres mochilas: una con botellas de agua y comida para varios días, otra con ropa de invierno y verano, y una tercera en la que guardaban los pasaportes, un libro de familia y algunos juguetes. La mujer se encargaba del dinero: dos mil euros para el conductor y otros mil para el alquiler de una vivienda, en Pamplona, donde querían llegar porque reside un conocido.
Una vez en el lugar establecido por el camionero, subieron al remolque. Dentro irían solos los cinco. El transportista apartó el muro de cajas y se sentaron sobre palés, en medio de la carga. A partir de ahora debían apagar los teléfonos y permanecer en silencio.
SILENCIO ADMINISTRATIVO
Han transcurrido cerca de sesenta días y el matrimonio y las tres niñas tratan de rearmarse emocionalmente. Desde este jueves viven en lo más parecido a un hogar, un dispositivo de acogida para familias que han solicitado asilo. Lo hacen después de haber permanecido catorce días en el limbo, en la calle, dando tumbos entre habitaciones de hostales abonadas por los servicios sociales, sin recibir ayudas tras nueve citas con el trabajador social, sin tarjeta sanitaria, sin padrón, sin saber dónde dormirían al día siguiente, con tres niñas sin escolarizar y una de ellas enferma; en definitiva, después de haber varado en tierra de nadie, en medio de un fuego cruzado de decisiones contradictorias de una Administración que reconoce la falta de recursos de emergencia social.
Ahora, desde la orilla de la calma, el matrimonio recuerda lo vivido. “Nos sentimos agradecidos a Pamplona y a su gente y nos gustaría quedarnos en esta ciudad tan limpia y ordenada”. Estas son sus primeras palabras antes de tirar del hilo de los recuerdos. “Cuando nos marchamos no éramos conscientes de que poníamos en riesgo nuestras vidas. Solo pensábamos en salir y salvar a nuestra pequeña, que sufre un problema de salud grave si no se medica”. También cuentan que él trabajaba como comerciante en una tienda de ropa y que además de pagar el alquiler del negocio debían afrontar el tratamiento de la enfermedad. Cualquier prueba, una radiografía, una placa, unos sencillos análisis de sangre, incluso la receta y las medicinas, un tratamiento que aquí cuesta dos euros y medio, allí supone toda una fortuna. “Cada tres meses gastábamos 300 euros en medicación y si nuestra hija enfermaba debíamos llevarla a un hospital privado, entre 150 y 200 euros la noche, porque en el público ni la atendían”. En este contexto, no les quedó otra opción que dejar de comprar la medicación. Y su hija fue apagándose física y psicológicamente, actuando en ocasiones de forma violenta contra sus hermanas. “Por eso tomamos la decisión”.
Una vez en el remolque de la huida, sigue recordando el matrimonio, les tranquilizó comprobar que en la estructura había unos orificios por el que entraba el aire. El motor arrancó y sus hijas se abalanzaron sobre sus padres. Vidas que quedaban en manos de las mafias, de los controles policiales y del miedo. Los corazones se aceleraban cada vez que escuchaban los gritos negociadores del camionero con los policías marroquíes. Mirar hacia otro lado tiene su precio.
Por suerte -subrayan la palabra “suerte” a lo largo de su relato- pudieron embarcar en el ferry. No sabrían decir si fue en Melilla. En cualquier caso, sí que memorizaron algunos sonidos. El de los perros olfateando la carga. El jadeo de la hija pequeña abrazada al padre. Las maniobras de aparcamiento en la bodega. El silencio atronador dentro del remolque, el golpe seco de la cerradura y la voz del conductor nada más zarpar: “Tú puedes salir, serás mi ayudante, pero tu mujer y tus hijas se quedan dentro”.
Fueron tres horas de espera hasta que partieron y otras ocho o nueve de navegación, calculan. Durante el tiempo de la travesía se dedicó a pasear por la cubierta y solo pudo regresar junto a su familia al amanecer, poco antes del desembarco. Su mujer observaba y las niñas dormían.
“La suerte y Dios”, dicen apuntando al cielo, les permitió mantener la esperanza. El tráiler salió del barco y se alejó del puerto unos kilómetros desviándose hacia un descampado. Pudieron respirar al aire libre y estirar las piernas. También aprovecharon para concretar la siguiente parada, en la que quedarían a su suerte.
Se apearon en un área comercial con parque infantil en Madrid. Comieron y jugaron con tanta ansia que descuidaron la mochila de los pasaportes. Y cuando fueron conscientes del olvido, al volver, ya no estaba. Alguien se apiadó al verlos perdidos y los acompañó hasta la casa de un marroquí, donde pudieron descansar tres días antes de continuar en autobús a Pamplona. Aquí habían negociado una vivienda por mil euros. Al llegar a la capital navarra, les entregaron las llaves a cambio del dinero. Pero no abrían la cerradura de la casa. Acababan de perder sus ahorros y nunca más supieron de aquel hombre.
“Sentíamos miedo por no saber dónde ir ni qué hacer. Miedo a que nos quitaran a nuestras hijas. Miedo a la enfermedad de nuestra pequeña y a dormir en la calle...”. Un compatriota los acogió un mes en un salón en el que tuvieron que vivir hacinados y después de este tiempo los echó sin contemplaciones. Hasta ese momento habían visitado al trabajador social al menos cinco veces sin recibir ninguna ayuda. Ni siquiera para alimentarse, ducharse o lavar la ropa.
Esta es la crónica de dos semanas de decisiones contradictorias que se dan entre los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Pamplona y los departamentos de Políticas Migratorias y Derechos Sociales del Gobierno de Navarra. Un diario personal que arranca en la acera de la comisaría de la Policía Municipal el 28 de abril y finaliza el 11 de mayo. “Lo sucedido a esta familia con tres niñas solo es la punta del iceberg de lo que ocurre en Navarra desde hace mucho tiempo por falta de vivienda de alquiler social”, avisa la Asociación Apoyo Mutuo, primera entidad que vistió, duchó y dio de comer en condiciones extremas a estas tres niñas antes de quedarse en la calle.

VIERNES, 28 DE ABRIL
De un día para otro se quedan en la calle con tres niñas, un par de mochilas y sin dinero. Hasta este momento nadie es consciente de la dureza del silencio administrativo. El olvido de un sistema burocrático e inoperante que exige más a las personas más vulnerables.
Las niñas no han comido ni bebido y llevan días sin ducharse. Miradas cansadas frente al edificio de la Policía Municipal. Los agentes les piden que esperen fuera. Alguien les ha comprado cinco bocadillos de tortilla con bonito y agua. Hiba y Asma, dos jóvenes marroquíes asentadas en esta ciudad, acompañan a la familia en todo momento. Al igual que un redactor de Diario de Navarra. Dos agentes se acercan y les piden la documentación para preparar el informe. La espera se demora otras dos horas. Es víspera del puente del 1 de mayo y los precios de las habitaciones de los hostales se han incrementado considerablemente. Así que solo les garantizan vales para una noche en un hostal de la comarca, sin cena ni desayuno, al que deben llegar por su propio pie. Y queda bastante lejos. Hiba y Asma, que empujan un carrito con un bebé de cuatro meses, se hacen cargo de la gravedad del asunto. Hiba carga en brazos con la menor, de 5 años, que no puede más. “Lo importante ahora es que las niñas se bañen y dormir”, asiente el padre, mostrando una sonrisa triste al entrar en la recepción.
UN MENSAJE DE AUXILIO
Al día siguiente, Tere González, coordinadora de Apoyo Mutuo, escribe un correo de auxilio a Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Pamplona. “Hemos atendido durante este mes pasado en diversos días a una familia con tres niñas. En todas las ocasiones las hemos enviado a las oficinas de Alta Exclusión en Zapatería 40 y no han sido atendidas en ningún aspecto. En ninguna de las visitas se les ha facilitado ayuda, y siempre han vuelto a nosotros buscando apoyo, además de comida y ropa. A día de hoy siguen sin empadronar, las niñas sin escolarizar, ni siquiera se les ha brindado ayuda para poder alquilar una habitación u otra necesidad. Ni bonos para la lavandería y ducha, ni la posibilidad de comer en el comedor municipal, ni por supuesto la derivación a una unidad de barrio para facilitar el empadronamiento u otras ayudas económicas. Sus datos son los siguientes: (…). Además, la niña pequeña sufre crisis nerviosas. Llora, se estira de los pelos de forma salvaje, y se queda sin poder respirar. El día que les dimos ropa, además de llevarla sucia, únicamente la pequeña llevaba un anorak y la madre y las otras dos niñas camisa y camisetas con pequeños chalecos. Hacía frío para esa ropa, mucho frío y no tenían además para comer (…). Acompañados a la Policía Municipal les han dado únicamente una noche en un hostal. Una noche, la del viernes, cuando tenemos sábado, domingo y lunes festivos. Están pasando mucho miedo por la situación. Hemos vuelto a quedar con ellos para darles algo de comida. No sé si podéis hacer alguna gestión para que les alojen en el mismo hostal hasta el martes a la mañana que se abrirán los servicios sociales. Ya han sufrido bastante”.
Sábado. Aunque no han recibido el vale del desayuno, Apoyo Mutuo se ha encargado de que no les falte leche caliente y tostadas. La recepcionista, que habla francés, les informa de que podrán quedarse el resto del día en el vestíbulo hasta que encuentren una solución. En el mismo comedor toma café una mujer con una pequeña maleta. “Ayer dormí en un portal y esta noche no sé dónde dormiré”, comenta, observando a la familia. Tendrá unos sesenta años y dice que es de Pamplona. Aparece Pello Lasa, voluntario de esta asociación, con un joven traductor. Recogen al hombre y acuden juntos a comisaría. Ha descendido la temperatura y empieza a llover.
“Pero, ¿por qué han venido desde Marruecos? ¿No podéis atenderlos vosotros?”, pregunta la agente de la Policía Municipal a Pello Lasa. “Tengo que esperar la decisión de mis superiores. Hasta entonces no puede hacer nada”, sigue explicando acto seguido. La conversación se lleva a cabo una vez más en la acera. “¿Cómo no se ha planificado qué hacer con esta familia desde el día anterior, cuando ya os explicaron la situación?”, pregunta el periodista. Silencio por respuesta.
Tres horas después, la agente vuelve a salir a la calle. “Os vamos a alojar en otro hostal de la comarca”, aclara. Un alojamiento que tampoco contempla manutención. “¿Y de qué se alimentarán las niñas durante estos tres días?”, pregunta Pello. Gracias a la mediación de Apoyo Mutuo, que contacta con Servicios Sociales inmediatamente, autorizan vales de comidas hasta el martes. En esta ocasión, una furgoneta de la Policía Municipal se encarga de recoger a la familia y trasladarla. Las niñas, al ver el coche patrulla, se abrazan. El miedo sigue muy latente. Es tal el miedo que una vez en la habitación no se atreven a salir y pisar la recepción.
Lunes, 1 de mayo. Merienda improvisada con algunos voluntarios y sus hijas, que acuden con un maletón de ropa y productos de higiene. Sentados alrededor de una mesa, mientras las niñas comparten juegos, los adultos conversan. Asma está presente y les traduce que una de las dos alternativas que ofrecen es acogerse al programa de asilo. Pero ellos no es lo que quieren, se sinceran. Y hablan por primera vez de la enfermedad de su hija y que por la falta de medicación se encuentra peor. Esta misma tarde, una vez que los voluntarios dejan el hostal, sufre un ataque de ansiedad.
Martes. La familia acude a una nueva cita con el trabajador social en la calle Zapatería, la sexta en un mes. Les comunican que han derivado su caso al Gobierno de Navarra. Podrán quedarse una noche más en el hostal y en el comedor municipal les prepararán tuppers para las comidas diarias. Por la tarde, Pello acompaña a la madre y a la hija pequeña a Urgencias para que le practiquen un chequeo y le faciliten la receta para su medicación. Regresan al hotel a las 18.30 horas, sin comer, siempre con el maletón a cuestas. Al día siguiente, les han garantizado que entrarán en el chalet de Caparroso por “vía de excepción”, puesto que este es un recurso temporal para familias que solicitan asilo. No saben bien qué significa Caparroso, pero respiran aliviados al saber que no tendrán que deambular más. Y que se empadronarán y las niñas podrán escolarizarse...
Miércoles. Se supone que hoy es el día en el que la familia dejará de dar tumbos. Sin embargo, las decisiones administrativas chocan una vez más, dejando a las personas fuera de ellas, temblando. Según Servicios Sociales del Ayuntamiento, esta familia podría entrar en este programa porque hay un párrafo en el contrato que recoge la vía de excepcionalidad. Pero en la práctica no es así.
Los voluntarios recogen a la familia en el hostal a las nueve de la mañana y la llevan a un parque de Iturrama, mientras aguardan el final de una nueva reunión. Las niñas juegan con su padre en los columpios, a 25 grados. La pequeña se pone nerviosa, llora, busca refugio entre las piernas de su madre, a la sombra. Están muy cansadas. Agotadas. A las 14 horas llega Pello de la farmacia con la medicina para la niña y los tuppers. “Vengo indignado”, lamenta. “Estaba allí esperando la trabajadora social y me dice que por qué no vienen ellos a recoger la comida para se vayan desenvolviendo... ¡Una familia que está agotada!”. El hombre y la mujer observan a sus tres hijas. Ella se queja de la tripa. Rostros de preocupación. En este momento, reciben una nueva estocada. Les deniegan de manera categórica el acceso al chalet de Caparroso porque no son solicitantes de asilo. Pero ellos se resisten. Supondría no poder regresar a su país mientras se resuelve la solicitud, por ejemplo en el caso de enfermedad o fallecimiento de un familiar.
Horas después este periódico recibe una llamada del Gobierno de Navarra. “Antes o después sabíamos que nos iba a estallar la bomba de relojería de la falta de vivienda social. Y nos ha estallado con este caso”, admiten, mientras unos y otros se siguen lanzando la pelota.
Los voluntarios regresan al hostal para comunicar a la familia que hay que seguir esperando. “No saben qué van a hacer con ellos”. La mayor de las tres hermanas, siempre en silencio y con unos ojos saltones color miel, susurra algo en francés al preguntarle cómo se encuentra. “Solo quiero estudiar”. Sonríe. Las niñas hablan un francés perfecto. “¡Se me ha ocurrido algo!”, interviene Tere. “¿Y si mañana acuden a aprender castellano al Civivox de la Rochapea con Ramón?”. Ramón Elizalde es otro de los eslabones de la sociedad que prende luz donde solo queda oscuridad.

Jueves, 4 de mayo. A las nueve de la mañana, Pello recoge a la familia y acuden juntos al Civivox para recibir su primera clase de castellano. Se ve a las niñas tan ilusionadas en el aula. Vasos de colores y un termo en la mesa. Las niñas lo anotan todo.
12.30 horas. Cita con el trabajador social. Les cambian de hostal. Otra vez deben tirar de maletas. Además, hay que recoger los tuppers. Hay mucho cansancio acumulado.
Viernes. Denuncia en el juzgado de Guardia por el robo de los pasaportes en Madrid. Las niñas se quedan en el hostal. Pello mantiene una dura conversación con el Gobierno de Navarra. “Ahora dicen que deben acogerse al asilo si quieren recibir la renta garantizada”. En cualquier caso, deja claro el Ejecutivo foral, la única solución es una habitación para cinco personas. “¿Una habitación para una familia de cinco personas es la solución? ¿Y quién la va a conseguir?”. Una de las hijas ha dibujado una casa con ella y sus hermanas dentro mientras esperaba en el juzgado. Pello ha preparado un croquis en un par de folios para explicarles con claridad en qué momento se encuentran. El lunes se acabarán los bonos.
Lunes, 8 de mayo. Bajan a recepción a las nueve de la mañana con el maletón. Se celebra una reunión entre Derechos Sociales, Políticas Migratorias, Servicios Sociales del Ayuntamiento de Pamplona y una persona de Apoyo Mutuo, que termina sin solución. “Para la una y media han convocado a la familia a una entrevista con Cruz Roja y Políticas Migratorias”, informa Pello. Las niñas también acuden. La mayor, por la tensión, al ver el rostro desencajado de sus padres, comienza a llorar y a sangrar por la nariz. No quieren solicitar asilo, están seguros, insisten. Les piden que lo piensen hasta el jueves. Mientras, les prorrogan los bonos.
Martes. Gobierno de Navarra lamenta el “error” en la información que ofrecieron a la familia en relación con la renta garantizada. Y así se lo transmiten a Apoyo Mutuo. Les citan para el día siguiente a las nueve y media de la mañana para empezar con los trámites de empadronamiento, solicitud de la tarjeta sanitaria, escolarización y solicitud de la renta. Por la tarde, la recepción del hostal es una fiesta. La felicidad de los padres ha contagiado a las niñas. Tere González les enseña palabras en castellano con un cuento. Aprenden tan rápido...
Miércoles. Acuden a la cita, pero no les dicen nada, y el matrimonio se desmorona. Nadie les ha informado de algo muy importante: los Servicios Sociales están a punto de conseguir un acuerdo para ofrecerles una solución residencial. Esta misma tarde comunican que al día siguiente van a ser finalmente alojados, por vía extraordinaria y sin solicitar asilo, en lo que llaman dispositivo de acogida para familias migrantes gestionado por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
Jueves, 11 de mayo. Diario de Navarra recibe un mensaje de Pello Lasa: “A las doce han entrado en la residencia por vía excepcional. La hija mayor me ha dicho que está muy contenta. Se termina una odisea terrible y empieza una nueva etapa, esperemos que feliz. No podemos hacer más. Al despedirme me ha entrado una llorera de felicidad”.