Infancia
Paula Vigor, madre de acogida: “Hemos tenido 23 bebés y todos son hijos desde que llegan”
Su vida cambia cuando suena el teléfono. Un menor de 6 años, muchas veces un recién nacido a quien recogen en Maternidad, necesita una familia que le proporcione el “calor de hogar” que no hallará nunca en un centro

Publicado el 06/02/2023 a las 06:00
En la entrada de la casa de Paula Vigor y Leonardo Gainza, en un pueblo de la Montaña navarra, hay una placa de cerámica con una inscripción en latín. “Patet janua omnibus cor valde magis”, dice, que podría traducirse como “Mi casa está abierta para todos; mi corazón, aún más”. Fue un regalo de bodas de un familiar que nunca pudo imaginarse lo premonitorio del detalle.
Primero llegaron los hijos biológicos, cuatro nada menos: Álvaro, Rakel, Íñigo y Dani. Después, se animaron a acoger a una niña guineana, Hermosa, que estuvo un verano y regresó para quedarse con un programa de estudios, igual que haría años más tarde Alma, la segunda niña guineana que vive con ellos.
Hace 10 años, la inquietud por “ayudar a la infancia en desprotección” les llevó a dar un paso más, y se convirtieron en familia de acogida de urgencia. “Fuimos los primeros en hacer un acogimiento de urgencia con el programa ya creado”, recuerda.
En este tiempo han pasado por su casa 23 bebés, 23. Los crían “como a hijos” durante semanas, meses, siempre con la certeza de que la despedida llegará antes o después. “Si lo que te mueve es el deseo de ser madre o padre, probablemente te va a ir mal. Si estás buscando una adopción, no te metas en esto. Nosotros somos como un vagón de tren al que el niño se sube para llegar hasta la siguiente estación”, describe en una metáfora meditada. En el andén pueden esperar los padres biológicos del menor, porque han conseguido revertir su la situación que provocó la retirada de la tutela; o algún miembro de su familia extensa, abuelos, tíos, etc; u otra familia de acogimiento, pero con carácter más estable; también una adopción. “Nosotros no intervenimos en el proceso”. Reconoce que no siempre han compartido la decisión adoptada por el Gobierno de Navarra, que es quien valora la situación del menor y lo encamina en una u otra dirección. “Hay finales que no nos gustan, muy dolorosos, porque no ves claro hacia dónde va ese niño. Eso te crea mucha ansiedad y te despides con mucha más tristeza, pero hay que asumirlo”, admite.
Pese a todo, “lo positivo pesa mucho más que todo el resto”. Acoger es un acto de pura generosidad que solo se entiende desde el “poner en el centro al niño”. “Son 24 horas al pie del cañón y cada despedida es durísima. Una no se acostumbra nunca y ha habido épocas de tener que parar. Pero no se trata de eso, sino de todo lo que puedes hacer por ese niño en ese tiempo. Si lo enfocas desde ahí, es muy gratificante”.
Saben que una llamada cambiará de un día para otro su vida durante los próximos meses. Y la esperan con ilusión. “Cuando ves el número en el teléfono te entran unas palpitaciones... Y eso lo tienes que sentir, no se aprende ni se adquiere”, describe. Según cuenta, es una sensación compartida entre las familias que forman parte del programa de urgencia. “Estamos en permanente contacto, no sentirte solos en esta aventura ayuda muchísimo. Compartimos todo, también lo material, pero sobre todo nuestras preocupaciones”. La Fundación Gizain, que depende del Gobierno de Navarra, les ofrece formación y asesoramiento, y también la asociación Magale les sirve como referente.
En Navarra solamente hay ocho familias que están dispuestas a recibir a un menor de un día para otro y, como no son suficientes, esta y otras han llegado a acoger a dos criaturas al mismo tiempo, no siempre por ser hermanos. Este es, de hecho, el mensaje principal que quiere lanzar Vigor. “Hacen falta más familias, porque los menores de 5 años no deberían estar institucionalizados. Tener adultos de referencia, cariño, calor de hogar, es fundamental en su desarrollo y está comprobado que esos primeros vínculos, si se hacen bien, ayudan después a establecer los siguientes”, explica Vigor.
Quizá el caso de las acogidas de urgencia sea el que requiere una familia con unas circunstancias más complejas de reunir. Para empezar, uno de los dos adultos “no puede trabajar”. Este es el caso de este matrimonio. Él tiene una clínica veterinaria en Burlada y ella, bióloga de formación, dejó su profesión para volcarse con la infancia más vulnerable. “No me pesa, trabajé muchos años y no lo echo de menos. Donde me siento realizada es en esto”, sostiene. En el programa de urgencia, las familias reciben una prestación de 750 euros al mes. “Pensamos que es insuficiente, cualquiera que haya tenido hijos lo sabe. Pero es obvio que nadie lo hace por eso. Mucha de la gente que entra ni siquiera sabe que hay una prestación”.
LLANTOS Y PREGUNTAS
Cuando los bebés de acogida comenzaron a llegar, ya había cinco niños en la familia. “Lo asumieron con facilidad, otro más”, decían. Mucho más complicadas han sido algunas despedidas. “Los hay que han llegado de bebés y se han ido con 2 años, llamándonos mamá, papá, hermano. ¿Pero por qué no se queda?, nos decían”.
Han tenido que lidiar, también los hijos en sus épocas de exámenes, con el llanto continuo de algunos de estos bebés. “La casuística es variada, pero nos llegan muchos bebés de madres con adicciones. Son mujeres que necesitan cuidarse a sí mismas antes de cuidar a un hijo”, desarrolla. “Estos niños suelen tener síndrome de abstinencia y requieren de un gran seguimiento médico”.
La primera tentación que aparece cuando uno se asoma a las circunstancias de estos menores es la de “juzgar a los padres”. “Pero mostrar el máximo respeto por la familia biológica y la historia de vida de cada niño es otro de los pilares del acogimiento, haya pasado lo que haya pasado”, remarca Vigor. Durante todo el acogimiento se establecen visitas en puntos de encuentro, “aunque nosotros no asistimos”.
A sus 56 años, 61 su marido, le resulta “doloroso” pensar que algún día habrá que poner punto y final a esta aventura, que empezaron también movidos por inculcar a sus hijos “que no todos los niños tienen lo que ellos sí tenían: una familia”. “No me arrepiento en absoluto de nada, en la balanza lo positivo supera a lo negativo”. De momento se conforma con seguir reservándose unas semanas en verano para marcharse a Guinea con la ONG Sonage, de la que es secretaria. “Procuro no tener bebé en esos meses pero, si lo tengo, no me voy. Nunca he cesado un acogimiento a la fuerza”.
A la vuelta tocará esperar una nueva llamada que haga palpitar el corazón de la casa con las puertas más abiertas de la Montaña.