Obituario
José Antonio Álvarez, ‘Toñín’, un músico al servicio de los demás

- Isabel y Laura Álvarez
El pasado 16 de julio falleció nuestro padre, José Antonio Álvarez Iriarte, Toñín, después de dos años de padecimientos por el maldito cáncer. Nos gustaría recordarlo, sin embargo, con la satisfacción de saber que tuvo una vida plena y llena de alegrías.
En todas partes ha dejado una inmensa huella: en Falces, su pueblo natal, adonde le encantaba regresar para estar con su cuadrilla de tíos y primos; en Pamplona, su ciudad de residencia, donde fraguó muchísimas amistades, especialmente en el Poziko y, cómo no, en Pueyo, el pueblo de su mujer y su pueblo de adopción, en donde sabemos que se va a notar mucho su ausencia.
Nuestro padre se definía como músico, pues la música fue su vida desde niño, cuando empezó a tocar la caja en la banda de Falces y con su padre, nuestro abuelo Perico. Se profesionalizó como batería en la Orquesta Amanecer, cuyos compañeros se convirtieron en grandes amigos que mantuvo siempre. Con esta orquesta fue por toda España acompañando a los cantantes famosos de esa época y, sobre todo, amenizando las fiestas de multitud de localidades. En especial, recordaba la verbena de fiestas de Barásoain, en donde había conocido a nuestra madre, Merche Berango, fiestas a las que volvían todos los años para celebrar ese encuentro tan decisivo.
Aunque, posteriormente la vida laboral le llevara por derroteros inmobiliarios, él seguía vinculado a la música, especialmente acompañando con el acordeón todo tipo de eventos familiares, viajes con amigos, sobremesas, fiestas, rondas, conciertos en residencias de ancianos y, sobre todo, en todas las celebraciones de la parroquia de Pueyo. A lo largo de más de 40 años se ocupó de acompañar con su acordeón no solo las celebraciones especiales (auroras, romerías, bautizos, comuniones, bodas, funerales) sino también, todas las misas dominicales. Y, siempre, desinteresadamente. Fueron numerosas las composiciones nuevas y adaptaciones musicales que adecuaba para cada uno de estos eventos religiosos.
Precisamente fue en “su” parroquia de Pueyo, donde los vecinos le rindieron un precioso homenaje el día de la celebración de sus bodas de oro. Bueno, ¡qué decir de sus bodas de oro! Mis padres se habían casado, cómo no, un día de santa Cecilia del año 69 y, a lo largo de 2019, las celebraron hasta cinco veces para poder estar con tantos amigos y familiares que querían acompañarles. Y es que mi padre formó con mi madre una pareja tan íntimamente unida que siempre estaban en todos los sitios los dos juntos. Aprovechamos para dar las gracias a nuestra madre, especialmente, por su entrega incansable en estos difíciles dos últimos años. Seguiremos juntándonos con ella, como cocinera jefe, en las futuras comidas familiares con sus nietos. ¡No había mejor plan para mi padre!
Nos queda el cariño inmenso que nos ha trasladado tanta gente y aprenderemos de su entrega desinteresada a los demás. Queremos recordarlo con la alegría y vitalidad que tenía antes de ponerse enfermo, a pesar de que soportó todo con mucha entereza y esperanza hasta el final, gracias a su profunda fe y de la mano de nuestra madre, que le sujetaba fuerte. Sabemos que, como buena persona que era, ya estará en el cielo y organizando, con los ángeles, la música celestial.
Las autoras son hijas del fallecido