Imanol Miqueleiz, investigador de ríos en Ithaca

Cuando a principios de este marzo el biólogo pamplonés Imanol Miqueleiz Legaz llegó a Ithaca, en el estado de Nueva York, ya había pasado lo más frío del invierno, que en enero o febrero pueden suponer temperaturas de 25 grados bajo cero. Sin embargo, es posible que los conozca: tiene por delante año y medio de estancia allí, tras haberle sido concedida la beca de postdoctorado Ramón Areces para trabajar en la Universidad Cornell en un proyecto de conservación global de aguas dulces que busca establecer prioridades de conservación, aquellos lugares del mundo donde ahora mismo puede ser más interesante realizar más esfuerzos para proteger los ríos y las especies que habitan en ellos. “Y esto en un contexto de cambio climático en el que se espera que lluvias, episodios de sequía extrema, tormentas... puedan cambiar mucho en un futuro. Puede ser muy interesante intentar anticiparnos”, expone. “A veces es mejor actuar desde ya en lugares no amenazados por el cambio climático que hacerlo cuando lo estén en el futuro, lo que no tendrá tan buenos resultados y será más caro, más complicado...”. Ithaca, “una ciudad de unos 60.000 habitantes donde la mitad son universitarios”, se encuentra a algo más de cuatro horas de la ciudad de Nueva York y a un par de las cataratas del Niágara, la frontera con Canadá. Habla Miqueleiz de su universidad como “una de las mejores del mundo” y de su supervisor, Peter McIntyre, como “uno de los mejores científicos en el campo de aguas dulces, con multitud de artículos publicados, con muchísima investigación” en torno al trabajo que está haciendo él ahora -patrones de biodiversidad- “y con colaboraciones con gente del campo de la investigación y de oenegés”, personas estas últimas, en opinión de Miqueleiz, que saben traducir la información que producen los científicos a un lenguaje que sirva a la población en general o para la toma de decisiones políticas, “información que muchas veces sin este paso no saldría del ámbito académico”. Su trabajo no es práctico, sino de análisis de datos. Y ríe recordando sus inicios en la carrera de Biología: “Para rato pensaba que acabaría dedicándome a esto... Me metí a la biología por lo que nos metemos casi todos: porque nos gustan la naturaleza, los animales, a mí en concreto la conservación...”. Pero la vida le ha ido llevando por este camino y ahora enfoca la conservación desde el análisis de datos: “Tratar patrones de distribución de especies -dónde están-; cruzar bases de datos entre sí, crear nuevas... con ese enfoque aplicado. Bien hecha esta investigación puede producir resultados que ayuden a conservar las aguas dulces. Es cierto que al hacer análisis globales no bajas a un nivel de detalle muy concreto, pero sí permite decir que en una región o zona determinada la actuación es una prioridad”. El trabajo le permite ir a hacer deporte y quedar con alguien por la tarde. La universidad y la zona en la que vive se sitúa en una colina, encontrándose el pueblo a unos 150 metros más abajo, lo que le obliga a dejar la bici que emplea para sus desplazamientos de casa a la universidad y coger el coche, “sin el que estás vendido”. Y es que casi todo el mundo vive en áreas residenciales donde solo hay casas, nada de bloques de pisos, con los comercios concentrados en el centro del pueblo y los centros comerciales, desperdigados, “no como en España, con un supermercado a cinco minutos de casa”. Vive con compañeros de laboratorio y está contento de haber llegado en un momento en que las restricciones por la covid están “bastante más relajadas” que tiempo atrás, cuando en la universidad no se daban los espacios para socializar porque todas las reuniones eran online y cuando la ciudad, “al ser tan pequeñita”, tampoco ofrecía -ni ofrece- muchos lugares para hacerlo. “Pero con el buen tiempo Ithaca se disfruta mucho por estar muy en medio de la naturaleza”. Y a él que le apasiona el monte, el trail running... la está saboreando con excursiones y visitas -“hace poco estuve con mis compañeros navegando por el río tres días en canoa”-. “En ese sentido, la ciudad es una gozada”. Le han contado que “es muy bonito el otoño, cuando los bosques cambian de hoja” -“debe ser como la selva de Irati, pero a lo enorme”-. Las cataratas del Niágara serían visita obligada si alguien fuera a verle. Estuvo en abril, con unos amigos. “Queríamos haber cogido un barquito que te remonta por el río hasta justo debajo de la catarata, para verla de cerca, pero había un metro de hielo y nieve en la zona inferior del río, así que imposible”. Le queda tiempo para disfrutarlas.

Imanol Miqueleiz, investigador de ríos en Ithaca

En la Universidad Cornell desde marzo, tiene año y medio por delante para analizar dónde realizar más esfuerzos para proteger los ríos y las especies que habitan en ellos en este contexto de cambio climático

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