Lluna, del abandono a galga 'terapeuta'

Un llanto de felicidad se escucha en una de las salas acristaladas de la Casa de Misericordia. Lluna, una galga de piel blanca con una mancha negra en el ojo, a modo de parche pirata, se despide provocando un revolcón de emociones. La perra levanta las patas delanteras y las coloca sobre las manos de Mari Cruz Castuera, de 85 años, en silla de ruedas, y ella corresponde con las palmas sobre el rostro y lágrimas de alegría. “Nunca he tenido perros, pero siento tanta emoción al sentirla”, expresa de esta manera la emoción, arropada en todo momento por Montse Pérez Huguet, Técnica en Intervención Asistida con Animales (IAA), y la sociosanitaria de la residencia, Jerusalén Pérez Lacruz. “Estas intervenciones con los perros consiguen aflorar tantas emociones en estas personas”, describe la trabajadora del centro. “Les motiva y anima a recordar sus vidas en sus casas”. A su lado, Beatriz Mainz, invidente desde 2013, reclama con su voz a Lluna. Y al acariciarla también sale de su interior un torrente que estremece. Así finalizaba el miércoles a las siete de la tarde la última sesión de terapia asistida impartida en esta residencia de Pamplona. “Aquí reímos y lloramos. Los animales pueden desencadenar comportamientos divertidos que provocan alegría y risa”, explica la técnica canina. “Son una potente herramienta que mejoran el estado mental y también sus impedimentos físicos”. Jerusalén Pérez (sociosanitaria de la Casa de Misericordia) y la residente Mari Cruz Castuera acarician a la galga Lluna en una sesión de terapia asistida celebrada el jueves por la tarde. IVÁN BENÍTEZ EL DOCTOR PEYO Hace unos días el concurso de fotoperiodismo más prestigioso del mundo, World Press Photo, publicaba una de las imágenes candidatas este año a ganar el premio. En ella se puede ver a Marion, una paciente con cáncer de 24 años abrazando a su hijo Ethan, de 7, sobre una cama de hospital, mientras un caballo se acerca y hunde su testuz sobre la madre e hijo, dejándose acariciar. La imagen se tomó en la Unidad de Cuidados Paliativos Sélene del Centre Hospitalier de Calais, en Francia, por el fotógrafo Jeremy Lempin. Al caballo, lo llaman “doctor Peyo”, trabaja con su entrenador, Hassen Bouchakou, en Les Sabots du Coeur, una organización dedicada a la terapia asistida con animales y a la investigación científica sobre este tema. Montse Pérez aún no ha visto la fotografía del doctor Peyo, pero tampoco le sorprende la transcendencia del instante. Hace tiempo desarrolló con sus dos perras, Lluna y una golden retriever, Mel, el proyecto “Llunia” con el que trabaja el despertar de las emociones. Caballos, perros, gatos, pájaros, incluso conejos, cualquier animal de compañía puede proporcionar un valor añadido en la relación con el ser humano, sigue explicando Montse. Los animales son capaces de reducir la ansiedad y el estrés, incluso reducir la presión arterial, aclaran otros especialistas, mejorando la frecuencia cardíaca y ayudando a controlar el dolor. Este tipo de terapia con mascotas se usa en entornos clínicos relacionados con lo psicológico y cuidados paliativos. “Numerosos estudios, apunta la educadora canina, han demostrado que el hecho de mantener contacto con un animal, en nuestro caso con Lluna o Mel, no solo aporta beneficios físicos. También disminuye la presión sanguínea y arterial en aquellas personas con altos niveles de ansiedad, reduce el estrés, promueve el bienestar y la relajación con el simple hecho de tocarlos o acariciarlos y fomenta la actividad física y relaciones sociales al tener la motivación de interactuar con ellos”, subraya. Beatriz Mainz Arguedas, de 76 años, perdió la vista en 2013. Abrazar a Lluna le ayuda a recordar los momentos en su casa con sus perros. IVÁN BENÍTEZ Según la clasificación de la Federación Cinológica Internacional, algunas razas caninas son consideradas como “perros de trabajo”. En este estudio, dicen, se encuentran los denominados perros de asistencia y los de terapia. Los primeros han sido adiestrados para ayudar a personas con discapacidad física o intelectual en el desarrollo de las labores propias de la vida cotidiana. Por otro lado, los perros de terapia “sirven como facilitadores de la misma”. Es decir, funcionan como elemento de apoyo para que la educadora canina, técnica o guía que conduce la sesión (psicólogo, psiquiatra, fisioterapeuta, sociosanitaria, etc.) logre mejores resultados con su paciente. LA HISTORIA DE LLUNA Lluna tenía tres meses cuando llegó a la vida de Montse y su pareja. La adoptaron en la protectora Más Vida de Toledo. El galguero, según le contaron a Montse, abandonó a la madre, a Luz, así se llama, porque no quería hacerse cargo de la cesárea de urgencia. Incluso, amenazó con matarla con un palo si no la aceptaban en la protectora. Al final, después de tres días de parto, nacieron 14 cachorros. Se salvaron cuatro, entre ellos Lluna. Montse no se encontraba en un “buen momento laboral”. En ese periodo trabajaba en el sector comercial, pero a ella lo que realmente le motivaba era el trato humano, la relación con la gente. Era un año, 2017, de constante búsqueda. Intuía un cambio. Trataba de encontrar algo que le “llenase”. Y, de repente, apareció la “galguita”. “En internet vimos unos cachorros y me enamoré de uno de ellos. Sin embargo, era consciente de que por la vida laboral que llevaba no me lo podía permitir. Una adopción exige mucho cuidado. Pero ya no podía más, lo necesitaba... Y decidimos adoptarla. Al principio, nunca nos habíamos interesado por este tipo de raza. A los galgos se les relaciona con las carreras, las apuestas y el juego. No se veían por las ciudades. Sin embargo, son algo más que una carrera”. Se empezaron a interesar sobre su carácter y al leer comprendieron que perfectamente que se pueden cuidar en una casa. Álbum confeccionado por Montse en el que aparece Lluna con unos días de vida en la protectora de Toledo junto a su madre, Luna. IVÁN BENÍTEZ Al descubrir el blanco de la piel y la mancha negra que “anudaba” a modo de parche el ojo izquierdo, lo tuvieron claro. “Hubo un flechazo. También era la más avispada de toda la camada”, sonríe al recordar. Por eso, por el blanco de su piel, luminosa como la luna, y en homenaje a su madre, la bautizaron Lluna. Y la pequeña mancha en el ojo la convirtió en la galga pirata del barrio. “No lo dudamos, contactamos con la protectora. Vinieron a casa y nos entrevistaron, se interesaron por nuestros conocimientos en el cuidado de un cachorro y con tres meses nos la entregaron”. Los inicios fueron complicados. El comportamiento de la cachorro era “muy destroyer”, vuelve a reír Montse. “ La perra sufría problemas de ansiedad por lo que había sufrido su madre en el parto. Y, claro, al volver a casa después de todo el día... Un desastre. Todo patas arriba y el piso recién estrenado”. En realidad, el vínculo de Montse con los animales se remonta a la niñez. “Mis padres me enseñaron a amarlos desde pequeña. Me enseñaron a alimentarlos a biberón desde cachorros, a correr y jugar con ellos, a darles calor…”. Y precisamente ha sido este calor que ella entregó a lo largo de la infancia, el que le ha venido de vuelta. Y cuando más lo necesitaba. “Se puede decir que al adoptar a Lluna emprendo un nuevo camino personal”, confiesa. Comienza a formarse como Educadora Canina de Perro de Terapia. Tras la mascarilla, descubre una sonrisa de satisfacción. EL DÍA QUE CAMBIÓ TODO Una tarde de incertidumbre, al regresar a casa del trabajo y abrir la puerta, Montse cae rendida en el sofá del llanto, arrastrada por la tensión laboral acumulada. Sin embargo, esta vez es diferente. Al levantar la vista, entre lágrimas, Lluna se le acerca curiosa. Y en un fotograma de vida que lo cambia todo, se miran, se acarician y, entonces, Montse se calma. Un hilo rojo invisible las va uniendo cada día. El vínculo entre las dos se fortalece. “Lluna me llena y calma la ansiedad”. Poco a poco, es consciente del “poder” de su galga. Y esta situación le lleva a reflexionar. ”Si esto me funciona a mí, a otras personas también”, piensa. Había oído hablar de las habilidades caninas y empezó a indagar más y más. Fue descubriendo un mundo detrás de la terapia asistida con animales. Se volcó en el estudio y en la formación, en Barcelona y en Madrid. “Empecé a conectar con gente que me transmitía mucho, amistades nuevas que me estaban llenando”. Paralelamente, se formaba también como sociosanitaria. Una tarde, al entrar en casa, Montse se encontró con una nueva sorpresa. No había desorden alguno. Las técnicas de adiestramiento funcionaban. Y los cursos evolucionaban. Aprendía métodos cada vez más avanzados. Desde abrir cajones a traer la ropa, encender luces, mantener objetos en la cabeza, girar una ruleta con la pata, jugar a basket... Una rutina constante de mucho trabajo basada en el adiestramiento positivo. Lluna en acción en la Casa de Misericordia de Pamplona. A la izquierda, jugando al basket y a la derecha girando una ruleta en un juego de cartas. IVÁN BENÍTEZ Lluna iba adquiriendo habilidades especiales que Montse quería poner en práctica. Por ello, a la vez que trabajaba, colaboraba como voluntaria en la Casa de Misericordia. Atrás quedaba el recuerdo del galguero a punto de matar con un palo a la madre de Lluna. “En un momento tan complicado, la galguita me servía como mi propia terapia”, prosigue Montse. “Me inicié como voluntaria con los ancianos y me sentía tan útil. Iba los miércoles y hacía equipo con los profesionales del centro, les ayudaba...”. A partir de este voluntariado, Montse confirmaba lo que ya venía experimentando: su vida y las vidas de los usuarios se transforman al contacto con Lluna. “Con estas terapias asistidas, tanto personas adultas como jóvenes recuperan la autoestima, la motivación, despiertan, abren los ojos… Hay tantos cambios”, suspira. “No es una medicina ni mucho menos, pero es una ayuda. Donde los humanos no podemos llegar, un animal sí que llega. Y más en esta época de pandemia y crisis de soledad”. TODO PARALIZADO Pero, con el inicio de la covid-19, todo queda paralizado, incluido el voluntariado en la Meca. Y coincide que en su trabajo la despiden. “ Y te hundes. Te preguntas qué vas a hacer después de tantos años dedicándote al comercio en el mundo laboral. ¿Y qué haces? Entregas el currículum, pero con 53 años... Y me doy cuenta de mis limitaciones cuando una persona me dijo que las barreras me las estaba poniendo yo. Y me recuerda que tengo mucho potencial para trabajar con los perros y ayudar a la gente. “No tengas miedo”, me dijo. “Lánzate”. Ahí es cuando por arte de magia los sueños se empiezan a hacer realidad”. Una vez superados los meses de confinamiento, los profesionales de Casa de Misericordia necesitan que los perros de terapia asistida regresaran con los usuarios tras el periodo de encierro en las habitaciones. Y la volvieron a llamar. “Y, claro, esta vez sin trabajo, les dije que no podía seguir como voluntaria. Les entregué un proyecto, aceptaron y empezamos”. Después de mucho tiempo confinados, se acercó a un mundo diferente al que ya conocía. “Los ancianos estaban en su mundo, no hablaban. Eran extraños en un nuevo mundo. Tanto tiempo encerrados...”. Pero no tardaron en despertar y recuperar la ilusión. Desde entonces, el proyecto Llunia sigue creciendo. Y sus raíces se expanden con el único objetivo de calar tanto en pequeños como en mayores, poniendo especial énfasis en los colectivos más vulnerables, en personas con alguna discapacidad, en la salud mental, los colegios y los centros penitenciarios. + Para contactar: www.llunia.com

Lluna, del abandono a galga 'terapeuta'

La educadora canina Montse Pérez, de 53 años, adoptó a Lluna con tres meses de edad cuando fue abandonada en una protectora de Toledo. En la actualidad, ayudan a las personas a través de intervenciones asistidas

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