Las fotos de Enrique Pimoulier no dejan de viajar

Un domingo, de vuelta a casa, su madre le preguntó qué había hecho con la paga, y el niño le contestó que se la había dado a un hombre que pedía. “Pero si se la va a gastar en la taberna…”, deslizó ella. “Bueno”, resolvió el chaval, “si así es feliz…”. La anécdota la cuenta María Jesús, la hermana mayor de Enrique Pimoulier Laspeñas, ante un salón de actos del Palacio de Condestable que en la puerta ha debido colocar el cartel de que ya no se puede entrar porque se ha completado el aforo de 144 plazas. Quien está dentro lleva hora y media escuchando hablar sobre el fotógrafo pamplonés, fallecido el 27 de mayo del año pasado a los 67 años. Y su hermana ha querido compartir esa anécdota, como cierre, para mostrar que el aspecto empático y humanitario le acompañó a él desde muy niño. Y es que esas cualidades se han resaltado de Pimoulier en estos minutos. Es la forma de entender cómo convirtió en su pasión la fotografía humanitaria, a la que se entregó durante tres décadas con numerosos viajes a más de veinte países y con su colaboración con oenegés como Médicos del Mundo, Tierra de Hombres, Mundu Bat, Compartir Navarra o Juan Bonal. Por eso, una selección de esas fotos, 83 de un legado de 100.000, se exponen ahora en Condestable hasta el 23 de abril en un homenaje de su familia que ha contado con la ayuda para organizarla de la agencia de comunicación Tantatic y de la ong En tu nombre / Zure izenan, de la que Pimoulier era presidente. “Al aita no le gustaba ser centro de atención. Ni siquiera celebrar su cumpleaños, siempre en petit comité…”. Leire sonríe con su comentario. Tiene 35 años y es la hija mayor de Enrique. Ha llegado a Condestable, igual que su hermana, Luisa, de 21 años, mucho antes de que comience una mesa redonda en la que amigos, fotoperiodistas y cooperantes van a hablar sobre su padre. A partes iguales de sonrisa y emoción discurre la charla con ella, en el patio, frente a varias de las fotografías en cuya elección también ha participado. “No le gustaban los homenajes, pero se nos quedó la espinita clavada de hacer algo, y pensamos que una exposición podía ser un reconocimiento a todo lo que él había hecho”. Y comenzaron en serio en diciembre, unos días después de la gala de los galardones de Navarra Televisión para la que ya habían tenido que seleccionar fotos de su padre al concederle el Premio Honorífico. “El aita ha hecho fotos de todo: se ha dedicado a la fotografía publicitaria, de documentación, de cultura, de fiesta, de Navarra… Pero lo que le gustaban eran los viajes, y pensamos que, si iba a ser un homenaje a él, las fotos de los viajes tenían que estar en la exposición”. Zambullirse en su ordenador “fue la locura”. “Igual tenía 100.000 fotos solo de la criba de viajes, y no sabíamos cómo las tenía organizadas”. Pero los criterios que se impusieron les ayudaron: las editadas por él -“que tuvieran su sello, por la importancia que daba a la luz y a los colores”-; “las míticas, las asociadas directamente a él, como la trilogía Viaje a la luz”, en referencia a la secuencia en la que recogió cómo le cambiaba el rostro a una mujer mauritana con lesiones oculares al colocarse unas gafas por primera vez, y “las tal vez no tan conocidas pero a las que él ha dedicado tiempo y tiempo y a las que tenía especial cariño”. Además, que se viera la evolución de su fotografía, aquellos primeros viajes donde primaba el blanco y negro que dieron paso a la edición cuando la fotografía se convirtió en digital. Enumeraron la veintena de países en los que había estado: Palestina, Filipinas, Colombia, el Congo, Etiopía, Ruanda, India, México, Guatemala -“recuerdo de cría que siempre decía que quería jubilarse en Guatemala porque le encantaba el país, pero cuando volvió en 2008 dio un cambio radical: estaba viendo el país muy distinto, por la violencia, y se llevó mucha tristeza”-, Bolivia, Ecuador, Vietnam, Cuba, Mozambique… Y tras anotar en qué fechas, trataron de rescatar fotos de todos los viajes. Una preselección de 500 les llevó a las 83 que se exponen en Condestable, desde inicios de los años noventa hasta las de 2013. LA VIDA TRAS LOS ROSTROS Leire y Luisa se quedan mirando el retrato de una niña que posa seria ante la cámara y a la que, cubierta con un hijab, solo se ve el rostro. Fechada en 2013, Pimoulier la realizó en el barrio musulmán de Hallahabad de la India. “Es una niña musulmana. Recuerdo que la publicó en Facebook tras un atentado islamista. Fue, como dijo, su pequeño homenaje a esa comunidad que estaba siendo castigada por unos pocos y discriminada por tantos”, cuenta Leire. Y es que a través de sus fotografías daba voz a los más débiles, lo más necesitados, a quienes sufren las condiciones de vida más duras…, en imágenes que retrataban la infancia, mujeres, personas con discapacidad, refugiados… en las condiciones más extremas, de cárcel, de conflictos armados… y en sus duras realidades del día a día. Lo dicen, ya en el acto oficial de la exposición, la teniente alcalde del Ayuntamiento de Pamplona, Ana Elizalde; la consejera de Derechos Sociales, Carmen Maeztu; su amiga y colaboradora en varias oenegés Pilar Aguinaga; el fotoperiodista navarro freelance Unai Beroiz; Javier Cañada, médico, cooperante en los años noventa y miembro de la junta directiva de Médicos del Mundo; Andrés Carbonero, director general de Protección Social y Cooperación al Desarrollo del Ejecutivo foral, y José Luis Larrión, fotoperiodista, amigo de Pimoulier durante 38 años y socio y compañero a lo largo de 33 en su empresa Larrión & Pimoulier. Además de haber fotografiado durante muchos años la vida diaria de la actividad del Gobierno de Navarra, todos resaltaron de “uno de los fotógrafos navarros con más renombre de los últimos tiempos” su compromiso con las personas más vulnerables del planeta, que era un aventurero, un viajero intrépido e incansable -decía que no sabía si viajaba para hacer fotos o si hacía fotos para viajar- y que con él “nunca faltaban una broma, una carcajada” y la palabra “amigo, amiga” con la que saludaba a los suyos. Con “un control de la luz espectacular”, como destacó Beroiz, a Carbonero siempre le ha llamado la atención la preparación de las fotos. Lo sabe porque viajó con él. “No era llegar y disparar, sino que, por ejemplo con unos niños, se acercaba y se ponía a jugar con ellos para no asustarles”. Y ya después les fotografiaba. Tal vez por eso el resultado eran imágenes “llenas de esperanza” en las que “captaba la vida detrás de esos rostros”. Con “la capacidad de mostrar la alegría de la gente, con pocas de sus fotos te marchas con el alma encogida”, remarca Carbonero. “Porque nunca lo son de tristeza: nos transmitía que una cosa es la pobreza, las diferencias y las desigualdades y otra, las vidas de las personas; que la vida es mucho más normal y compartida estemos donde estemos”. Sus trabajos le hicieron merecedor en dos ocasiones del Premio Internacional de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña, convocado por Médicos del Mundo y motivado por el asesinato de cuatro cooperantes de esta ong en 1997, tres en Ruanda y una en Bosnia. Con su obra más conocida, 'Viaje a la luz', logró el galardón en 1998. “Le acompañó siempre e irá unida a su recuerdo siempre”, resaltan de esta trilogía los ponentes. El ejemplo que cita Cañada lo confirma: el año pasado, al cumplirse los 25 años del certamen, se hizo en Madrid una selección de 90 fotos de 55 fotógrafos, siendo una del tríptico Viaje a la luz la que se escogió para representar el concurso. Maeztu confiesa que en los momentos más duros de la pandemia, cuando los días transcurrían en la sala de reuniones del departamento de Derechos Sociales, les acompañaron cuatro fotografías que Pimoulier tomó en Ruanda. “Estas imágenes nos inspiraban, nos interpelaban, nos acompañaban y nos hicieron no desistir”, recuerda, y su voz tiembla. En esa línea se mueve la exposición “necesaria” de Condestable, en palabras de Beroiz. De las 83 fotos, la favorita de Luisa Pimoulier es una tomada en el Congo, en Goma, en 2010, donde un joven en bicicleta podría quedar sepultado por los enormes paquetes de madera que acarrea. “Me gusta mucho cómo juega con el contraste de los colores y los brillos”, se decide ella. Su hermana Leire se decanta por el retrato de una mujer en México, en San Cristóbal de las Casas (Chiapas), en 2008. No sabe decir por qué. “La vinculo con él”, se emociona. Zambullirse en los archivos fotográficos de su padre ha supuesto reencontrarse en la mayor de las esencias de él, y dice que le ha ayudado al proceso de duelo. “Es una manera de despedirme pero sin despedirme porque deja su legado”, asegura. No habla solo de fotografías. También del que les ha dejado como persona, el de “ser empáticas, generosas”. “Pero él tenía algo especial. ‘Lo importante en esta vida es ser buena persona’, me decía”.

Las fotos de Enrique Pimoulier no dejan de viajar

La fotografía humanitaria se convirtió en la pasión del fotógrafo navarro, fallecido en mayo del año pasado, como muestra una exposición en Condestable con el trabajo de tres décadas en veinte países

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