Seis mujeres creadoras exigen su espacio en el inicio del festival Femkultur en Pamplona

“Uno de los mayores desafíos que enfrenté como artista y mujer es el conflicto entre que me importe alguien, amar a alguien, y al mismo tiempo permanecer íntegramente dedicada a mi arte. A los hombres en general les resulta más fácil ser egoístas, y hay que ser egoísta. Lo ideal es que te importe y no te importe. Hay que entregarse de lleno y al mismo tiempo ver las cosas en perspectiva. Los grandes actos creativos encierran siempre esta dualidad de darlo todo y después soltar para que la obra tenga vida propia”. En el comienzo este jueves en Pamplona de la segunda edición del festival Femkultur, las palabras de la pintora británica de 63 años Celia Paul en 'Autorretrato', el libro donde narra sus memorias artísticas y personales, sirvieron a Nerea Madariaga, técnica cultural y experta en gestión cultural feminista, para iniciar el jueves un encuentro con seis mujeres creadoras: la artista Alicia Otaegui, la cineasta Helena Bengoetxea, la fotógrafa y artista visual Natalia Echeverría, la directora de cine y teatro Paula Amor, la bailaora Alba Heredia y la cantante Miren. “Memorias”, continuó Madariaga sobre esa obra literaria de Paul, “con muchos de los conflictos que ocurren por ser mujer y artista e intentar compaginar una vida personal con una creativa”. Por eso quiso saber si dedicarse a una práctica artística les ha supuesto renuncias; qué obstáculos encuentran para desarrollarla; si son más complejos o duros por ser mujeres, o qué reivindicaciones urgentes aprecian. Las seis protagonizan laboratorios y espectáculos. No hubo el mismo discurso en cuanto a cómo viven las renuncias. Lo mostraron en sus intervenciones Helena Bengoetxea y Paula Amor. Porque mientras esta confesó que le cuesta “mucho” cuidar a sus amigos y a su novio porque no para de trabajar, que experimenta -“y lo siento por ser mujer”- un “sentimiento de culpa muy grande” cuando no puede estar en todo y que se obliga a buscar huecos en la agenda para lo personal, a Bengoetxea las renuncias no le frustran: si en la vida siempre hay que elegir, siempre hay que renunciar. No obstante, matizó: “Otra cosa es que desde fuera se vea que renuncias a algo que el resto esperaba que no renunciaras. Esto es para mí lo que crean los obstáculos, y de ahí me puede venir más la frustración: por renuncias que haces y sobre las que a otras personas, sobre todo hombres, no se pregunta nunca”. Tampoco siente que haya renunciado Alba Heredia, “mujer y gitana”, a quien ha ayudado proceder de una familia de artistas mientras ha debido enfrentarse a prejuicios de otras personas que han criticado querer irse a vivir sola a otras ciudades “desde muy jovencita” para desarrollar su carrera. Madre de un niño de dos años y medio, apoyó las palabras de Bengoetxea: “Muchas veces es más el rol que nos ponen y qué te dicen a qué tienes que renunciar. Pues no: no renuncio y voy con todo para adelante”. Más o menos grandes los obstáculos dependiendo de la disciplina de la que se hable, para Bengoetxea “el cine es un mundo muy jerárquico y masculinizado”, Otaegui afirmó seguir viendo en el terreno plástico “mucha falta de paridad” -“tiene que haber voluntad de igualar y de esa paridad”- y Miren, al menos en la parcela en la que se mueve, describió el mundo de la música igualmente muy masculinizado. Y no solo es que trabaje fundamentalmente con hombres (técnicos de sonido, cantantes, dj...), sino que a sus 23 años ha llegado a sentirse mal por dar órdenes. “Igual te lo dice un chico de 30 años y piensas que te está dando la solución, pero te lo digo yo y parece negativo. Para tratar con equipos donde normalmente soy la única chica he tenido que especificar mucho que somos un equipo y tener cuidado con las palabras y las formas”. Alicia Otaegui, que se unió a esa conciliación de la que había hablado Amor porque “es muy necesaria una disciplina para sacar adelante muchos proyectos”, destacó que es ella quien se encarga los suyos -“no puedo perder esa dinámica de crear”- y que le resulta “difícil rentabilizar” en los que confía. Por eso está muy agradecida a su entorno, a sus amigos. “A veces siento que soy artista porque me lo permiten, porque me facilitan muchísimo las cosas. Digo que siempre estoy de gratis, y sin eso no podría hacer muchas de las cosas que hago. He confiado mucho en mí artísticamente, pero necesitas dinero y ponerte a buscar otras actividades que no tienen demasiado que ver con tu producción artística y que, sin embargo, te van a permitir pagar facturas”, añadió Otaegui, que bebe de muchas fuentes en su creación -“y cuando algo me inquieta, empiezo a darle forma para ver cómo llevarlo a un proyecto- Sus palabras motivaron la reflexión de Natalia Echeverría, para quien vivir de los proyectos propios es muy complicado, incluyendo ahí “moverlos, tener financiación, apoyo...”. Ella no ha vivido esa renuncia a nivel social que había narrado Amor -“a lo mejor soy muy egoísta...”, deslizó Echeverría-. “Siempre estoy concediéndome el tiempo que considero para crear y expresar, que al final es la necesidad de comunicarme conmigo misma, escribiendo, pintando, haciendo fotos... Y he logrado compaginarlo con otras disciplinas que tienen que ver mucho con lo mío, como el diseño y la comunicación”. “Que no seamos invisibles”, reivindicó Bengoetxea sobre el espacio. “Los porcentajes de mujeres que levantan sus películas son mucho más pequeños que los porcentajes de aquellas que llegan y son premiadas y reconocidas: hay un desequilibrio”, añadió a quien pone nerviosa “que la mirada en el cine sobre las mujeres sea masculina”: que hablen de las mujeres, sus reivindicaciones o las peculiaridades de sus victorias desde su punto de vista. Por eso considera importante romper con esa tendencia de emplear el sustantivo de un arte como sinónimo del que hacen mayoritariamente los hombres “mientras que las mujeres hacen cine de mujeres, por ejemplo”. En este punto la moderadora planteó qué pasa con la posibilidad de una mujer de ser mediocre como artista. Tomó la palabra Miren. Conocedora de carteles “de cuarenta personas donde solo dos son mujeres”, se refirió a los freestyles o batallas de gallos en las que se repite mucho una frase de ellos hacia ellas: “No es por ser chica, sino que no tienes nivel”. “Y hay más”, siguió la cantante, “existe una romantización de la masculinidad cuando es débil: que un chico diga cosas románticas es bonito, pero si eres chica, eres una pesada”, apuntó y reconoció que al componer controla “no resultar melosa”. A la reivindicación del espacio sumó Amor la del tiempo. Señaló que “en lo inmediato el hombre se maneja con muchísima más facilidad porque tiene el espacio y está acostumbrado a opinar rápido”. Lo ha conocido en la escuela de interpretación y en los cástings de los procesos creativos, donde “el tiempo es imprescindible”, y, contraria a “becas a cincuenta mil artistas con poco dinero para cada uno”, afirmó que veinte minutos en el mundo del cásting “son un horror por la desnudez y vulnerabilidad que supone la mirada de un grupo de personas y hacer algo en ese tiempo”. “Y suele pasar”, continuó, “que los chicos resuelven cuando a las chicas, en general, les cuesta un poco más”. Por eso organiza cástings más largos para todo el mundo, “para que suceda lo que tenga que suceder en el momento en que se tenga que dar”. “Reivindicar tiempo y espacio es clave para mí”, concluyó.

Seis mujeres creadoras exigen su espacio en el inicio del festival Femkultur en Pamplona

Helena Bengoetxea, Alicia Otaegui, Miren, Natalia Echeverría, Paula Amor y Alba Heredia debatieron este jueves sobre reivindicaciones, renuncias y obstáculos

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