El pintor pamplonés Fermín Alvira cicatriza sus cuadros en el Museo Gustavo de Maeztu de Estella

Fermín Alvira Palacios (Pamplona, 1972) estaba preparando la exposición del Museo Gustavo de Maeztu de Estella cuando se dio cuenta que estaba rescatando cuadros que él mismo había desechado. Eran lienzos que incluso estaban rotos, para tirar, pero en los que Alvira reparó de pronto en un detalle, en fragmentos que le decía mucho más así que cuando formaban parte del cuadro completo. Y empezó a jugar con esta idea, a desgarrar, a mezclar cuadros y materiales, a probar con esos trabajos previos que aún tenían cosas que decir. “Experimentar es una clave del arte contemporáneo en general”, recuerda. La exposición 'Campos de resiliencia', visitable hasta el 26 de marzo en el museo, juega también en su título con dos conceptos, el de los campos de color del expresionismo abstracto americano y el de los campos de concentración, “que al final son lugares donde o hay resiliencia o te mueres”, resume el pintor. “Me dio por pensar que todos tenemos algún campo de concentración dentro”, apunta. Alvira cree que el propio arte es una forma de resiliencia, una forma de estar en el mundo y gestionar las emociones. En la muestra abundan muchos formatos distintos. Hay series sobre papel, con acuarelas de las que ha rescatado un fragmento, rompiendo la obra original, y luego recomponiéndola con el tejido deshilachado visible. “A veces en un trocito pequeño es donde pasan las cosas interesantes”, señala él. El artista aplicó esa idea de las rasgaduras, que Alvira llama “cicatrices”, de ruptura y recomposición, a diferentes técnicas. Su mujer, por ejemplo estaba satisfecha con el retrato de espaldas que le había hecho; lo que le cortocircuitó después fue que él lo rasgara delante de sus narices. “¡Me has roto!”, acertó a protestar. “Dame tiempo”, le pidió él. Así hizo, y cuando vio el resultado final montado más tarde entendió que había ganado en potencia. Alvira presenta en el museo, con el que ha colaborado desde hace mucho tiempo, collages con lienzos antiguos o cuadros desechados, incorpora tejidos, detalles como la A y P de sus apellidos bordadas en lo que fue una sábana, y que su madre le dio para trapos. “De repente me encuentro en una caja de recortes un trozo que me resulta sugerente, voy a ver cómo lo hago convivir con otro espacio que diga algo, un trozo de camiseta, telas que van apareciendo...”, señala. “La acuarela me da espontaneidad y el juego con el agua es algo de lo que no puedo escapar, me engancha mucho, es hipnótica; pero hay mezclas, acuarela, oleo, acrílico, tintas, dibujos en cuadernos de viaje...”, enumera. Alvira, que en su día estudió la especialidad de restauración, conecta mucho con ese trabajo, con prácticas como la de sacar los flecos de la tela. Aquí lo hace para evidenciar la parte más objetual del cuadro, la tela que se rasga. En la exposición hay paisaje, hay figura humana y hay abstracción. El paisaje aparece desde un punto de vista muy sintético, como una línea horizontal que divide dos espacios, sobre todo en el caso del mar, pero no sólo. En la parte más abstracta aparecen los círculos que irrumpieron en su obra hace cuatro años, cuando falleció su padre. En aquel momento no sabía por qué, pero ahora entiende que tienen connotaciones muy espirituales que se han asociado con la santidad o la eternidad. “Es una forma geométrica que no se apoya, que tiende a flotar, la más dinámica de todas, y me parece muy interesante la convivencia del círculo con las manchas más caóticas que aparecen en la convivencia con otras técnicas”, explica. También los círculos tienen cicatrices. Alvira cita una técnica japonesa,el Kintsugi, con la que se restaura por ejemplo una cerámica o una vasija rota. “A diferencia de los criterios de Occidente, donde se tiende a camuflar la rotura, allí la fractura la hacen con pan de oro, para que se vea, y de repente es lo más valioso; es una metáfora muy bonita, algo que está roto se convierte en algo mucho más valioso que antes de romperse”, explica Alvira. Las cicatrices de sus círculos él también las rellena con pan de oro. Respecto a la figura humana, presenta por ejemplo en una mano masculina y otra femenina que hablan de distintas cosas, o en retratos como el de un preso de la cárcel de Valdemoro, donde suele ir a hacer talleres de Arteterapia. “Allí hay una persona que tiene por delante una condena larguísima pero el hombre tiene una actitud super positiva, hablas con él y te dan ganas de irte a tomar unas cañas, está siempre sonriendo, tiene energía y, sobre todo, el mimo y el cariño con el que trata a sus compañeros es una cosa estremecedora”, explica. “Me pareció que no había ejemplo de resiliencia mayor”, explica. Lo ha pintado como un ángel, y las cicatrices aquí, verticales, aluden a los barrotes.

El pintor pamplonés Fermín Alvira cicatriza sus cuadros en el Museo Gustavo de Maeztu de Estella

El pintor juega con diferentes formatos y materiales en la exposición ‘Campos de resiliencia’, abierta hasta el próximo 26 de marzo

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