Los espías del siglo XXI ya no se acuerdan de la Guerra Fría

James Bond hoy quizá estaría en el paro. Los espías han cambiado al mismo ritmo que el mundo, y ahora tienen otro perfil. El escritor Charles Cumming (Ayr, Escocia, 1971) lo tiene claro. Durante la Guerra Fría el agente típico británico sería alguien como él, con su apariencia, de clase media, educado en escuela privada. En 1995 fue entrevistado por el Servicio Secreto Británico (MI6) para unirse a ellos, una experiencia que le sirvió de base para su novela A Spy by Nature. No le dieron el trabajo. “Hoy si me quisieran mandar a Pekin o Teherán o Kabul sería totalmente inútil, a no ser que pudiera hablar farsi de manera perfecta”, expone. Según contó este viernes en una mesa redonda de Pamplona Negra moderada por el periodista Javier Lorente, los espías han cambiado fundamentalmente por la tecnología, por el 11-S y, más recientemente, por la guerra de Ucrania. “Las novelas clásicas de Le Carré tienen que ver con el conflicto entre el este y el oeste de la Guerra Fría”, expone. Eran juegos gigantes de ajedrez en el mapa, sin que el lector sintieses que se jugase mucho. “Hoy tenemos esa amenaza existencial del terrorismo islámico, de un atentado suicida, y el contraterrorismo es el enfoque central de los servicios de inteligencia, parar esos atentados antes de que ocurran”, apunta. Eso también se ha trasladado a los libros. El escritor y periodista Jerónimo Andreu, (Cádiz, 1981), el otro participante en la mesa redonda, no tiene un contacto tan directo, su conocimiento de los espías es de segunda mano. De hecho, uno de sus grandes traumas, según confesó en el Baluarte, es que no le hayan llamado para ser espía. “Me lo he currado mucho”, dijo entre risas. “Estudié filología árabe y había algunos profesores que nos decían que iba gente rara y desaparecía, pensábamos que estos profesores estaban locos, pero con los años te vas enterando que van captando para que hagas trabajos”, compartió. Ganador del premio Paco Camarasa por 'El cíclope', Andreu observa una evolución en las novelas. Ya no es el juego de ajedrez lo que se le ofrece al lector, ahora se baja a otros detalles: “Se investigan empresas, o el terrorismo islámico, los perfiles de personas que se infiltran no pueden ser los mismos, se han abierto en género, raza, edad... las preocupaciones son muy distintas”. Hoy, por ejemplo, sería imposible tener varias identidades. Esa imagen del espía con pasaporte falso que entra en Berlín Este y finge ser un arquitecto que si le pillan dice que es John Smith, y es ingeniero, y cuando llaman a su oficina para comprobarlo contesta alguien del MI6 confirmando que efectivamente John Smith trabaja allí hoy sería imposible, apuntó Cumming. “Hoy tenemos Facebook, registros de banco online, de móviles, escáneres retinales, en el [aeropuerto] JFK te cogen la huella dactilar... sería imposible tener una segunda identidad falsa”. Los agentes ahora tienen que ser jóvenes o estar ya in situ en una empresa o lugar que se quiera investigar, y trabajar con su nombre real. “Si voy a Dubai ya tienen una imagen visual de mi cara, mis ojos y hay una tecnología que analiza mis andares, tienen toda esa información, no puedo decir que soy Juan González, me detendrían inmediatamente”, dijo Cumming. Hasta físicamente son de otro tipo. Los espías británicos no son soldados, aseguró el escritor, que cenó con uno el lunes pasado y cree que si se pusieran a pelear saldría ganador. “Muchas veces no tienen armas, su trabajo es conseguir información, convencer a alguien, cultivar la relación y pedirle en un momento dado una información a cambio de dinero”. El contraste con la imagen que se tiene de los espías puede venir porque, como indica Andreu, muchas veces nos la hemos creado a través de la ficción. Además estarían por un lado los “super espías”, encargados de infiltrarse, “pero luego hay toda una red capilar de espías de baja intensidad a los que se les pide aportar alguna información concreta sobre contexto, una piececita en el puzzle”, añade. Ambos autores mostraron filosofías complementarias en su trabajo. A Andreu la documentación le parece importante, pero quiere pensar que le dedica más tiempo a inventar cosas que a obsesionarse con los datos. A Cumming, por contra, no le gusta mucho escribir, le gusta la investigación. “No tengo la imaginación necesaria para ambientar una historia en un sitio como Senegal sin ir ahí, comer con las personas, andar por las calles, sentir el calor, los olores...”, declaró. Coinciden en una opinión: el factor humano sigue siendo lo esencial, por mucha tecnología que pueda ayudar a los espías. “No sabemos lo que hay dentro de la cabeza de Putin, y él no va a contar esa idea a más de cinco personas, y si lo dice no lo va a decir por teléfono, lo hará en una sala segura”, expone Cumming. “Lo vital es tener acceso a una de esas personas que van a escuchar la conversación y la única manera de hacerlo es tener relación cara a cara con ella y generar confianza”, concluyó.

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