Negociadores: no existen palabras mágicas, sí actitudes extraordinarias

Poco antes de la medianoche del 18 de junio de 2021, un hombre con problemas psiquiátricos se encaramó sin ningún tipo de protección a lo alto de una grúa de obra que se levantaba en un edificio en construcción en Pamplona, frente al Bosquecillo y al hotel Tres Reyes, negándose a bajar. Veintitrés horas después era reducido y se ponía fin al dispositivo de policías, bomberos, sanitarios y psicólogos que había evitado un desenlace fatal. De él había formado parte el negociador David González, inspector de la Policía Nacional en Pamplona, que durante horas habló con él para intentar que depusiera su actitud. Aquel dispositivo era el ejemplo de que “ningún trabajo de la policía lo hace una sola persona, y en negociadores, menos”. “Siempre somos un equipo. Porque cuando estás negociando con una persona durante doce horas, solo el castigo físico hace que te actives emocionalmente y que no seas capaz de conseguir esa emoción modulable que necesitas para ponerte en el punto de que esa persona haga lo que quieras”, explicó al auditorio de Pamplona Negra en su primer día, durante la sesión de El crimen a escena. Acababa de narrar que uno de los perfiles que se buscan en los negociadores es el de alguien socialmente cálido y emocionalmente frío. “Vas a trabajar con personas que están activadas emocionalmente: depresivas, desesperadas, que quieren matar a una tercera persona... y el negociador debe poder mantener una conversación con ella para reconocer sus sentimientos y trabajar con ellos sin dejarse arrastrar por esa emoción”. Los negociadores actúan cuando o no se sabe dónde está el foco del incidente, un secuestro o una extorsión, o porque los agentes no pueden acercarse, como los intentos de suicidio y los incidentes con rehenes y con personas con trastornos mentales. Ahí los negociadores responden a la frase en latín Verbum vincit, la palabra vence. “La mayoría de las veces abrimos el abanico, el foco de la persona que está obturada emocionalmente”. No obstante, añadió, no existen palabras mágicas, sino actitudes extraordinarias. EL YING Y EL YANG Para que el auditorio comprendiera cómo trabajan los negociadores, mostró el símbolo taoísta del yin y el yang, “que representa el fundamento de la negociación”, un círculo con una mitad negra y otra blanca donde en todo lo negro hay un punto blanco y en todo lo blanco, un punto negro, “puntos pequeños que resquebrajan al ser humano en su personalidad, los lugares por donde va a entrar el negociador para resquebrajar el miedo de esa persona, el sufrimiento que está pasando, la ira contra un tercero... Un pequeño hueco que intentamos detectar para entrar y evitar esos sucesos”. Y es que hay estudios que apuntan a que más del 50% de nuestras respuestas no están dirigidas por la razón, sino por la emoción. Con una breve explicación anatómica, el auditorio conoció que la amígdala, una parte del cerebro interno del tamaño de una almendra, controla la emoción, mientras que la corteza ventromedial vincula la razón y la emoción. ¿Y si un día no tuviéramos esa corteza, qué nos gobernaría? Lo respondió con el accidente en 1948 del capataz norteamericano de una obra de ingeniería cuando una barra de hierro le atravesó la cara, eliminándole la corteza ventromedial. Muy racional hasta ese momento, “de esas personas que llaman cuadriculadas”, se recuperó perfectamente, sin verse afectada ni su capacidad intelectual ni su raciocinio. “Pero su personalidad había cambiado: se había vuelto emocional”, describió con este ejemplo algo que ha sido replicado en otros análisis. “Esta parte del cerebro es la última que se desarrolla en el ser humano. Por eso los adolescentes son, y hemos sido, mucho más impulsivos y emocionales”. Debieron producirse debacles para que hubiera cambios en la negociación a nivel mundial. Una, el atentado de Munich de septiembre de 1972, al secuestrar un comando terrorista de Septiembre Negro, una facción de la Organización para la Liberación de Palestina, a once gimnastas israelíes. “No había equipo de negociación”, advirtió González antes de ofrecer las cifras: murieron los once atletas, cinco terroristas y un policía. La segunda debacle, el suicidio colectivo en Waco (Texas) en 1993 de 86 miembros de la secta de los Davidianos. “Había equipo de negociación, pero se descubrió que había que controlar la emoción, ya que se había negociado de forma racional, por lo que no se llegó a buen término”. El último punto de inflexión fueron los hundimientos del Titanic, en 1912 en dos horas y media, y del Lusitania, en 1915 en dieciocho minutos. En este último murieron más mujeres y niños. “No dio tiempo a que la razón actuara, a que los hombres cedieran sus sitios a mujeres y niños, más débiles, sino que la respuesta fue emocional”. Por eso una de las bazas principales de los negociadores es el tiempo: a medida que va pasando, consiguen que la activación emocional se reduzca. “En circunstancias normales el tiempo hace que la persona racionalice, que piense, y, cuando llega a la razón, es mucho más fácil poder trabajar”. Utilizó González los últimos minutos para concienciar al público sobre lo que puede hacer ante los suicidios, “la pandemia silenciosa”. Habló de dos efectos estudiados en psicología: el que advierte que, si se publicitan, pueden aumentar, y el contrario, “que si se ocultan, puede conllevar a que la gente no sea consciente de que hablando con un amigo o con un tercero y escuchando sus problemas se puede inhibir ese suicidio”. Y es que 4.000 personas se quitaron la vida en 2022, el doble que por accidente de tráfico. “Podemos tender la mano para que vean eso que no están viendo. Cambiando el marco podemos hacer que estas personas depongan su actitud. Porque en la persona que quiere suicidarse hay una parte que le agarra a la vida, que se arrepiente de esa situación que va a provocar. Vamos intentar luchar contra esta pandemia silenciosa entre todos. Salgamos a la calle y tomemos ese café, esa cerveza, con ese amigo que pensamos que puede estar mal”, cerró.

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