Ramón Andrés: "Estar liberado del individualismo atroz actual es media vida"

Hay un momento en el que Josquin Desprez se gira y le pregunta a Ramón Andrés: “¿Por qué me sigue a todas partes? ¿No se cansa?”. La respuesta es que no, no se cansa. Ramón Andrés (Pamplona, 1955) sigue de cerca al primer maestro de la escuela francoflamenca, el primer príncipe de la polifonía, desde que nace hasta que muere. Que uno viviera entre los siglos XV y XVI y el otro lo haga entre el XX y XXI no es obstáculo para que hagan juntos ese camino. El ensayista afincado en Elizondo lo plasma ahora en 'La bóveda y las voces. Por el camino de Josquin', que acaba de publicar Acantilado. Claro que para responder al compositor, Andrés utiliza sus propias palabras. Le explica que le sigue “por el incumplimiento de una ley”, de la que aventura que Josquin no habrá oído hablar. “¿Qué ley es esa?”, le inquiere, efectivamente, el músico. “La ley de la gravedad”, contesta Ramón Andrés. “Su música me lleva a no sentir mi peso”. Después de caminar juntos tanto tiempo, ¿le echa de menos? Es un camino muy largo, de hecho, empieza mucho antes que el libro. Es un compositor que me ha gustado muchísimo por su idea de la música, una idea muy arquitectónica, muy de su época, que él lleva a un grado excelso. Sí, lo echo de menos. Parece mentira, pero cuando terminé el libro, y esto no suele ocurrir, sentí como una nostalgia de haber estado en un tiempo pasado y en ese juego del ayer y del hoy. ¿Se puede entablar amistad con alguien de otro siglo? Yo la tengo. No con Josquin, sino con tantos autores. Lo que decía Borges, que los maestros pasados eran sus contemporáneos, es cierto. Yo lo siento así. Para mí, Montaigne o Nietzsche o los griegos son mi día a día. Como lo son los autores de ahora. Es una manera de entender el tiempo como una unidad, no como un pasado y un futuro, sino como un flujo presente. En este libro recorre los caminos europeos de entonces tras él, va a caballo... ¿cómo se sentía cuando terminaba el ejercicio y volvía al 2022, a su casa con la calefacción encendida? La técnica nos ha servido para tener agua caliente, para no pasar frío, pero no considero que aquella época fuera peor que ésta. Lo era en cuanto a condiciones, incluso de supervivencia. La vida era muy frágil, más que ahora. Por otra parte no tenían un concepto de tiempo tan dominado por la angustia como hoy, con el tiempo contado como cuenta atrás. Esto lo heredamos del siglo XVII,del XVIII, lo hemos convertido todo en producción, en tiempo contado. Ellos tenían un sentido de la alteridad, del otro y de lo otro, mucho más acentuada que nosotros. Para nosotros el prójimo es algo difuso, por más solidarios que nos sintamos. Estamos hundidos en un individualismo tan grande que a veces perdemos la noción del otro, de lo otro. ¿Podemos aprender de ellos para vivir más tranquilos? Sin duda. El estar liberado del individualismo atroz, de ese narcisismo que tanto se habla hoy, es media vida, literalmente. En ese sentido eran personas mucho más libres. Menos torturadas que nosotros. Llama la atención que en este momento tan duro la música ocupase un lugar central en las cortes y en los sitios de poder, algo impensable en los de hoy. La música formaba parte de una manera de entretenimiento distinta en el pueblo y en las cortes, pero, claro, no había radio, no había televisión, no había otra cosa. De hecho los músicos han vivido hasta hace bien poco de tocar en casas particulares, en las iglesias... ¿Por qué en la iglesia? Porque era la que tenía dinero. Bach, que compone mucha música religiosa, lo hace porque trabaja para la iglesia. En el momento que trabaja para un príncipe deja de componer música religiosa. La música era imprescindible. ¿Por qué es tan extraordinario Josquin, qué sintió cuando lo descubrió de adolescente? Sentí otra dimensión del espacio. Vivimos teniendo la sensación de que nos hemos apoderado del entorno, de nuestro espacio. La llegada de Josquin para mí fue el descubrimiento de un espacio en el que yo no había estado. Me pasó como con Bach, también muy jovencito. Y esta sensación nunca me ha dejado. Vemos espacios sólo con escuchar su música. Y esto me llevó a él. ¿Y el hecho de que tenga una biografía tan misteriosa acrecentó su interés? Claro. Josquin era el Johan Sebastian Bach de su época y sin embargo no sabemos prácticamente nada de él, y esto hace suponer que era una persona apartada, discreta, silenciosa, que estuvo en la corte pero de una manera un poco particular. Es una persona enigmática. ¿Hasta qué punto ha reconstruido su vida? Escribe detalles como tiene la cabeza ladeada por la timidez. ¿Lo visualiza? Claro que hay algo de imaginación, pero condicionada por una lógica. Sabemos que era un hombre pequeño, de estatura, frágil, delgado. Me lo imagino cruzando los Alpes, en las condiciones que una persona con un físico no demasiado fuerte podía suponer. Esto te da una idea de cómo lo pudo afrontar. Porque no hay ningún retrato. No. Existe un grabado, hecho a partir de un cuadro posterior a la muerte de Josquin. No sabemos absolutamente nada. En este caminar juntos a la vez encuentra paralelismos, escribe usted en lo peor del coronavirus y en aquella época tenían la peste.¿Encuentra vínculos? En el fondo el mundo, los sucesos, son los mismos. Hoy tenemos unas guerras, y antes había también una discordia plena. Costaba mucho vivir, ganarse la vida, moverse; no es cosa de los jóvenes de ahora, que tienen que marchar. Estamos sujetos a las enfermedades, como antes. Cada vez somos más fuertes pero cualquier enfermedad nos puede poner en jaque a una sociedad. Nunca estamos a salvo. Que tengamos la sensación de estarlo es un espejismo que nosotros hemos tomado por seguridad de la ciencia. Nos sentimos más inexpugnables, pero no lo somos. ¿También más débiles de espíritu, más temerosos, inseguros...? Yo creo que sí. Somos más frágiles psicológicamente porque entendemos menos la naturaleza, entendemos menos el mundo, y el habernos encerrado en nuestra intimidad, en las convicciones, el apoyarnos tanto en la subjetividad, en la autorreferencialidad... nos ha fragilizado. No sé qué pensarás de esto. Es interesante, porque muchas veces vemos a los predecesores por encima del hombro y a lo mejor tenían vidas más plenas. Sí, ese mirar por encima del hombro nos viene de la ilustración, de ese redimir el pasado como redimir al buen salvaje de Rousseau. Yo creo que hay que redimir al buen civilizado, porque ha perdido muchas nociones de su pasado. En aquella época se estaba formando la actual Europa con los enlaces dinásticos, la construcción de catedrales, la creación de una cultura europea... El devenir de Europa era precisamente uno de los temas de los Encuentros que ha coordinado en Pamplona. ¿Europa siempre se está repensando? Es verdad. Yo propuse en los Encuentros pensar Europa porque me parece crucial esa Europa tan autocrítica, siempre le estamos dando vueltas a todo. Ahora somos los culpables del mundo, del colonialismo... Pero Europa ha aportado la razón, el derecho y justicia, y todo esto es muy importante. Tenemos una tendencia a la autodestrucción. Yo creo que se han conseguido cuestiones sociales de gran relevancia. ¿Que somos un poco eurocéntricos a la hora de pensar el mundo? pues es posible. Pero si es así es por el propio hecho de haber implantado la razón, de pensar, eso te lleva a veces a posiciones poco objetivas y a entender una Europa pagada de sí misma. El hecho de que ese mundo eurocéntrico cada vez pinte menos en el mundo frente a otras civilizaciones, ¿le da miedo? ¿El mundo se regirá con otros parámetros? Pues muy posiblemente. El dinero lo está arrasando todo. Es un expolio de todo. Ahora se es muy crítico con el humanismo porque ha creado una conciencia individual. Es verdad, pero por otra parte ha sido fuente de muchas cosas. No hemos interpretado bien aquellas propuestas y nos ha llevado a ese gran individualismo que es tan depredador de todo y tan limitado en el fondo. Pero había cosas muy buenas en el humanismo. Es la primera vez que un pensamiento laico aparece como una posibilidad de construcción, como posibilidad de creación de algo nuevo, de dignificación del ser humano. A través de Josquin también aparecen algunos protagonistas de la época, incluso se permite corregir términos históricos como el de “Juana la loca” que usted cambia por “Juana la melancólica”. Bueno, ya que tiene uno la oportunidad... Josquin conoce a Leonardo da Vinci, su música es conocida en la corte de Castilla, es conocida por la reina Juana que no tenía una patología, era una melancólica, además muy característica de la melancolía, de la pasión, de la soledad... Ella amaba desesperadamente a su marido y a sus hijos, es una mujer que por circunstancias políticas se ve apartada y cae el estigma sobre ella. Imagínate, hija de los Reyes Católicos y que no va a los oficios, no va a la iglesia. Y en su largo encierro se acompañaba de la música. Era una mujer cultísima y, efectivamente, mantuvo su pequeña capilla musical, con unos cuantos cantantes y compositores que eran de grandísimo prestigio. Eran francoflamencos, como Josquin, los mejores de Europa en aquel momento. Ella busca consuelo ahí, busca consuelo en la lectura y en recordar. También cuenta usted en el libro confidencias propias, como que no lee novelas o lleva diez años sin ver televisión. Es verdad. Por lo visto al hacerse uno mayor siente menos pudor en este sentido. He contado algunas cosas de mi vida, bastante particular, sí. Leo muy poca novela. Leo mucho más ensayo y releo poesía, sobre todo porque no encuentro grandes obras hoy. Y no tengo televisor. Pero se ha abierto cuenta de instagram, curiosamente. Me han abierto. Precisamente a raíz de los Encuentros. Y tengo Facebook, pero no lo llevo yo. También aparece como un recuerdo marcado quellos castigos en la escuela, en los años 60. ¿Esos cosas no se olvidan? No. En mi generación la enseñanza era terrible, de castigos, de violencia física, de pegarnos... había mucha represión. Quizá por esa misma represión, como estábamos comprimidos, a mí se me despertaba una veta contestataria y salía generalmente bastante mal parado. Aquí donde me ves era bastante gamberro [risas]. LOS ENCUENTROS, FUENTE DE AUTOESTIMA CULTURAL Los Encuentros han dado imágenes como gente haciendo cola para escuchar a filosófos. ¿Qué balance hace? Es increíble, sí. Antes de los Encuentros hubo bastantes noches que no dormía pensando que íbamos a traer a personalidades muy importantes y estaríamos 40 en la sala. Cuando la consejera dijo que habían pensado cerca de 11.500 personas para mí fue una alegría, porque efectivamente muchos diálogos estuvieron llenísimos, como mínimo éramos 200- 250 personas, hubo muchos actos y fue muy bien. La gente estaba muy agradecida. Un amigo de Pamplona me dijo: “Ramón, he descubierto Pamplona”. Eso es importante. El hecho de haber estimulado a la ciudadanía y que el gobierno decida hacer eso cada dos años en una bienal para mí es una alegría enorme. Yo creo que a hacer mucho bien a Pamplona. ¿Seguirá al frente de la bienal? La próxima, sí. Luego ya veremos. ¿Será igual de ambiciosa? Pensamos en diez días, no trece, pero igual de ambicioso. Y mejor, quizá, porque hemos trabajado contrareloj y ahora ya sabiéndolo... yo estoy empezando a pensar. ¿Qué temas se abordarán? Más o menos los mismos, con alguna variación. Estoy pensando en los invitados, en posibles diálogos.. ¿Se queda con algún momento? Lo más importante para mí es haber traído a estas personas a Pamplona. Que hayan estado aquí. Yo creo que eso proporciona una especie de autoestima a la ciudadanía, de autoestima cultural, y esto nos va a facilitar para las próximas ediciones poder decir que aquí han estado estas personalidades de primer orden. ¿Se va sembrando también pensamiento, de algún modo? Por supuesto. Tengo algunos amigos libreros que me dicen que se están vendiendo libros de autores que nunca les habían pedido y que vinieron a los Encuentros. Las personas buscan, desean conocer.

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