Historia y Patrimonio
Sancho VII, rey fuerte y buen administrador
Uno de los reyes de Navarra más populares es Sancho el Fuerte, fruto de una alianza desigual con Castilla, que se distinguió como buen administrador y que alcanzó el cénit de su reinado en su intervención en la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212

- Luis Javier Fortún
Decir que Sancho VII el Fuerte fue fruto de una alianza desigual entre Castilla y Navarra puede resultar extraño, pero es cierto. A la vez que Sancho VI el Sabio se reconoció vasallo de Alfonso VII de Castilla, su hermana Blanca casó con el heredero del trono castellano, el futuro Sancho III (enero de 1151). En 1153 un segundo matrimonio ratificó la situación. En junio se acordó en Soria el matrimonio del rey navarro con la princesa castellana Sancha, celebrado un mes más tarde en Carrión de los Condes.
MEDIA VIDA ANTES DE REINAR
Un año después, en 1154, se sitúa el nacimiento de Sancho VII el Fuerte, sin que se pueda precisar la fecha exacta ni el lugar del alumbramiento. Fue el primogénito de cinco hermanos: Fernando, Constanza, Berenguela y Blanca. El hecho de que a los tres centrales se les impusieran nombres de la familia materna castellana indica el ascendiente que la reina Sancha tuvo sobre su marido, por más que no figure habitualmente en la documentación real. Sólo puede atribuírsele la fundación del monasterio de monjas cistercienses de Marcilla (1160).
Los padres de Sancho VII dirigieron su formación hasta bien entrada su madurez. Sancha murió en 1179, cuando su hijo ya tenía veinticinco años, mientras que Sancho VI falleció en 1194, cuando contaba cuarenta años. En las pautas de vida del siglo XII cuatro décadas era un periodo dilatadísimo, en el que el futuro rey Fuerte contempló la gran obra de gobierno de su padre, el rey Sabio. Sabemos poco de lo que hizo el heredero del trono, pero, viendo la continuidad que aplicó a la política de unificación de pechas ideada por su padre, puede intuirse una común sintonía entre ambos, aunque las circunstancias históricas dieron lugar a reinados diferentes.
Su apelativo de Fuerte provino de su estatura, que sobrepasaba los dos metros. Su contemporáneo Jiménez de Rada lo definió como hombre fuerte y valiente con las armas, pero obstinado en su propia voluntad (fortis viribus, armis strenuus, sed voluntate propria obstinatus).
Las primeras noticias sobre su actuación se retrasan hasta 1192, cuando contaba con 38 años. Dirigió una expedición en Aquitania contra el conde de Toulouse, para defender los derechos de su cuñado Ricardo I Corazón de León, rey de Inglaterra y duque de Aquitania, que estaba preso en Alemania. Le obligó a deponer su actitud y acabó casándose con su hija Constanza. Aun cuando se desconocen las fechas exactas, fue un matrimonio fugaz, que fue anulado y la noble francesa volvió a casarse en dos ocasiones. En una segunda expedición (1194), pretendía apoyar de nuevo a su cuñado para expulsar al rey de Francia de los territorios que había ocupado desde Normandía a Poitou. Sancho devastó el condado de Angulema, pero no llegó al rio Loira, porque el agravamiento de su padre le obligó a volver a Navarra.
EL ACOSO DE CASTILLA (1194-1200)
Subió al trono tras la muerte de Sancho VI (27 de junio de 1194). La primera etapa de su reinado estuvo definida por el acoso que sufrió Navarra por parte de Castilla y que condujo a la pérdida de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado. Coincidió con la presión del imperio almohade, que amenazaba a los reinos cristianos españoles. Paralelamente, la influencia navarra siguió siendo grande en Aquitania, en el contexto del enfrentamiento entre el imperio anglo-anjevino y el rey de Francia.
Navarra y León se aliaron contra Castilla, a la que atacaron en 1194. Al año siguiente los almohades derrotaban a Alfonso VIII en Alarcos y llegaban a pactos con navarros y leoneses para que no ayudaran a Castilla. Un comportamiento de este tipo, que chocaba frontalmente con el resurgimiento del ideal de cruzada, fue duramente criticado por el Papa Celestino III, que, junto al mandato de abandonar la alianza con los infieles, propuso a Sancho el Fuerte una alianza de los “reyes de las Españas”, que garantizaba la inviolabilidad de Navarra y ofrecía el reparto de los territorios que fueran conquistados a los moros, además del libre acceso desde Navarra a la zona que recibiera en el reparto (1196). En otra bula le designó con el título de rey de Navarra, que suponía el reconocimiento de pleno derecho de la monarquía navarra por parte de la Santa Sede, que desde 1134 sólo asignaba el título genérico de duque a los soberanos navarros. Una tercera bula le calificaba como hijo predilecto de la Iglesia. La alianza pontificia se deshizo cuando Aragón y Castilla decidieron aliarse y atacar a León, obligándole a firmar la paz (1197).
Liquidado este frente, Castilla podía volverse contra Navarra y atenazarla con ayuda de Aragón. La paz conseguida por la diplomacia pontificia se esfumó rápidamente y la actuación del nuevo papa, Inocencio III, no pudo evitarlo. Alfonso VIII se alió con Pedro II de Aragón en el tratado de Calatayud (20 de febrero de 1198), que acordaba el reparto de Navarra, y ambos atacaron Navarra. Pedro II ocupó Burgui y Aibar, pero no se atrevió con Sangüesa. Alfonso VIII penetró en profundidad en Navarra y conquistó Miranda de Arga e Inzura (en las Améscoas). Ante la magnitud del ataque, Sancho VII buscó la ayuda financiera del obispo de Pamplona para sostener la guerra y con ciertas promesas logró la retirada de los aragoneses, aunque sin devolver las plazas ocupadas.
En 1199 Alfonso VIII no se dirigió hacia el corazón de Navarra, sino hacia los territorios vascongados, cuya adscripción a Navarra en el tratado de 1179 no aceptaba. Deseaba aprovecharse del descontento existente en ellos contra la monarquía navarra por la creación de una red urbana (Vitoria, San Sebastián, etc.) y la implantación del sistema de tenencias. El ejército castellano penetró en Álava y la resistencia de las fortalezas de Portilla y Treviño no impidió el cerco de Vitoria en mayo. La ciudad resistió ocho meses. Aislado diplomáticamente de los restantes reinos cristianos, Sancho el Fuerte tuvo que viajar a tierras musulmanas para pedir ayuda a los almohades, pero problemas internos la impidieron y autorizó la rendición de Vitoria (25 de enero de 1200). En las treguas firmadas dos meses después Navarra sólo conservó la comarca de la Sonsierra, actual Rioja Alavesa.
Los dirigentes de la nobleza vasca se inclinaron a aceptar la soberanía de Castilla, molestos por las reformas de los reyes navarros, que habían menoscabado las bases de su poder, que hasta entonces les había permitido ser dueños efectivos del país e intermediarios forzosos entre éste y la autoridad real. La aceptación de la soberanía castellana pudo estar supeditada al cumplimiento de ciertas condiciones, como la detención del proceso urbanizador (que de hecho se produjo durante medio siglo) o la vinculación especial de Álava a la corona castellana mediante un régimen que cohonestara la soberanía real y la autonomía interna del territorio a través de asambleas de magnates, encargadas de elegir al señor de Álava, como si se tratara de una behetría colectiva.
ESFUERZO DE RECUPERACIÓN (1200-1212)
Para sobreponerse a las consecuencias negativas de la pérdida territorial, Sancho el Fuerte se esforzó en el saneamiento de la hacienda real, que le permitió pasar de una situación de endeudamiento a otra de superávit, desde la cual pudo conceder préstamos y realizar adquisiciones a partir de 1209. Además de reforzar los derechos de aduanas (sacas y peajes), extendió los censos anuales que desde 1164 se cobraban a los francos que se establecían en los nuevos burgos. Pero el mayor incremento provino de la reconversión de las pechas que pagaban los campesinos del señorío realengo. Se conocen 30 fueros de este tipo y la mayoría se otorgaron en este decenio. A partir de 1206 las pechas unificadas individuales fueron sustituidas por las que colectivamente pagaban las comunidades campesinas de los pueblos y valles pertenecientes a la corona, tanto en metálico como en especie.
La pérdida de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado condicionó las relaciones con Castilla; Sancho prefirió orientar su actividad hacia Aragón y el Levante musulmán o hacia Ultrapuertos, donde prosiguió su implantación. La firma de las treguas de 1201 no liquidó el conflicto con Castilla. El rey navarro era consciente de su inferioridad y no reanudó la guerra frontal, aunque transitoriamente acogió al rebelde señor de Vizcaya, lo que provocó que Alfonso VIII cercara Estella y estuviera a punto de conquistarla (1202), obligando a Sancho a firmar nuevas treguas.
Para romper el aislamiento diplomático que soportaba en España, buscó la alianza con Inglaterra, que controlaba Gascuña, plasmada en los tratados de Chinon (1201) y Angulema (1202), que fijaban un compromiso de ayuda mutua en caso de ataque enemigo. Carecieron de virtualidad cuando ambos sufrieron ataques castellanos y la alianza sólo funcionó en el plano comercial, pues Bayona se convirtió en puerto usado por los comerciantes navarros (acuerdo de 1204). Más efectiva resultó la ampliación de homenajes feudales, que fortalecieron la presencia navarra en Ultrapuertos (en concreto en Mixa).
Las relaciones con Castilla seguían siendo difíciles. Las treguas de 1204 y 1207 consolidaron las conquistas castellanas y Sancho prefirió proteger la nueva frontera occidental del reino mediante una doble barrera, interior de plazas fuertes y exterior de castillos situados en el límite fronterizo mismo.
En el contexto hispano el primer éxito de su política exterior fue el restablecimiento de las relaciones con Aragón. El saneamiento de la hacienda navarra y la obtención de excedentes monetarios permitieron a Sancho realizar amplias inversiones y cuantiosos préstamos. Uno de los primeros beneficiarios de los préstamos fue Pedro II de Aragón, que, a cambio de recibir 20.000 maravedís de oro, entregó en prenda al rey navarro los lugares de Peña, Escó, Petilla de Aragón y Gallur (1209). Otro préstamo en 1212 asentó la paz entre ambos reinos y sirvió de puerta a otras inversiones de en este reino.
EL CENIT DE LAS NAVAS DE TOLOSA: TARDÍA PLENITUD (1212-1223)
Ante la reanudación del enfrentamiento entre Castilla y el imperio almohade, el papa Inocencio III proclamó la cruzada e invitó a los reyes españoles y a nobles franceses a ayudar a Castilla. El rey de Aragón aceptó, pero el de Navarra se mostró inicialmente reacio. A los cálculos políticos se sobrepusieron luego los impulsos religiosos y, en un rasgo de generosidad poco común, Sancho VII se incorporó a la cruzada con 200 caballeros y sus correspondientes peones. Su intervención fue decisiva en dos momentos cruciales. Primero, se opuso a concluir la expedición sin enfrentarse a los almohades.
Después, su actuación fue decisiva en la batalla de las Navas de Tolosa (16 de julio de 1212). El choque se inició en el centro, donde las fuerzas cristianas obtuvieron la delantera con esfuerzo. Pero el golpe definitivo lo dieron las alas de la caballería, mandadas por Sancho VII (derecha) y Pedro II de Aragón (izquierda), que atacaron el palenque del califa almohade, al-Nasir (Miramamolín), formado por estacas y cadenas y protegido por soldados atados unos con otros para permanecer inmóviles en la defensa de su puesto. Según Blanca de Castilla, hermana de Alfonso VIII y reina de Francia, el mérito principal en el asalto correspondió a Sancho. Los contemporáneos y la tradición navarra subsiguiente interpretaron el asalto al palenque con la rotura de las cadenas que lo integraban. El hecho se asentó en la conciencia de los navarros como una hazaña sin parangón y así lo percibió y plasmó Guillermo Anelier en su poema sesenta años después. Siglo y medio más tarde la bloca del escudo real se identificó con las cadenas rotas en las Navas.
La victoria abrió una tercera etapa de tardía plenitud en el reinado de Sancho VII. El saneamiento de la hacienda y el botín de las Navas le permitieron desplegar una amplia política inversora, en la que empleó más de 800.000 sueldos de plata. En Aragón predominaron casi exclusivamente los préstamos, mientras que en Navarra abundaron las operaciones de compra. Dentro del reino sus objetivos fueron: 1) reforzar el patrimonio de la corona en Tudela, ciudad en la que residía el rey habitualmente, y en su entorno, la Ribera Tudelana (compró Buñuel, Cadreita, Cintruénigo y Urzante); 2) reforzar las fronteras mediante la compra de pueblos situados en ellas (Lazagurría, Sartaguda, Cárcar, Resa, Javier) o la construcción de castillos en las Bardenas (Sancho Abarca, La Hoz, La Estaca, Aguilar y Peñaflor); y 3) reforzar la presencia regia en Pamplona y su Cuenca (Esquíroz, Espilce, Oteiza y Añézcar). No sólo utilizó compras y préstamos; también se sirvió de prohijamientos, no siempre voluntarios, y apropiaciones dudosas.
Las inversiones de Sancho VII en Aragón, canalizadas casi siempre a través de préstamos, tuvieron dos objetivos: reforzar la frontera navarra mediante el control de pueblos fronterizos aragoneses (Gallur, Sádaba, Grisén, Los Fayos) y utilizar su territorio como vía de paso hacia la frontera musulmana de Levante. A pesar de ser casi un sexagenario, el rey dio un giro completo a su política y recobró para su reino, que había quedado encogido y bloqueado, un puesto de vanguardia en las empresas de la Reconquista. Sancho se dejó imbuir por los ideales de cruzada y concibió también el territorio musulmán del Levante español como teatro para sus expediciones y fuente de riqueza y botín.
Para acceder a la frontera obtuvo mediante préstamos no devueltos varios castillos y localidades que constituían un conjunto lineal desde Navarra hasta la comarca castellonense del Maestrazgo: Chodes y Zalatambor en el río Jalón, Burbáguena al sur de Daroca, Ródenas y Jorcas cerca de Albarracín y Teruel. En la misma frontera se hizo con los castillos y plazas de Olocau, Linares, Abengalbón, Peña de Arañón, así como Castronuevo, Alehedo, Mallo, Acedillo, Castelfabib y Ademuz. Desde ellos lanzó operaciones de castigo (1515, 1216, 1220) y participó en la cruzada promovida por el arzobispo Rodrígo Jiménez de Rada, que, aunque no tomó Requena, le proporcionó un cuantioso botín.
Controló a los sucesivos obispos de Pamplona y, en las disputas de sus burgos, se posicionó a favor del San Saturnino, cuyos vecinos asaltaron el de San Nicolás e incendiaron su iglesia (1214), pereciendo los refugiados en ella. La firma de la paz en 1222 ratificó la victoria de San Saturnino, cuando ya era obispo de Pamplona Ramiro (1220-1228), hijo bastardo del rey.
DECLIVE PERSONAL (1223-1234)
Ya septuagenario, su declive personal se evidenció en la disminución de su actividad como inversor y prestamista. Se redujo el volumen de sus compras y su radio de acción se restringió casi exclusivamente a Tudela y su entorno comarcal. Hacia 1224 una enfermedad estuvo a punto de costarle la vida y acentuó su reclusión en el castillo de la ciudad, hasta el punto de que sus contemporáneos le motejaran como “el Encerrado”.
Estos hechos abrieron el asunto de la sucesión al trono, que presidió los últimos años de su reinado. Un primer fracaso matrimonial y un segundo matrimonio con Clemencia de Alemania, que pudo ser madre del infante Fernando, muerto joven y del que se sabe muy poco, arrojaban un balance desolador. Se le atribuyen hasta siete bastardos (Ramiro, obispo de Pamplona; Guillermo Sánchez, establecido en Mallorca; Pedro, identificado con un abad de Irache (1223-1233); Jimeno; Lope; Rodrigo; y Blanca, abadesa de Marcilla), pero carecía de un hijo legítimo. La opción más lógica era el recurso a su sobrino Teobaldo de Champaña, hijo de su hermana Blanca, pero el enfrentamiento entre ambos malogró esta vía. Desechadas la sucesión colateral y la legitimación de un bastardo, Sancho VII sólo podía optar por una filiación artificial. La pretendió con el prohijamiento acordado con Jaime I de Aragón (Tudela, 2 de febrero de 1231), completado con un préstamo de 100.000 sueldos, a cambio del cual el monarca aragonés entregó los castillos de Ferrera, Ferrellón, Zalatamor, Castelfabib y Ademuz.
Tres años después Sancho VII el Fuerte murió en el castillo de Tudela (7 de abril de 1234). Su sepultura fue disputada por Tudela, el monasterio de La Oliva y la colegiata de Roncesvalles, que habían conocido su munificencia. Enterrado provisionalmente en la iglesia de San Nicolás de Tudela, acabó reposando de forma permanente en la colegiata de Roncesvalles. Mientras tanto, los magnates del reino se olvidaron del prohijamiento y escogieron como rey a Teobaldo de Champaña.
+ Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza Doctor en Historia.