Ana Díez: "Volver a rodar en México ha sido como un regalo que me hacía la vida"

El cine atrapó a Ana Díez (Tudela, 1955) a nueve mil kilómetros de casa. Había hecho Medicina y trabajaba en el Hospital de Navarra cuando decidió marcharse a México para doctorarse en Salud Pública. Eran mediados de los 80. Al poco de llegar, su pareja tuvo que someterse a una operación y fue así, leyendo periódicos y matando las horas en el posoperatorio, como se enteró de que al lado del hospital había una escuela de cine. La siguiente escena tiene ya título, 'Elvira Luz Cruz, pena máxima',(1985) su primera película como directora, que rodó allí. Empezó así una carrera de un cine muy personal y comprometida con la realidad que le brindó un Goya por 'Ander eta Yul' (1989) y fructificó en largometrajes como 'Algunas chicas doblan las piernas cuando hablan' (2001) o 'Galíndez' (2002). Desde 'Paisito' (2008) no había vuelto a dirigir hasta ahora, que de algún modo cierra el círculo con A quien cierra los ojos, rodada en México. La película no sale de un colegio privado en Ciudad de México, un escenario que es a la vez un microcosmos formado por adultos traumatizados y adolescentes que inician su camino en la vida. Hasta que un incidente violento irrumpe en esta película coral. Reaparece con una película mexicana, que es donde el cine se cruzó en su camino. Exacto. Esto es una vuelta al origen. Después de 'Paisito' tuve un proyecto que luego no salió pero también hice un documental en México sobre la prevención de la trata de personas. Es un largometraje en el que hay ficción y documental. A mí me tocó la prevención de trata en adolescentes. Esa misma productora me dijo que había una ONG que se llamaba Educadores somos todos, que han investigado los miedos en la infancia, en el ámbito doméstico y en el colegio. Con ese marco pensé en qué pasa por la cabeza de los niños y empecé a construir una historia con más guionistas, entre España y México, y al final llegamos a la conclusión que lo mejor era que fuese un colegio, que intentemos mostrar a los personajes en el espacio público. ¿Cómo crean ese microcosmos? El reto dramático es cómo caracterizar a los personajes, darles entidad dramática y saber en el espacio público de sus intereses, alegrías, donde se actúa, se finge... Luego el reto formal fue hacer un decorado y sacarle partido. Es cierto que tenía un concepto de base muy fuerte, una escuela-cárcel, una escuela-muro, una escuela que no educa, que más que integrar limita. Tengo la sensación de que eso ha salido. ¿La escuela sería un poco la sociedad en escala? ¿El primer ecosistema humano, donde se va organizando un sistema? Efectivamente. Quería hacer una metáfora del funcionamiento del mundo. Es una metáfora social. Me dicen “¡Qué mexicana te ha salido la película!”. Sí, es mexicana porque está hecha allí, pero el problema de la educación está también en España, ¿Qué quiere una sociedad para su futuro? ¿Qué herramientas emplea de transformación social? ¿de crítica? No se potencian las capacidades individuales ni la visión de futuro de la sociedad. Esto pasa también en España. Los colegios elitistas reproducen élites, están hechos para eso, y los que no son tan elitistas intentan dar una educación que ha variado muy poco. Contó como protagonista con la actriz Patricia Reyes Spíndola, musa de Arturo Ripstein, ¿qué papel juega? El que esté ella es una suerte y un privilegio para la película. Se entregó completamente de una manera generosa, con el personaje y también económicamente porque bajó muchísimo su caché. Le gustó la historia y estaba convencida. Te diré que mucho armario ropero es suyo. Hemos construido un personaje que no se parece a los personajes que ha representado Patricia en el cine, pero tiene una gran dignidad, una elegancia y un sufrimiento. ¿Cómo vivió personalmente volver a dirigir, volver a México...? Ha sido gratificante en el sentido de contar una historia que me parecía importante de contar y con un cartel muy a favor. Tanto era así que Patricia llegaba al rodaje y se ponía en el personaje desde las seis de la mañana. Vivíamos allí doce horas al día. Y encontrar en México el acento, el tener la memoria de este país tan hermoso y tan potente.. ha sido como un regalo que me hacía la vida, poder rodar allí otra vez. Sus dos películas mexicanas están separadas por toda una carrera en el cine. ¿Ha cambiado mucho? Me acuerdo que cuando fui la primera vez me quedaba alucinada. Yo venía de Medicina y cuando fui allí en la escuela de cine estábamos cuatro horas contemplando Las Meninas. Yo decía: “Por favor, quiero apuntes”. Yo había visto bastante cine, porque en mi generación se abrieron las ventanas al mundo con el cine. Ahora viajais en vuelos baratos a la otra punta del mundo en un fin de semana, pero entonces nosotros nos asomábamos a realidades diferentes a través del cine. Forma parte de mi educación sentimental e intelectual. Pero si me preguntaban cuántos planos tenía una secuencia yo no sabía decirlo. No identificaba el concepto “plano”. Ahora veo el cine de otra manera. Sé apreciar unas cosas u otras, diferenciar. Una de esas primeras ventanas que abrió serían los Encuentros de Pamplona, de los que se están recordando los 50 años. Absolutamente. Ni te puedes imaginar. Me acuerdo que la primera vez que vi una exposición de Bacon fue en la Caja de Ahorros de Navarra. Era inquieta a nivel artístico, me parecía un lenguaje que hablaba con hondura del ser humano. En los Encuentros es que no paré. Estuve impactada por cómo puede cambiar una ciudad. Por primera vez, y para siempre, aprecié lo que es el flamenco. Estaba todo el día en la calle, fue un impacto. Fue una pena que hubiera unas fisuras y no se hiciera más veces, Pamplona sería otra en el mundo. El público tocaba, entraba, salía el arte más conceptual y más reciente, lo tenía en los narices. ¿Cincuenta años después la realidad no es la que imaginaron? Cincuenta años después la realidad se ha domesticado tanto que es insoportable. Pero en todo, en el cine, en la literatura, en el arte.. Ahora una película tiene que ser “thriller psicológico no sé qué, no sé cuántos”... No puedo más con los cánones. Se está empobreciendo el panorama cultural por los cánones, demasiados cánones. Tú compara el cine francés. En el cine francés la clase media es la que está en las historias, el profesor, el carnicero, el que tiene problemas a fin de mes... y en el cine español thriller, thriller, thriller y más thriller. Y algunas comedias que dices, jo, por lo general no me representan. Esa no soy yo. Están sacando lo peor de cada casa. ¿El mundo de las series no le atrae? Ahora sobre todo los actores dicen que hay mucho trabajo. Yo creo que hay una diferencia de consumo. Sigue habiendo películas de consumo masivo en el cine pero a las películas como las que yo veo interesantes va poca gente. Nunca en la historia se ha consumido tanta historia audiovisual. La gente desconecta, se tranquiliza, vuelve del trabajo, o del paro, va a casa y se empapuza de historias audiovisuales. Es un poco como la comida rápida. Ve, ve, ve, y de repente dice, “Uy, ¡si son la una y media de la mañana y me he visto tres capítulos!”. Ir al cine supone ver la cartelera, desplazarse, comprar la entrada, me gustará, no me gustará... esa práctica está en desuso pero yo creo que volverá, fíjate. ¿Sí? Cuando empecé la pregunta era “con cuántas copias sales”. ¡A mí me da igual! Igual es mejor hacer un consumo en el que el espectador disfrute de la historia, y pueda hablar con parte del equipo, y vea que el proceso creativo es complejo, las preguntas que se pueden hacer... igual el cine va a ir más plaza a plaza. Así van a presentar esta película, en Madrid, San Sebastián.... Así vamos, ¡plaza a plaza! Y no voy a Pamplona porque son Sanfermines. ¡Qué iba a hacer!

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