Mariely Smet: "Los Encuentros nos abrieron una puerta"

Entre la perplejidad y la emoción por respirar nuevas corrientes artísticas. Así vivieron los Encuentros quienes entonces eran jóvenes interesados por el mundo del arte y las vanguardias. Y todos coinciden en algo: gracias a los Encuentros se les abrió una puerta que les mostró otro mundo. “Veías cosas tan fabulosas que te daba la sensación de haber escapado de un túnel”, cuenta Mariely Smet, que entonces tenía 25 años. “Yo era médico y estaba trabajando, pero todos los días me escapaba para ver todo lo que podía”. Entre otros eventos, Smet asistió al concierto de Luc Ferrari en el Frontón Labrit, momento que captó el fotógrafo Pío Guerendiáin, con quien se casó al año siguiente. En la imagen, aparece sentada junto a una amiga y están acompañadas por uno de los muñecos del Equipo Crónica. “Hubo algo que me gustó muchísimo: el Ballet del Kathakali de Kerala. Aquellos maquillajes, aquellos bailes... También recuerdo que aquella gente quería comer arroz integral y se montó un lío tremendo porque aquí no había eso”, rememora. Para Mariely Smet, “los Encuentros fueron como abrir una puerta. Vimos obras de arte y escuchamos conciertos que jamás hubiésemos visto u oído aquí. Tampoco habíamos visto aquellos audiovisuales tan nuevos... A mí todo me pareció maravilloso. La pena es que luego no pudo hacerse más veces”. El artista Ángel Arbe también evoca varias escenas que presenció durante los Encuentros: “Yo tenía 19 años recién cumplidos y todo aquello era algo muy alejado de lo cotidiano. Te quedabas perplejo. Recuerdo nítidamente la instalación de Isidoro Valcárcel Medina debajo del Monumento a los Fueros, las cabinas telefónicas aleatorias... También vi varias veces a los Corredores de Llimós, eran muy divertidos. Y eran muy impactantes las 'Cúpulas Neumáticas' de Prada Poole, donde Antoni Muntadas instaló unos televisores con el efecto de la nieve”. En 2010, siendo técnico de Cultura del Ayuntamiento de Pamplona, Arbe estuvo involucrado en la exposición que se organizó en la Ciudadela coincidiendo con el 38 aniversario de los Encuentros. “Los Encuentros nos dejaron el poso de seguir investigando. Nos abrieron a otros mundos, a prácticas que nos eran totalmente desconocidas, como la poesía experimental”, destaca. El escritor y periodista Manuel Hidalgo, director de la revista 'El Cultural', vivió los Encuentros con gran intensidad: “Fueron unos días frenéticos, con una concentración y sucesión de estímulos como nunca habíamos vivido en una ciudad como Pamplona. Yo tenía 18 años. Recuerdo que el interés que aquello me suscitaba iba unido al asombro y a la perplejidad. Había un placer por lo sugestivo de aquellos estímulos, y a la vez sentía una frustración por carecer por completo de las herramientas necesarias para comprender aquello”. Entre las experiencias más inolvidables que vivió durante los Encuentros, enumera las siguientes: “El concierto de John Cage en la Ciudadela, el espectáculo de Steve Reich y la compañía de Laura Dean en el Pabellón Anaitasuna y el concierto del grupo Zaj en el Gayarre”. Inmaculada Jiménez Caballero evoca "los recorridos por el Paseo Sarasate lleno de gente, con elementos sorprendentes e incomprensibles como piezas artísticas y que años después encajé en la denominación 'instalaciones'. También recuerdo grupos de jóvenes de aspecto 'hippie', desaliñados y con el pelo largo, muy numerosos y sentados en las pendientes de la Ciudadela. Toda la ciudad estaba llena de gente inusual y tenía un ambiente festivo acompañado de desconcierto". Jesús Cía, que entonces tenía 17 años, fue uno de los asistentes al concierto de Luc Ferrari en el Frontón Labrit y allí presenció la famosa escena en la que los muñecos del Equipo Crónica se convirtieron en las víctimas de un público enardecido: “La gente los empezó a tirar por el aire y algunos hasta les daban puñetazos. Sacamos uno de allá. Durante los Sanfermines se seguían viendo los muñecos por ahí tirados, algunos estaban sin cabeza... Recuerdo que vi pasar la villavesa con un muñeco sentado dentro”. Cía conservó su muñeco durante 47 años, hasta que en 2019 se lo vendió al Museo de Navarra. Cuenta que la presencia del muñeco provocó unas cuantas anécdotas: “Cuando la gente entraba en mi casa, se pegaba un susto. También lo tuve guardado en mi estudio (Cía y Cía), pero un día se me quemó. Los bomberos entraron de noche y cuando vieron la silueta del muñeco en medio del humo, se pegaron un susto tremendo. ¡Pensaron que había un difunto! Por suerte, el muñeco solamente se ahumó”.

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