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Centenario

"Garcilaso" en Marruecos, a la búsqueda de navarros en el frente

Tras el desastre de Annual, el director de Diario de Navarra se trasladó a Melilla y durante meses envió noticias de los soldados navarros en la Guerra del Rif a las familias que lo solicitaban

Ampliar Un sacerdote reza un responso mientras unos soldados españoles recuperan los cadáveres de los muertos en el desastre de Annual
Un sacerdote reza un responso mientras unos soldados españoles recuperan los cadáveres de los muertos en el desastre de AnnualArchivo DN
Actualizado el 09/02/2022 a las 22:00
En el verano de 1921, la población española sufrió una sacudida inesperada. Un auténtico tsunami. Del norte de África llegaban noticias alarmantes: se hablaba de una gran derrota, de cientos de muertos. Los informes militares de la época no podían esconder el desastre. Y la guerra del Rif, una empresa que había interesado a políticos y militares hasta entonces, de repente copó los titulares de prensa, las conversaciones en los cafés y penetró hasta el corazón de los hogares. Lo que después se ha conocido como el desastre de Annual despertó a España del sueño colonial y le sumió en el horror de la guerra.
El gobierno español respondió al desafío enviando refuerzos. Así, muchos padres y madres o novias y esposas tuvieron que despedirse de hombres que iban a ser enviados a un lugar que, según se decía, era un auténtico infierno “a las puertas de Europa”. También muchas mujeres -enfermeras, religiosas, cantineras- se embarcaron en dirección al peligro. En Pamplona, los soldados fueron despedidos por una multitud el 28 de julio, rumbo a Bilbao, primero, y África, después. Los que marcharon quizá llevaban el corazón encogido, pero quienes seguro sí que sintieron con toda crudeza el vértigo de la incertidumbre fueron sus familiares y amigos, los que se quedaron en casa.
En este contexto, el director de Diario de Navarra en aquella época, Raimundo García, “Garcilaso”, decide viajar a Marruecos, a Melilla, a apenas unos kilómetros del frente. Desde allí pretende no solo informar del desarrollo de las operaciones militares, sino, más importante aún, “ser útil a todas las familias navarras que tengan soldados en el ejército de Marruecos suministrando las noticias que se nos pidan acerca de su estado y situación en aquel territorio”.
El propio Diario, en su edición del día 13 de noviembre, lo explica: “Hoy marcha a Melilla nuestro director. Desde la ciudad nos enviará con la mayor frecuencia posible las impresiones que reciba en aquellas tierras. Quien desee saber alguna noticia acerca de un soldado, de un oficial o de un jefe, puede escribir a este periódico diciendo el nombre del interesado, su graduación y cuerpo a que pertenece; todo ello con la mayor claridad. Desde esta redacción se enviarán estos datos a nuestro director y luego “Garcilaso” procurará averiguar las noticias que se desean y nos las enviará para que nosotros las publiquemos en el periódico”.
Durante los siguientes meses, “Garcilaso” manda crónicas desde el frente y desde la retaguardia, generando una creciente demanda de noticias y convirtiéndose en el eslabón entre dos mundos. Pero allí también forja una estrecha relación con algunos de los militares al mando, esos oficiales conocidos como “africanistas” que perpetraron una década después el golpe militar del 36. Con algunos de ellos llegó a ejercer de enlace en Pamplona en las semanas previas al levantamiento que desembocó en la Guerra Civil, como en el caso de Emilio Mola.
EL RIF, UN “OSARIO”
El norte de Marruecos al que viaja Garcilaso era a finales de 1921 “un osario”, según las descripciones de la época. Las derrotas españolas se habían sucedido en el monte Albarran, en Igueriben, en el desfiladero de Izzumar, en Dar Quebdani, Sidi Dris, Nador y Monte Aurreut. También en Zeluán, a las puertas de Melilla. A las batallas les seguían matanzas de prisioneros que convertían a aquella guerra en “un horror”. Y ni siquiera la propia Melilla parecía estar a salvo.
El 21 de septiembre, apenas una semana después de su partida, Diario de Navarra publicó la primera crónica de “Garcilaso” desde tierras africanas. Ya tenía el tono de las que vendrían después: allí había “saludado el teniente coronel pamplonés Vicente Calderón, que se encuentra en el Protectorado para averiguar el paradero de su hijo, Ángel, alférez del regimiento de caballería de Alcántara, que quedó en cuadro durante las cargas para proteger la retirada (en el desastre de Annual). Nada ha sabido de él. En un café lo saludaron dos sanitarios navarros, Eulogio Gastón, de Mélida, y José Mutuberria, de Pamplona. No ha podido entrevistarse con el heroico pamplonés González Tablas por no hallarse ya en un hospital en África, al haber sido trasladado en el barco hospital “Alicante” a Málaga, a restablecerse. Tras viajar a Nador, “un revuelto campamento”, logra saludar al responsable de su toma, general Sanjurjo, que presume de “pamplonés nacido en la calle Mayor””.
Ni un solo día tarda “Garcilaso” en internarse hacia el sur para llegar a la ciudad de Nador, principal puesto de avanzada del ejército español en ese momento, siempre en busca de navarros. El 25 de septiembre informa de su intención de alcanzar Zeluán, “acompañando al Tercio en su avance”; es decir, llegando al mismísimo frente de la guerra. Mientras, da cuenta de sus encuentros con oficiales y soldados de su tierra como el capitán Urrizburu o Antonio Crespo García. A Miguel de Aguinaga, natural de Santesteban, irá a visitarlo al hospital.
“Garcilaso” describe batallas que ve con sus propios ojos, como la toma del cerro de Tauima (“las granadas estallan sobre ellos, prendiendo en el cielo azul unos velloncitos blancos, que flotan un instante sobre las masas negras del enemigo. Veo perfectamente cómo nuestros soldados atacan resueltamente”), pero no se olvida de su principal objetivo: responder a las peticiones de los navarros que quieren saber del estado de sus familiares. En la posición de Cabrerizas, ocupada por el regimiento Sicilia, encuentra a José Irure e Istúriz y con él saluda “a un sargento que estaba leyendo Diario de Navarra”. “Es José Aramendía Irigoyen, de Lesaca. El otro sargento es Pascual Pérez, casado con una pamplonesa. El otro navarro del grupo es Pedro Martín Echániz, de Villava. Se disponen a comer un sabroso arroz dorado cubierto de huevos fritos y me invitan”, deja escrito “Garcilaso”.
AL BORDE DE LA TEMERIDAD
El director de Diario de Navarra, corresponsal en Marruecos, no duda en correr riesgos para cumplir con su labor. Él mismo escribe cómo su actitud sorprende en Melilla. “¿Pero insiste usted en continuar sus excursiones a pie como si estuviera en el Pirineo?, me preguntan algunos compañeros un poco sorprendidos por esto que llaman un atrevimiento. ¿Y qué voy a hacer si quiero ir y no encuentro a nadie que me lleve? Además, ¿no van y vienen los soldados? Pues aquí todos debemos ser un poco soldados y es casi una obligación correr algún riesgo. Si los hombres civiles nos “alagartamos” -he aquí otro término de campamento- tendrán derecho los soldados que se juegan la vida a mirarnos con algún desprecio”.
En la retaguardia, recorre los hospitales confraternizando con heridos, enfermeras, médicos y religiosas, hasta que el 7 de octubre cena con Alfonso Beorlegui, un estellés, capitán del Tercio de Extranjero, “que tiene un zarpazo en la espalda”. Durante los meses siguientes, este oficial se convertirá en su principal salvoconducto para moverse por la zona de guerra y le ofrecerá una inestimable ayuda para localizar a los navarros destinados en África.
El 13 de octubre, “un escuadrón de Alcántara” invadía “a galope tendido la Alcazaba de Zeluán, siendo el primero en llegar a aquel sitio, donde fueron sacrificados los heroicos compañeros del mismo regimiento. El momento de izar la bandera de la patria fue grandioso y emocionante. Al mismo tiempo, los soldados de la columna de Sanjurjo coronaban las alturas de Buguenzein, acosando al enemigo y derrotándole”. “Garcilaso” consideraba que aquella victoria demostraba que “lo ocurrido en julio no fue un síntoma fatal e inevitable de decadencia y ruina moral y física, sino una desgracia. Así lo prueban la bizarría de los soldados y el ardor con el que vitorean a las banderas”.
LA BODEGA “LOS NAVARROS”, EL CUARTEL GENERAL
Ya totalmente asentado en Melilla y establecidos los contactos necesarios, “Garcilaso” encuentra un punto de reunión para sus paisanos. Se trata de la bodega “Los navarros”, situada en la calle Prim de Navarra. “La atiende Desiderio Pérez de Isla y su familia, que son de Los Arcos. Tiene vino de Valdizarbe y Peralta y anís Las Cadenas, de Villava. Allí pueden recoger el Diario de Navarra, que se les regala”. Un torrente de nombres y localidades comienza a poblar las crónicas del corresponsal: “Manuel Golmay y Estanislao García, de Tudela; Justo Urtasun Mena (Villava), Críspulo Martínez (Lodosa), Bernardo Ollacarizqueta (Eugui), Ángel Sanz (Lodosa), Ramón Felipe (Cárcar), Fermín Royo (Castejón), Daniel Valencia (Puente), Rafael Torres (Pamplona), Bautista Armendáriz (Villanueva de Araquil), Pedro Aguilar Bollejo (Tudela), Miguel Calahorra (Los Arcos), Jesús Echeverría (Arróniz), Aurelio Ibáñez (Berbinzana), Gaudencio Azcona (Dicastillo), Hermenegildo Urra (Lorca) y Trifón Zabalo (Alsasua), entre otros”.
En muchos casos las noticias son buenas; en otras, trágicas, como el entierro del capitán pamplonés Urrizburu, a quien había saludado semanas antes en África. El periodista vio el cadáver en el depósito y lo llevó a la sepultura con dos hermanos de la Doctrina Cristiana. “No había oficiales porque no ha quedado uno sano. “Garcilaso” ha arrojado un puñado de tierra en la sepultura, y la he besado por el padre del valiente capitán: “Por mi respetable amigo don Félix Urrizburu y por todos los oficiales y soldados navarros, y por Navarra toda. Se batió como un valiente y murió como un santo””, escribe.
"Garcilaso", en la Guerra de ÁfricaArchivo/Colección Garcilaso
No obstante, “Garcilaso” no deja de visitar el frente. En su crónica del 17 de octubre describe el terrible paisaje que se encuentra en Zeluán, “un lugar siniestro, que fue como Nador un lugar de martirio”. “¡Qué horror, amigos lectores, qué horror! Entro en la carretera cerca de la piedra que señala el kilómetro 23 y no hago más que poner el pie allá cuando veo tendido un cadáver al borde mismo del camino. Durante kilómetro y medio ya no voy a dejar de ver cadáveres ni en el breve espacio de un minuto. ¡Hasta más de doscientos! Es como si hubieran ido todos aquellos hombres en una procesión y de pronto se hubieran quedado todos muertos súbitamente. Entre el kilómetro 24 y 25 hay un revoltijo de huesos calcinados. ¡Una hoguera de cadáveres!”.
Después, sigue de cerca la ofensiva hacia el río Kert y es el primer civil en entrar en Yazanem, pero su obsesión es dar nuevas de los navarros. Por ejemplo, llegan a sus oídos “grandes elogios de un capellán castrense”. “He sabido, con la alegría que ustedes pueden figurarse, que este sacerdote es navarro. Ya había estado en África y se había distinguido por su gran celo, por su virtud y por la serenidad de su valor personal. Se llama Narciso Sanz y Zubieta, es natural de Arguedas y ha sido coadjutor de Funes y Villafranca, y cura propio de Mendaza. En la anterior campaña, salvó a un soldado herido, ocultándose ambos en unas chumberas durante tres días y siendo dados por desaparecidos, acción que le valió una Cruz Pensionada. Hace unos días corrió entre una cortina de balas enemigas para asistir al capellán de la Princesa, herido grave de bala en el abdomen, acción que causó gran admiración. Mañana, en Segangan, iré y le besaré la mano”, publica en Diario de Navarra.
HIJO ADOPTIVO DE NAVARRA
Las crónicas de “Garcilaso” se suceden día a día durante los meses de noviembre y diciembre. Son cientos los nombres de navarros que desfilan por ellas y miles las cartas que se reciben en Diario de Navarra preguntando por sus familiares. Así, la prensa y la consideración que se tiene de ella cambian por completo: los ejemplares del periódico se esperan con fruición y son vehículos de esperanza. “Garcilaso” lo siente en sus propias carnes. El general Sanjurjo le invita a comer con regularidad en Melilla, la taberna de “Los navarros” es un hervidero gracias a la popularidad que él mismo le ha dado y los soldados de África firma una petición para que el periodista sea nombrado hijo adoptivo de Navarra.
Él, mientras, sigue con su trabajo, incansable. Viaja por Ceuta, Teután y Tánger. También Larache, Teffer y Muires, siguiendo al ejército. Y el 29 de diciembre vive una escena pintoresca y muy navarra. Cuenta “Garcilaso”: “Anoche estábamos reunidos más de cuarenta navarros. Los había “pipis”, como los artilleros que acaban de llegar; los había de las quintas del 20, 19 y veteranos que cumplirán en febrero. Se me ocurrió decir: vamos a escoltar a los artilleros, que no se pierdan. Y empezaron a cantar a grito pelado todo el repertorio incoherente de los Sanfermines, jotas y vivas a Navarra y a San Fermín”.
La contienda en África se enquistó y continuó durante casi un lustro, pero con combates de menor intensidad que en ese terrible 1921. Así, en marzo de 1922, “Garcilaso” regresó a casa, a Pamplona, donde fue recibido con muestras públicas de agradecimiento y admiración.
En 1925, cuando se produjo el decisivo y pionero desembarco de Alhucemas, “Garcilaso” marchó a Melilla de nuevo y permaneció en África hasta el final de la guerra del Rif, siendo testigo de un episodio doloroso de la historia de España, pero, sobre todo, contribuyendo con su iniciativa y visión humana a que los periódicos en Navarra se convirtieran en productos demandados y cotidianos en cada pueblo, en cada familia, e instaurando una tradición de apego entre los navarros y la prensa más cercana que todavía hoy perdura.
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