Álex Pler: "Nos sobran palabras prescindibles pero nos faltan imprescindibles"

Cuando con 15 y 16 años empezó a leer haikus, esos breves poemas japoneses de solo diecisiete sílabas, Alex Pler no tenía un bagaje como para apreciar la poesía, en general, así que los haikus le dejaban un poco indiferente. Pero años después, hojeando Haiku-dô, un libro que profundiza en ellos, en la simbología, en la mentalidad de los japoneses, en su sensibilidad... Pler conectó, y meses después abrió en Barcelona la librería Haiku. Lo hizo con su madre, con la que ya había regentado otra, donde habían tenido, “con bastante tirón”, una mesa “con cuatro libros de literatura oriental” que a él le gustaba. “Fue un clic que hizo que algo que hasta entonces no encajaba lo hiciera”, cuenta Pler, de 37 años, nacido en Logroño pero que ha vivido siempre a caballo entre Barcelona y Sitges. La semana pasada regresó de su séptimo viaje a Japón. Intenta uno anual, por la librería, buscando inspiración y nuevos materiales, contacto con distribuidores... Tras autoeditarse varios libros, la Editorial Satori acaba de publicar su Hanakotoba, el lenguaje de las flores, que Pler presenta este viernes (19 horas) en la Librería Deborahlibros de Pamplona. “Es un diccionario para las cosas sin nombre, palabras únicas que ilustran emociones, objetos y sucesos que todos hemos experimentado pero que hasta ahora no sabíamos cómo llamarlos”, dice. Hoy le gustan los haikus, lo sintéticos que son -“en diecisiete sílabas te hablan del mundo entero-”. “Y, en cambio, cuando leo poesía de otro estilo, creo que sobran palabras por todas partes”, ríe. Viendo su libro, puede parece que al español como idioma también le sobran palabras... [ríe] A las culturas mediterráneas nos gusta mucho hablar, adornar las cosas. Y creo que nos sobran palabras prescindibles pero nos faltan palabras imprescindibles, como estas del libro, donde con una palabra se expresa tantísimo. Pero leyendo Hanakotoba me ha ocurrido que no sabía si pensar en la riqueza del japonés por esa capacidad de sintetizar o en la nuestra, por saber expresarnos con tantas palabras, quedándose el japonés corto. Son dos formas de verlo. Los japoneses son mucho más contenidos. Ya no los haikus, también la literatura japonesa tiene mucho de contención, de insinuación... Porque para ellos es más importante lo que no se dice que lo que sí. No digo que una de las dos sea mejor, ya que precisamente vivo aquí y no en Japón porque la cultura japonesa tiene muchas cosas que me gustan pero la sociedad japonesa tienen otras tantas que no. Me decía que los japoneses son más contenidos en el lenguaje que nosotros, ¿les envidia? Se lo preguntas a una persona que no es nada contenida: la familia de mi madre es de La Rioja y tengo un genio riojano bastante impulsivo [ríe]. Sí que me gustaría. A veces lo admiro. Pero en Japón también tienen contención en las relaciones de amistad y de pareja, no son muy efusivos en público, y es algo que no me gusta. Para el lenguaje, la contención sí, por ser capaces de decir mucho con pocas palabras; pero para las relaciones personales, no. En el libro hay 113 palabras. ¿Podrían ser muchas más? Seguramente haya muchas más, pero en mi selección primó que fueran palabras con las que conectara el lector español. Términos, sensaciones, sucesos, sentimientos, fenómenos de la naturaleza... cosas que hayas podido ver, que te hayan pasado o que alguien te haya contado y poder decir “no sabía que había una palabra de eso que vi, de eso que sentí”. He buscado acercar a cosas que no nos habíamos planteado que pudieran tener una palabra específica para ello. ¿Y le costó encontrar palabras japonesas intraducibles? Las utilizan mucho en los haikus porque les permite transmitir muchas sensaciones en dos o tres sílabas. Y a raíz de ir traduciendo me encontré muchísimas, sobre flores, sobre naturaleza... Sobre eso le iba a preguntar: por qué hay tantas palabras con referencia a flora y naturaleza. Los japoneses se fijan mucho en todas esas cosas. Aunque con el cambio climático se está modificando, Japón tiene muy marcado el paso de las estaciones por las flores y los colores. Y dentro de las cuatro estaciones, distinguen la época de lluvias, la del primer frío... ¿Y cómo se sentía usted al conocer palabras que definían lo indefinible? Menos solo, sobre todo con las que hacen referencia a emociones: cosas que yo había sentido y para las que había una palabra me hacían ver que aquello que viví le había pasado a más gente, a suficiente gente como para tener una palabra para ello. Una de las que más gusta en el libro es koi-no-yokan, el presentimiento de que acabaremos enamorándonos de una persona a la que acabamos de conocer. No es un flechazo o amor a primera vista, para lo que los japoneses también tienen palabra, sino una premonición de que esa persona que acabas de conocer va a ser importante en tu vida, algo que el tiempo demuestra. Es una palabra preciosa que, cuando la descubrí, puso en orden una serie de vivencias que me habían ocurrido. ¿Hay palabras japonesas que hayan calado ya entre nosotros? Algunas. Por ejemplo, tsundoku, acumular lecturas: entras en una librería y, aunque en casa ya tienes libros pendientes de leer, te acabas llevando media librería, y no lo puedes evitar [ríe]. Esa palabra se utiliza bastante, incluso fuera del ámbito japonés. “Acabo de hacer tsundoku”, he escuchado ahora en la feria del libro en Madrid. Me ha dicho que al conocer palabras de cosas indefinibles se sintió menos solo. ¿Ayudan más a empatizar? Empatizar en el sentido de que te das cuenta de que las culturas no son tan diferentes. Lo son en tradiciones, los kimonos con los que vestían, la ceremonia del té, los samuráis, la contención que tienen, la educación… Pero en lo básico, en las emociones, en el observar el mundo por la ventana, no somos tan diferentes. Parece que nos quieren enfrentar a las culturas, las lenguas, pero, a la hora de sentir, todos somos humanos, y se nota en esas coincidencias. Y los japoneses, ¿son conscientes de que son dueños de estas palabras especiales? No, nada de nada. Cuando empecé a consultar el libro con japoneses que conozco, les pregunté por palabras que conocían sin traducción al castellano y me miraban como a un extraterrestre porque no se habían dado cuenta de que no existían en castellano. Ahora, cuando ven el libro, les hace gracia en el sentido de: “¿Cómo puede ser que para eso tan básico no tengáis una palabra?”. Pero también ocurre al revés: en castellano tenemos palabras que no existen en otros idiomas sin ser conscientes de ellas por tenerlas muy interiorizadas, como sobremesa, merienda o el duende como magia artística. ¿En qué casos ha preferido quedarse con las quince líneas de explicación en nuestro idioma en lugar de la palabra japonesa? Pues no lo sé, pero sí es cierto que ahora han aparecido palabras que antes no existían. Por ejemplo, gaman, cuya traducción antes era pasar por una situación difícil y salir reforzado de ella, crecerse con los problemas, y que ahora es resiliencia. Me ha pasado con otras de darme cuenta de que en castellano ya tenemos esa palabra o muy parecida. Nos estamos modernizando... En castellano creo que cuesta más. La diferencia entre nuestra lengua y otras es que nosotros tenemos la RAE, por la que aparecen nuevas palabras o nuevos usos de las palabras, pero que lleva un proceso lento -los académicos se tienen que reunir, estudiar y aprobar palabras que no están en el diccionario, si bien el ciudadano ya las está utilizando-. Los japoneses no tienen una institución así, y cada año publican un diccionario con las palabras más usadas en prensa, redes sociales… de moda por el motivo que sea y que pasan a formar parte del vocabulario, convirtiéndose en oficiales. Pues en Barcelona no sé, pero en Pamplona empezamos la semana en pleno koromogae y algunos se estarán preguntando hoy por qué lo hicieron. [ríe] ¡En pleno cambio de la ropa de armario! Me decían hace poco que estabais en yokan, el frío que perdura en primavera [ríe]. Es otra de las cosas de las que te das cuenta: fenómenos como el frío en junio han existido siempre, como lo demuestra el refrán “hasta el 40 de mayo no te quites el sayo”. Y precisamente lo que quiero con el libro es que el lector dé valor a las cosas de su mundo y que reconecte con lo que intuye. No es un libro para leer de una tacada y olvidarse, sino para ir visitándolo, leerlo a pequeños sorbos, recuperarlo, acordarse de cosas que han ocurrido y, gracias a una palabra en japonés, darles más valor porque a más personas les ha pasado.

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