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George Washington, presidente: la unión triunfa (1788)

La elección como primer presidente del antiguo Comandante en Jefe del Ejército Continental fue unánime y allanó el camino hacia el entendimiento entre los trece estados surgidos de la Guerra de Independencia

  • Javier Iborra
03/09/2020
FICHA:
Elección presidencial: Primera
Fecha: 15 de diciembre de 1788 al 10 de enero de 1789
Habitantes inscritos: 377.431
Participación: 43.782
Estados: 10*
Colegio electoral: 69 electores; 138 votos ** (35 necesarios)
George Washington: Votos electorales, 69.
John Adams: Votos electorales, 34
John Jay: Votos electorales, 9
Otros: Votos electorales, 26
* El teórico colegio electoral de 91 electores formado por las Trece Colonias que habían obtenido la independencia de Gran Bretaña se vio reducido debido a la no participación de los estados de Nueva York (la legislatura estatal no designó electores a tiempo), Carolina del Norte y Rhode Island (no habían ratificado la Constitución todavía).
** Hasta la aprobación de la XII Enmienda (1804) cada elector emitía dos votos a la presidencia (en lugar de un voto para la presidencia y otro para la vicepresidencia).
 
La lógica dicta que el repaso a todas las elecciones presidenciales celebradas en Estados Unidos debe seguir un orden cronológico. Por lo tanto, queda descartada cualquier opción que no sea empezar por la primera de todas, la celebrada entre diciembre de 1788 y enero de 1789, aunque quizá se trate de un aterrizaje un tanto incómodo para el lector poco avezado en la política americana. De hecho, ciertamente lo es, porque las bases de aquella incipiente democracia no eran sólidas, el puñado de hombres que pilotaba aquel barco estaba haciendo camino al andar y abundaban las convenciones no escritas, los acuerdos tácitos y los sobreentendidos, tan poco amigos de las explicaciones cartesianas y reduccionistas.
Si por algo se ha caracterizado Estados Unidos a lo largo de su historia es por ese genuino sentido práctico con el que entiende la política. Y quizá esto sea una feliz herencia de sus inicios, ya que la primera elección es un paradigma de la importancia del fondo por encima de los detalles. Lo sustancial para los ciudadanos de Estados Unidos de 1788 era la necesidad de dar carta de naturaleza a un gobierno estable, legitimado y reconocido. Y no cabía duda de quién debía estar al mando: George Washington, el Comandante en Jefe del Ejército Continental durante la Guerra de Independencia. Lo demás era secundario. Aquella agrupación de estados ni siquiera tenía una capital conjunta definida (aunque se consideraba vagamente que la ciudad de Nueva York lo era, ya que el Congreso de la Confederación había celebrado allí sus reuniones desde 1785) y tampoco les importaba.
El sistema electoral había quedado establecido, blanco sobre negro, en la Constitución. Esta había entrado en vigor el 21 de junio de 1788 al cumplirse el requisito impuesto por la propia Carta Magna de que al menos nueve estados la aprobaran -New Hampshire fue el noveno-, aunque por entonces todavía quedaban por convencer otros cuatro, incluido Virginia, el estado más poblado y quizá el más importante de todos los que habían luchado por la independencia. Cuatro días después, Virginia firmó y Nueva York lo hizo al mes siguiente. Aún faltaban otros dos, Carolina del Norte y Rhode Island, pero la maquinaria electoral echó a andar sin esperar a nadie.
En los albores de la democracia estadounidense no existían los partidos políticos. Si acaso, había dos sensibilidades: una, a favor de la Constitución y de la existencia de un fuerte gobierno central (llamado “federal”); la otra, celosa de ceder el poder autónomo de los estados y contraria a cambiar la subordinación de las antiguas colonias a Londres por una postración de nuevo cuño. Los primeros se llamaron Federalistas y los segundos, Antifederalistas. De todas maneras, tanto unos como otros coincidían en la conveniencia de que Washington fuera elegido presidente. El propio Washington no se decantó por ninguna de las dos corrientes. Al menos, en público. En privado y con su actividad política estuvo muy cerca del Federalismo, pero eso no se podía intuir en 1788 todavía.
El Congreso de la Confederación, que había ejercido el gobierno efectivo desde 1781, se reunió por última vez el 21 de octubre de 1788, así que llegaba la hora de votar. La Constitución había establecido una democracia indirecta por la que los ciudadanos elegían a unos representantes de cada estado que, a su vez, serían quienes debían elegir al presidente y al vicepresidente del país (ver glosario: Colegio Electoral). De alguna manera se pretendía tutelar así posibles veleidades en el voto del pueblo, y eso que el número de ciudadanos con derecho a sufragio era muy reducido (377.431 inscritos en una población de casi cuatro millones según el censo de 1790). También, de paso, este sistema resultaba (y lo sería aún más en el futuro) una herramienta útil para otorgar o restar poder a determinados estados.
Cada uno de los 69 miembros del Colegio Electoral disponía de dos votos, ambos de igual valor, ya que los redactores de la Constitución no habían caído en la cuenta de la necesidad de separar la elección de la presidencia y la vicepresidencia. En aquel rudo sistema inicial, el ganador sería presidente y el segundo, vicepresidente; así de simple... y problemático, como veremos en elecciones posteriores.
El 4 de febrero de 1789, todos los electores concedieron uno de sus votos a George Washington, que por tanto acumuló 69. El resto los repartieron entre diferentes políticos prominentes, pero solo un representante del Federalismo, John Adams, sumó una cifra respetable. Con 34 votos, amasó los suficientes para ser elegido vicepresidente.
Según la Constitución, el mandato presidencial quedó fijado en cuatro años a partir del 4 de marzo de 1789. Aún así, debido a la lentitud de los transportes de la época, no fue hasta el 21 de abril cuando John Adams juró su cargo y George Washington solo pudo ser investido el 30 de ese mes en Nueva York, poniendo fin a un ínterin sin gobierno real que se había extendido a lo largo de los seis meses anteriores.
Sea como fuere, con retraso y casi a tientas, aquel joven país dio un paso fundamental entre 1788 y 1789. Para empezar, estableció una tradición que se ha repetido hasta en 57 ocasiones más desde entonces, con una regularidad asombrosa. Pero lo más importante es que consiguió hacer efectivo el traspaso del poder ejecutivo de las manos de una cofradía de delegados de las viejas colonias a las de un presidente consensuado, legitimado por las urnas y erigido en representante único y unívoco de aquella unión de estados que, quizá entonces, dio el paso decisivo para tomar una senda común.
La lupa: Washington, un “héroe” con pasado
George Washington fue investido presidente de los Estados Unidos a sus 57 años y tras descollar en la dirección del Ejército Continental revolucionario. Sin embargo, décadas antes había sido protagonista de una acción bélica que bien pudo haber acabado con su anhelada carrera militar. Además, se trata de un asunto polémico, que los historiadores apologistas del personaje se han empeñado en justificar durante centurias, tanto como otros en poner en cuestión.
Para entender el suceso es preciso remontarse al año 1750. Británicos, franceses y españoles estaban asentados entonces en Norteámerica, junto a los indios nativos desde luego. Los dos últimos parecían estar en retroceso y apenas contaban en el tablero, mientras los dos primeros solo habían comenzado su expansión. El choque entre ellos era inevitable.
A lo largo de un siglo se sucedieron guerras a pequeña escala entre británicos y franceses. Nada decisivo. Así, a mediados del siglo XVIII ambos se preparaban sin disimulo para el próximo choque. La preocupación principal pasaba por tomar posiciones y, a ser posible, cerrar las vías de expansión del rival.
Entre ambos se extendía una tierra ocupada por indios. Es decir, bajo el punto de vista imperialista de la época, tierra para reclamar. Se llamaba al lugar, una franja agreste y boscosa al sur de los Grandes Lagos, Territorio de Ohio.
La colonia francesa -llamada Nueva Francia y situada en el este del actual Canadá- tomó la delantera. Su entendimiento con los indios, además, era mejor que el de los británicos y gozaba de un conocimiento mucho más preciso de la zona.
La colonia británica de Virginia, una de las más pobladas y que no tenía un límite definido en su frontera oeste, ambicionaba el Territorio de Ohio. Su gobernador decidió enviar hombres al lugar para invitar a los franceses a marcharse. Y el elegido para liderar aquella expedición fue George Washington, por entonces un joven de solo 21 años sin experiencia militar, pero con ambición de hacer carrera en la universidad de las armas.
La misión de Washington fue un absoluto fracaso. Después un penoso viaje a través de las "soledades del interior" (terrenos boscosos y semivírgenes que hoy harían las delicias de los turistas de montaña, pero que en la época se consideraban casi inhabitables), alcanzó un fuerte francés. Era diciembre ya y sus hombres estaban hambrientos y ateridos. Los franceses se apiadaron de ellos y les acogieron. Incluso hicieron acuse de recibo del mensaje del gobernador de Virginia, que les conminaba a irse de allí, si bien no pensaban tomarlo en serio.
El regreso de Washington a Virginia no fue brillante. Sin embargo, la experiencia adquirida a lo largo de la travesía le sirvió para recibir un nuevo encargo: establecer un fuerte en pleno Territorio de Ohio. El propio Washington había echado el ojo a un lugar propicio, en la confluencia de los ríos Allegheny y Monongahela, justo donde hoy se levanta la ciudad de Pittsburgh. Al mando de más un centenar de hombres, partió hacía allí, pero al llegar se encontró con que les franceses se le habían adelantado y habían fundado en el lugar Fort Duquesne.
Según el historiador Fred Anderson (Crucible of War: The Seven Years' War and the Fate of Empire in British North America), Washington interpretó que dentro de las órdenes recibidas se sobreentendía que estaba legitimado a realizar alguna acción expeditiva para lograr su propósito de establecer un fuerte, así que decidió atacar a los franceses. Antes tuvo la prudencia de establecer una base en las cercanías, llamada Fort Necessity, y desde allí envió emisarios para reunir británicos e indios de la zona interesados en participar en el ataque.
Finalmente, el 28 de mayo de 1754, Washington y cerca de 400 hombres, guiados por Tanacharison -un indio renegado al que todos conocían como Medio Rey-, avanzaron hacia Fort Duquesne. Pronto se toparon con un destacamento francés formado por unos 30 hombres. De hecho, se trataba de una delegación diplomática bajo el mando del señor de Jumonville que viajaba completamente desprevenida: en ningún caso podía esperarse un ataque, ya que Francia e Inglaterra no estaban en guerra.
Washington temió que los soldados franceses descubran a sus tropas y den la voz de alarma, así que optó por tenderles una emboscada. Tras cercarles con sigilo, dio la orden de ataque. Una decena de franceses murieron en la primera andanada y el resto, 21, se rindieron. Sin embargo, Medio Rey atacó de improviso al señor de Jumonville, que yacía herido, y le partió el cráneo con su hacha de guerra. Aquel acto supuso además un acicate para el resto de indios, que mataron a su vez a todos los prisioneros franceses.
Con el control sobre los indios perdido, Washington decide huir y refugiarse en Fort Necessity. Los franceses, cuando se enteran de lo sucedido, salen en su busca y asedian el lugar. Washington se rinde tres días después. Los franceses dejan que tanto él como sus hombres regresen a Virginia, pero no sin que antes firme un documento admitiendo ser el responsable de la muerte del señor de Jumonville. Washington firmó y aquel documento sirvió de "casus belli" para el inicio de una nueva guerra entre Francia e Inglaterra en Norteamérica, la última y más importante de las guerras franco-indias.
PARA CONOCER MÁS SOBRE LA GUERRA FRANCO-INDIA Y SU INFLUENCIA EN LA REBELIÓN DE LAS COLONIAS AMERICANAS, ESCUCHA EL SIGUIENTE PODCAST

La Guerra Franco-India y su influencia en la rebelión de las colonias americanas

Glosario:
"COLEGIO ELECTORAL": La democracia en Estados Unidos se basa en un principio de elección indirecta. Así, el Colegio Electoral es el nombre bajo el que se agrupan los electores cuyos votos determinan la designación tanto del presidente como del vicepresidente. En este sistema peculiar, los ciudadanos votan a los miembros del Colegio Electoral y luego son estos los que tienen teórica libertad para elegir al candidato que prefieran. Sin embargo, en la práctica se establece el compromiso de que cada uno de ellos vote a un candidato ya anunciado previamente.
El número de miembros del Colegio Electoral varía según los estados: todos tienen un mínimo de dos (igual cantidad que senadores) y tantos como representantes posean en el Congreso.
Desde la aprobación de la XII Enmienda en 1804, cada elector tiene derecho a un voto para presidente y otro voto para vicepresidente. Para resultar elegido, los candidatos deben alcanzar la mayoría de votos electorales.
- Lista de votos electorales por estado en 1788:
Virginia 12
Pennsylvania 10
Massachusetts 10
Nueva York 8
Maryland 8
Carolina del Norte 7
Carolina del Sur 7
Connecticut 7
Georgia 5
New Hampshire 5
Nueva Jersey 5
Delaware 3
Rhode Island 3
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