120 aniversario
Cuatro décadas de redacción
Durante bastantes años fuimos tan pocos y tanta la exigencia y el compromiso informativo, que casi todos hacíamos de todo

- Inés Artajo Ayesa
En el verano de 1979 estrené título universitario, la primera nómina en el periódico y el libro de familia. Triplete temprano cuando se tienen 22 años. Hay personas que suelen llegar excesivamente pronto a todo. En mi caso, para lo bueno y para lo malo. La niñez me cosió a la piel una orfandad que todavía me persigue en sueños y vigilia y que derivó en miedo y curiosidad infinita por saber qué iba a pasar al minuto y al día siguiente -mi particular control de posibles daños-. También en un hipertrofiado y patológico sentido de la responsabilidad que me ató a la rebeldía, al inconformismo y al perfeccionismo. Huellas que he conjugado en presente continuo en vida y profesión.
Confieso que admiro y envidio a quienes han tenido vocación definida. No es mi caso. Mis amigos saben que mi curiosidad se dispara ante la última técnica médica tanto como con las bambalinas de una crónica periodística. Tampoco sabría vislumbrar, a estas alturas, cuántos de los periodistas que me agarraron de la mano al principio, o me ayudaron tanto después, la llevaban nacida o la han adquirido. Y es que creo que si sumas esfuerzo, dedicación y tenacidad a alguna de tus habilidades, cualquier profesión puede ejercerse con dignidad y, a ratos, hasta con excelencia. Por eso, no utilizaría la moviola para variar mi elección profesional. Ni siquiera cuando recuerdo los peores ratos de mi vida. Que también fueron en el Diario, quizás porque las cosas pasan donde tú pasas cuatro décadas de una vida.
Llegué a Diario de Navarra cuando pisaban una masculinizada redacción de Cordovilla 11 periodistas, un documentalista, un auxiliar y una secretaria. Tan pocos que puedo citar a todos en unas líneas. Estaba el jefe Uranga, los jefes Julio Martínez Torres y José Miguel Iriberri y, luego, Fernando Pérez Ollo, Jesús Martínez Torres, Javier Rozas, Gabriel Imbuluzqueta, Jesús Riaño, los nocturnos Jesús Beruete, Javier Testaut y Mario Echeverría, junto a Ángel Zoco, Ignacio Aldave y Patro Otazu. Por edad, experiencia y conocimiento, los veía mayores y sabios. Tecleaban sin parar en las Olivetti cuando yo tiraba folios para mejorar las entradillas o me empapaba de los nombres de los alcaldes y de los pueblos que, de norte a sur y de este a oeste, recorríamos a diario por toda la Navarra que no fuera la Ribera o Tierra Estella, que eran dominios de Jesús G. Pina y Carlos Erce. De los 16 que suman estos nombres, ocho han fallecido.
Durante bastantes años fuimos tan pocos, y tanta la exigencia y el compromiso informativo, que casi todos hacíamos de todo. Jornadas interminables en las calles y en la Redacción, con rotativa que cerraba más allá de las 2 de la madrugada sin alterarse ni en sábados ni en domingos ni en fiestas de guardar. Tiempos en que se transitaba solo con dos periódicos (antes, El Pensamiento y después Navarra Hoy convertido luego en Diario de Noticias), pocas emisoras radiofónicas y escasa oferta televisiva. Después llegaron más y más redactores. Y se incorporaron mujeres. Crecieron los corresponsales en los pueblos, los críticos en cada disciplina artística y los cronistas en la sección deportiva.
Decía Octavio Paz que el periodista vive el instante, entre un pasado que se disipa y un futuro que se insinúa. Poco de insinuación tuvo el futuro a finales del XX. Entró en tromba. La informática desterró a las máquinas de escribir. Los teléfonos móviles nos acercaron a las personas y, al instante, a las noticias. Y nació y creció y arrolló el gigante internet que nos enlazó las 24 horas del día con el lector en ordenadores, móviles y tablets. Google jubiló nuestras Espasas y Larousses. El tsunami de la vida.
Con palabras y noticias, con apuestas editoriales, la Redacción del Diario ha afianzado pilares de historia. Ha empujado y sostenido la Navarra de la Constitución y del Amejoramiento. La de las autovías que unieron comunidades. La de los embalses y Canal para el agua que da vida. La de pactos educativos que mejoran el acceso al saber y la de las universidades que atraen y afianzan talento. La Navarra de más hospitales y mayor equilibrio social o la nueva geografía humana de una Pamplona en expansión. Esa misma Redacción, en cada uno de sus periodistas -fuera el director o el más joven de los redactores- ha sufrido las embestidas de los asesinos de ETA y sus adláteres que segaban vidas, dejaban orfandad y repartían dolor y pobreza. También en nuestra casa, con metralla en el cuerpo de Uranga y bombas en el edificio.
Y por esos periódicos de 64, 72, 80, 88, 96, y hasta 122 páginas algunos domingos, escribimos noticias tan demoledoras como la corrupción de políticos socialistas. O la creación, auge y desaparición de partido, desde la UCD al CDN. Abrimos portadas con Gobiernos de Navarra dinamitados por cuentas en Suiza y con gabinetes fracasados por ambiciones personales. Noticias extrañas, como la cohabitación de dos Papas y de dos reyes. Indignantes, como los dos golpes de Estado, separados por el tiempo y las armas, uno un 23-F y el otro un 1 de octubre catalán. Primeras espantosas con los atentados del 11-S en Nueva York, el 11 M en Atocha o el agosto de 2018 de calor y sangre en Las Ramblas. Noticias tan cuestionadas como la desaparición de la Caja de Ahorros. Páginas con los gloriosos ascensos de Osasuna y tan lloradas como la agonía de Ochoa de Olza en el Annapurna, cuando nos sentimos tan profundamente humanos los navarros de cualquier condición. Y la que parecía no llegar nunca, el fin de la cruel, despiadada y despreciable ETA, que arrancó más de 800 vidas y nos privó de tantas horas de libertad. Todo lo que pasó nos pilló a los periodistas en Cordovilla. Y, si estábamos fuera, regresamos para escribirlo. El papel las fijó en la historia.
En una Redacción se viven incluso días tranquilos y parcos si Arga, Cidacos o Aragón siguen sus cauces sin avenidas y no hay incendios de verano que obligan a desalojar pueblos enteros. Hay incluso Sanfermines festivos y tranquilos si ningún toro afila asta en cualquier mozo entre Santo Domingo y la Plaza de Toros. Pero hay días atronadores, vertiginosos, y hasta inaguantables, en los que hasta los nervios más templados ambicionan un trankimazin.
Los han padecido y trabajado los redactores que siguen en Cordovilla. Jornadas en las que demostraron que el ímpetu de los acontecimientos no doblegan el ánimo de un periodista tenaz y comprometido. Valgan dos ejemplos, que tampoco ellos habrán olvidado. El de aquel 14 de julio de 2001 en que, con los miuras ya en los corrales y el periódico enfilado, la muerte inutilizaba las páginas festivas: ETA dejaba tendido en Leitza el cadáver del concejal Múgica, los terroristas asesinaban al ertzaina Uribe (casado con una navarra) y, en la atardecida, un Miura diseccionaba el cuello de Padilla. Todo en menos de 10 horas. Cuatro periódicos diferentes antes de entrar en la rotativa. Y los mismos periodistas.
O aquel 20 de agosto de 2008 cuando dejó la vida en el accidente aéreo de Barajas el dirigente agrario Pérez de Obanos, junto a otras 153 personas. Perfilada la tarde, moría la concejala pamplonesa Tere Moreno en accidente de tráfico. La noche sumaba dos muertos más: una mujer atragantada en el Casco Viejo y un hombre en las astas de una vaquilla en Lerín. Cuatro portadas diferentes y no había plegado el día. Un periódico que nace en blanco por la mañana y que cambia y suma páginas nuevas cada hora.
Decía Italo Calvino que toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible. En 2020, la historia se llamó coronavirus. Para asegurar la salida el periódico, solo media docena de redactores permanecimos en Cordovilla. El resto de periodistas habilitaron sus casas. Desde las calles solitarias, desde los hospitales, desde cualquier lugar en que hubiera una actividad esencial, se acercaron a los lectores. Con todos los datos. Con todas las historias de una pandemia que vació de actividad la vida y la plagó de miedo e incertidumbre. Con vértigo, mucho más trabajo y, paradójicamente, con nóminas recortadas, la Redacción demostró, un día y otro día, su habilidad para el cambio, esa inteligencia que ya es costumbre en este oficio. La que permitió informar, explicar, anticipar, proponer, contextualizar, criticar, y hasta entretener incluso con secciones que nacieron en áreas cerradas por coronavirus, como el ocio, la cultura y el deporte.
Ocurre igual ahora porque, en el buen periodismo, pocas cosas cambian. Aprendimos por el camino que este oficio, que se ejerce a tarea, sin reloj, debe intentar respetar horarios. Y que, a cinco jornadas de trabajo, deben seguirle dos días de descanso, aunque el calendario no distinga domingos ni fiestas de guardar. Y pusimos empeño y ejercicio riguroso para que, sin restar un ápice la libertad de información, se huyera de daños gratuitos en el derecho a la intimidad.
El Diario ha estrenado hace poco nuevo diseño. Y hasta una nueva rotativa, el mejor símbolo de que los accionistas-editores mantienen su vocación de enlace y de futuro con la sociedad navarra. Las páginas de estos días estremecen con el terremoto en la frontera turca y siria. Con el año de hielo y bombas en Ucrania. Llevan portadas de esperanza de trabajo en Volkswagen y sus proveedores. De huelgas sanitarias, de las cuitas de peligrosas alianzas políticas en el Palacio de Navarra y de escarceos ante las urnas que vienen en mayo. Mañana y pasado y el año que viene, las noticias serán otras. La realidad dará giros inesperados, pero, con la marca y los principios que enseñaron Uranga, Julio, Iriberri y ahora Riezu, ahí estarán los periodistas del Diario para ayudar a comprender el mundo. Para explicar qué y por qué está pasando y para describir su impacto sobre los navarros. Siempre con un periodismo sólido, profundo, contrastado. Con una voz para contar lo propio, lo cercano y las señas de identidad de esta comunidad.
El director, mi amigo, me ha pedido una mirada de cuatro décadas de los 120 años que cumple el periódico. Puedo recordar noticias, historias pequeñas y de gran alcance que han ido trenzando el día a día. Y, en casi medio siglo, a miles de personas. Poderosas, conocidas y anónimas. Con sus virtudes y debilidades humanas. Pero, si tengo que dirigir miradas, me centro en dos. En el Consejo, que me confió la responsabilidad y me dio libertad para hacer un periódico independiente durante casi 16 años, y, sobre todo, en mi gente. La que compartí con Uranga hasta 1990 y con Julio hasta finales de 2005. Y, después, hasta 2021, con la que fue mi Redacción. La que me acompañó en tiempos tranquilos o revueltos. Sumó sus fuerzas para aguantar presiones. Me ayudó a poner muros para que en el periódico no entraran más intereses que los de los lectores y hasta comprendió mis ratos de exigencia inquieta. En las mejores fechas, casi un centenar de mentes tenaces, esforzadas y brillantes. Las que han nutrido páginas que conforman periódicos con ambición informativa. Con rigor, crédito y veracidad. Atados a la cercanía, el conocimiento y la precisión. Al criterio, al compromiso y claridad. Y siempre, en ese pacto con el lector, a la coherencia, dignidad e independencia.
Los que hemos sido redactores muchos años, sabemos que un periódico y un director no son nada sin sus periodistas. Sus nombres ya no caben en dos líneas, pero no me olvido de ninguno. Ha sido un honor.
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