"La tolerancia y la coexistencia sólo serán posibles si respetamos los lugares santos de todos", afirma el israelí Gershon Baskin, director del Centro Israel/Palestina para la Investigación e Información
En una ciudad donde los muertos a veces tienen más peso que los vivos y cada vestigio despierta sensibilidades religiosas se construye un Museo de la Tolerancia sobre uno de los cementerios musulmanes más antiguos de Jerusalén. El proyecto, de 250 millones de dólares y financiado por el Centro caza-nazis Simon Wiesenthal, con sede en Los Ángeles, provoca encendidas reacciones de familias palestinas locales, organizaciones islámicas y judías que cuestionan la conveniencia de establecer el museo sobre parte del camposanto que alberga tumbas de más de ocho siglos.
"La tolerancia y la coexistencia sólo serán posibles si respetamos los lugares santos de todos", afirma el israelí Gershon Baskin, director del Centro Israel/Palestina para la Investigación e Información, organización que se ha erigido en punta de lanza de la campaña para impedir la construcción del museo.
Desde que comenzaron las excavaciones en la zona se han encontrado 250 esqueletos, explica Baskin, quien documenta con fotos las obras realizadas hasta la fecha y advierte de que el museo "puede convertirse en un asunto de proporciones globales".
El edificio, proyectado por el arquitecto Frank Gehry, padre del museo Guggenheim de Bilbao, pretende emular al del Wiesenthal en Los Ángeles, donde se enseña tolerancia y respeto muto y que ha sido visitado por más de cuatro millones de personas.
Ubicado en el histórico recinto de Mamilla, uno de los primeros barrios extramuros de Jerusalén, el cementerio islámico estuvo perfectamente delimitado hasta el siglo pasado, según se aprecia en mapas de distintas épocas.
Pero en los años 60 Israel comienza a "aproximarse" al cementerio y es en 1976 cuando se divide en tres parcelas y se construye un aparcamiento en el mismo espacio donde hoy se excava, según un escrito del arqueólogo Yehoshua Ben-Arieh, ex rector de la Universidad Hebrea de Jerusalén y contrario a la obra.
El hecho de que durante décadas el aparcamiento no despertara oposición y que los huesos de mayor antigüedad se hayan encontrado en el doce por ciento del perímetro donde se construirá han sido empleados por los abogados del museo, que también recibirá el nombre de "Centro para la Dignidad Humana", para rebatir las críticas.
Tras dos años y medio de litigio judicial, el Supremo israelí desestimó hace unos meses las demandas interpuestas por los grupos contrarios a su construcción y dio luz verde al proyecto.
En su dictamen se limitó a señalar cuestiones técnicas, como que se enterrasen los restos encontrados en otro lugar, o se erigiera una barrera que separe los cimientos del edificio de las tumbas.
Pero para los detractores el asunto va más allá de una cuestión meramente formal y apuntan que ni el Centro Wiesenthal ni la corte tuvieron en cuenta las implicaciones y sensibilidades morales que despierta el asunto.
"Se trata de un lugar sagrado, no menos santo que la mezquita de Al Aksa", apunta Saif Durgham, abogado árabe-israelí que luchó infructuosamente ante el Supremo en representación de la organización Al Aksa y las familias palestinas afectadas.
Einat Horowitz, directora del departamento legal del Centro de Acción Religiosa en Israel -brazo político-jurídico del Movimiento Reformista Judío-, subraya que las obras se llevan a cabo con escrupuloso sigilo: "Nadie en Jerusalén se percató de este proyecto hasta que se conoció la polémica".
Y se queja de que, por el contrario, planes para construir sobre tumbas judías causan enorme revuelo, litigios que son tratados por los tribunales de forma completamente distinta.
"El museo no es un proyecto nacional, sino de una organización privada que no representa a todos los judíos, ni al Estado de Israel ni a los residentes de Jerusalén", se lamenta la abogada.
El rabino Marvin Hier, director del Wiesenthal, afirma en su página web "estar profundamente comprometido con hacer todo lo posible para respetar el pasado sagrado de Jerusalén, pero al mismo tiempo, permitir que tenga un futuro".
Pese a la polémica, sigue adelante la construcción del museo, que aspira a predicar la tolerancia sobre una base inestable de resquemor y recelo, en una región donde escasea precisamente el respeto al diferente.
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