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TEATRO | LA TORTUGA DE DARWIN

Evolucionando a través de Machi

Actualizada Lunes, 26 de mayo de 2008 - 04:00 h.
  • PEDRO IZURA

L A tortuga de Darwin es probablemente el espectáculo más esperado en esta edición del festival Otras miradas, otras escenasorganizado por el teatro Gayarre. No solo nos visita uno de los mejores dramaturgos contemporáneos, sino que viene acompañado por uno de los directores de más prestigio del panorama actual. Como guinda de este pastel, la actriz Carmen Machi como protagonista del montaje. Pero esta tarta necesitaba también algo de líquido para digerirla.

Todos los ingredientes son los correctos pero la digestión resulta algo pesada. Parece que no se ha calculado con exactitud la cantidad necesaria de cada elemento. En pastelería es fundamental.

La propuesta inicial del texto es sobresaliente. Ha fallecido en un zoológico de Australia Harriet, una tortuga con más de ciento setenta y cinco años. Puede tratarse de una de las tortugas estudiadas por Darwin en las Galápagos. Pero en este caso el viaje del Beagle no nos acerca una de las teorías esenciales del pensamiento moderno, sino un recorrido más o menos cercano por la historia desde 1835. Un historia contada por Harriet a un supuesto historiador de prestigio. Como pago, volver a las Galápagos. De todos es conocida la teoría de la supervivencia del fuerte frente al débil y que las especies se van adaptándose al medio, para preservar la especie y así evolucionan. El uso de la personalización es una licencia tan digna como cualquier otro recurso literario. Pero lo que podría ser una bonita metáfora se convierte en una sinécdoque, y una sola parte representa un todo. Ese todo es Carmen Machi.

La actriz no sólo se encarga de ir acallando poco a poco las voces de quien acudió al teatro para ver a Aida, sino que ella sola da sentido a un texto demasiado narrativo. La concepción de la obra parece más adecuada para un monólogo. Los personajes que acompañan a Harriet apenas están dotados de contenido. Un profesor de historia y un médico intentan, difícilmente, dar réplicas de nivel suficiente a un quelonio. Parece recurrente, pero es real que la historia del hombre es la historia de sus guerras y a través de ellas intenta poner el autor algo de sí mismo en este libreto. El agnosticismo y la necesidad de dar al ser humano la enésima oportunidad de revertirse y tener algo más de humano y un poco menos de ser.

La escenografía ambienta una estancia que podrá ser un invernadero con muchas plantas. No cumple con las necesidades de las diferentes escenas, no es un estudio, ni una oficina, ni una sala de estar, ni apenas nada que ayude al actor a sentirse en alguna parte, en todo caso a la tortuga por lo de las plantitas. Rompen el espacio en el proscenio para cambiar radicalmente de situación y de estancia y no lo consiguen. Tampoco la iluminación ayuda demasiado.

Respecto a la interpretación solo vimos una, valiente y generosa, derrochando talento. Hace falta mucha capacidad para sobreponerse a tantas adversidades juntas. La elección de los compañeros de reparto no ha sido en este caso acertada y en concreto, en el caso de Vicente Díez, es un autentico suplicio ver cómo pierde la batalla de la vocalización. De todas formas merece la pena ver este espectáculo solamente por la lección magistral de una actriz con mayúsculas. Verle trabajar hace pensar que en el futuro el ser humano no tendrá una cabeza terrible sino que probablemente tenga concha, ojalá.


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