H emos iniciado el ritmo de los domingos llamados en la liturgia "tiempo ordinario". Lo interrumpimos para dar lugar a la Cuaresma y a todo el período en torno a la Pascua. La larga serie de semanas -casi 6 meses- nos llevarán hasta un nuevo ciclo en el Adviento. Tiempo para un seguimiento no temático sino continuo del Evangelio; un ir escuchando cómo Jesús se nos acerca, nos dice su Palabra, nos sale al encuentro con el mismo tono cotidiano que tiene nuestra vida.
Nos irán hablando los acontecimientos que se suceden y entrecruzan con velocidad de vértigo. Son una fuerte llamada a la conciencia para los que saben leer los signos de los tiempos. Llamada a veces dramática: el ciclón devastador en Birmania, el terremoto en China, las calles de ciudades en tantos lugares manchadas con sangre inocente... "Me siento consternado, sin saber a dónde dirigir la mirada", escribe el periodista contando los acontecimientos dolorosos de estos días.
Los cristianos sabemos bien a dónde dirigir la mirada. El día del "Corpus Christi", día de la Caridad, nos orienta claramente: "En esto conocerán... en que os tenéis amor". Un amor que sobrepasa las fronteras, las religiones, las políticas, las banderías y las razas. Una actitud de servicio permanente. Servir, ayudar, acompañar, hacer el bien a los demás: "Únete a la Gente con Corazón; solo nos falta el tuyo", así clama la Campaña de Cáritas Diocesana.
La Eucaristía protege al mundo y lo ilumina; en ella encuentra el hombre su filiación perdida, y toma su vida en la vida de Cristo, el amigo secreto con quien comparte el pan necesario y el vino de la fiesta. Y el pan es su Cuerpo, y el vino es su Sangre y, en esta unidad, nada ni nadie puede separarnos" (Patriarca Atenágoras).
Salimos a las calles, a las plazas y a los campos invitando a todas las criaturas a alabar y bendecir a Dios. Parodiando al poverello de Asís, nos brota del corazón un cántico nuevo: ¡Bendito sea el Señor mi Dios!; por nuestro hermano el sol y la casta luna; por las tímidas estrellas, nuestras hermanas, que alumbran la noche; por las mañanas frescas y los días cálidos; por el sosegado rebaño, al atardecer, en el valle; por mezclar mi voz con el canto de los pájaros, de los árboles y del río en la nogalera de Burlada; Bendito seas, sobre todo, en Jesús nuestro Maestro.
En la solemnidad del Corpus Christi nos preguntamos: nuestra hambre de Eucaristía, ¿no queda siempre demasiado corta? Si estamos habituados a esta maravilla, ¿no vemos cómo la rutina se introduce en nuestras comuniones repetidas? Y para aquellos que no conocen o no han captado su verdadero sentido y fuerza transformadora, esta "abstinencia", ¿no produce una anemia crónica en su vida de fe? Moisés habló así al pueblo: "No olvides a tu Dios que en el desierto te alimentó con el maná". Y nosotros, cristianos de hoy, no olvidemos que Cristo nos ha dado el Pan de su Cuerpo y de su Sangre.
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