"La gente, si aún no ha pedido nada, se va de la terraza cuando empiezan a tocar", dice un camarero
Aalgunos se les paga por buenos, y a otros, por malos. Es la conclusión a la que ha llegado Luis Clemente, de 36 años.
En más de una ocasión, cuando empieza su turno a la una del mediodía, este camarero, que trabaja en el bar El Kiosko desde hace dos años, ha ofrecido dinero a algunos acordeonistas que suelen rondar la Plaza del Castillo, en la capital navarra.
"Si veo que alguno va a dar el recital, le digo que si no toca aquí al menos mientras dure mi jornada, le doy 5 euros a las siete, cuando termine de trabajar en el bar", explica.
Esta "compra del silencio" se ha producido últimamente también en otros establecimientos de la céntrica plaza. Así lo reconocen camareros del Iruña, Txoko y Sevilla.
"Toma dos euros y te vas, que estamos muy tranquilos", decía Ivo André Luis Guedes el miércoles a uno de los acordeonistas. Este camarero portugués de 21 años asegura que "el problema es que desafinan mucho y tocan siempre la misma canción".
"Lo sentimos más que nada por los clientes, que se les nota que están agobiados", apunta su compañero Luis Clemente. "Hay gente en la terraza que hasta se queda extrañada de que le pasen el platillo", dice. "Hay alguno que, además de tocar, canta, y es peor todavía. Entiendo que se ganen la vida, pero que intenten mejorar un poquito la calidad".
Los clientes se levantan
"Lo que sucede es que tocan muy mal, y al final, molesta", abunda Álex Remírez, titular del bar Sevilla. "Si estás trabajando aquí todo el día, te puedes acabar acostumbrando. Pero los clientes que todavía no han pedido nada, si ven que empieza a tocar alguno de estos acordeonistas, se van de la terraza. Es que, el ruido que hacen no dejan ni hablar con el de al lado", abunda.
Por su parte, Vasile Gitó, de 44 años, uno de los acordeonistas, explicó que la melodía que toca siempre es el Vals de la Barca. "Es una canción tradicional rumana, y la toco porque me gusta mucho", señaló.
"Yo creo que tocan mal adrede, para llamar más la atención", disiente por su parte, José Ramón Irisarri López, propietario de el bar Txoko y El Kiosko, refiriéndose a los cuatro acordeonistas de origen rumano que se van turnando a lo largo de cada jornada en la Plaza.
"Se puede tocar mal, pero tan mal... y más después de dos años en que ves a los mismos y siempre interpretando la misma canción desde las 11 de la mañana hasta las 8 de la tarde", señala Irisarri, quien pone por delante que "al menos esta gente se intenta ganar la vida".
Coincide que, como los caracoles, los acordeonistas callejeros surgen cuando sale el sol, y este es el momento de más clientela de las terrazas.
"Se van turnando, y pasa uno cada cinco minutos, con lo que se nota en el público, que va a menos cuando aparecen", expone Irisarri, de 40 años.
Fuera de jurisdicción
Generalmente, los camareros piden a los músicos que toquen fuera del recinto ocupado por sillas y mesas. Pero más allá no tienen jurisdicción. "En principio, no se les puede decir nada, a no ser que estén dentro del perímetro de la terraza", explican algunos empleados del Iruña.
Pero el ruido no respeta ese límite y llega a todos los clientes. "Hay algunos músicos que son agradables, y se les escucha a gusto. Pero estos del acordeón son unos cansos, y no podemos hacer nada". Sólo pagar 3 o 5 euros, algo que reconocen en el Iruña que han hecho al menos en media docena de ocasiones.
Jesús María Garzaron, de 66 años, 54 como hostelero, y copropietario del bar Windsor, coincide en la crítica musical expuesta por sus compañeros. Pero él no es partidario de abonar ninguna cantidad: "Si le das un euro a uno para que no toque, al día siguiente tienes aquí a tres o cuatro, y ya te están pidiendo 8 euros".
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