Educar entre dos | Los derechos del adolescente

En uno de los capítulos de su libro El deber moral de ser inteligente, el filósofo navarro Gregorio Luri propone una breve declaración de “Los derechos del adolescente” que nos sirva a los adultos para no abandonar a los adolescentes a su suerte, como, por desgracia, parece que es lo que hacemos. “Los adultos estamos para dar la tabarra –afirma–, es decir, para marcar los límites de lo sensato”. Y se compadece de los jóvenes que no tienen nada contra lo que protestar, contra lo que luchar, contra lo que oponerse para crecer y salir adelante. Estos derechos son seis: Primero: “Todo adolescente tiene derecho a postergar la gratificación”. Flaco favor le hacemos al niño si no le permitimos en absoluto que se frustre, si no dejamos que sus deseos queden alguna vez insatisfechos o si nunca le aplazamos la recompensa, pues, de esa manera, no le estamos ayudando a crecer. (El experimento realizado en los años 1960 por Walter Mischel demostró que los jóvenes que de niños habían sido capaces de aguantar sin comerse el caramelo que se les ofrecía mostraban una mayor madurez, eran más emprendedores y afrontaban con mayor serenidad las frustraciones de la vida). Del mismo modo, el adolescente tiene derecho a renunciar a cosas pequeñas para alcanzar cosas grandes, a saber calibrar la relación entre medios y fines. Segundo: “Todo adolescente tiene derecho a diferenciar entre el ‘yo quiero’ y el ‘yo debo’”. Los adolescentes utilizan como sinónimos las dos expresiones, es decir, que lo que quieren se convierte eo ipso en un derecho, en algo que, por consecuencia, pueden reclamar como propio. Esa dictadura del querer les impide salir de sí mismos y pueden acabar siendo esclavos de sus propios caprichos. A ese derecho le corresponde el deber de proponerles una ética, única instancia que permite a las personas tomar distancia entre el querer y el deber. Tercero: “Todo adolescente tiene derecho a apreciar su coraje”. Gregorio Luri advierte que el coraje no está de moda y que el concepto resulta incluso políticamente incorrecto por cuanto suena a valor masculino, a meritocracia, virtud, competencia. No obstante, el coraje nos hace “concentrar las energías disponibles en la realización de un proyecto”, es energía para llevar a cabo lo que vale la pena. No en vano los antiguos decían aquello de Audaces Fortuna iuvat, que la Fortuna ayuda a los audaces. Pero los adolescentes no necesitan de la Fortuna caprichosa, sino de nosotros, los adultos, para que les ayudemos a ser intrépidos. Cuarto: “Todo adolescente tiene derecho a disfrutar del silencio y de la serenidad”. Algo que no les permitimos si les llenamos de pantallas y auriculares. Así como el niño tiene miedo a la oscuridad, hemos conseguido que el adolescente tema al silencio. Están tan inmersos en otras cosas con tanto ruido alrededor que no pueden oírse a sí mismos, que no disponen de ese silencio necesario para que emerja esa intimidad que están descubriendo. Somos los adultos lo que debemos ofrecerles esos espacios de silencio y serenidad que por ellos mismos no son capaces de conseguir. Así como poco a poco los padres van haciendo que el niño se vaya acostumbrando a la oscuridad, debemos también ir acostumbrando a los adolescentes al silencio. Quinto: “Todo adolescente tiene derecho a educar su atención”. Uno de los grandes problemas que existen actualmente en la educación es la falta de atención en todas sus formas. No se puede aprender si no se atiende, porque el aprendizaje se parece más a una lectura reposada y atenta que a un descenso por una pista de esquí. Conoce mejor la montaña quien camina por sus senderos que quien la baja esquiando a toda velocidad. Quizá si nosotros estamos más atentos a las necesidades (no a los caprichos) de los adolescentes, podemos educar su atención. Sexto: “Todo adolescente tiene derecho a adquirir el hábito del ejercicio sostenido”. Un adolescente nos decía: “Me han dicho que puedo aspirar a todo, pero no me han dicho que tenía que trabajar para lograrlo”. El ejercicio sostenido, el trabajo duro, por qué no decirlo, es necesario para conseguir cualquier meta. El talento no surge de la nada, sino, como dice Luri, de la práctica intensiva, deliberada y prolongada. Parece que nadie reivindica estos derechos. Quizá lo están haciendo los adolescentes a su manera y somos nosotros, los adultos, los que miramos para otro lado. Sin embargo, es a nosotros a quien corresponde el deber recíproco de salvaguardarlos.

Educar entre dos | Los derechos del adolescente

Gregorio Luri propone una breve declaración de 'Los derechos del adolescente' que nos sirva a los adultos para no abandonar a los adolescentes a su suerte

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