"¿Por qué debemos implicarnos en la educación digital de nuestros hijos? Porque no hay otra opción. No hay un Plan B"
Hoy, 17 de mayo, se celebra el Día Mundial de Internet. Esta efeméride, que este año cumple su mayoría de edad, entre otras cosas pretende concienciar a la población sobre el uso adecuado de Internet. Yo no llevo tanto tiempo trabajando con familias y alumnado sobre cómo adquirir hábitos digitales saludables, pero en los más de 3 años haciéndolo, he podido comprobar que son muy pocos los padres y madres (siempre más madres) implicados en la educación digital que sus hijos necesitan; y esta necesidad cada vez es más patente.
La semana pasada hablaba con alumnado de 3º de ESO sobre por qué hacen un mal uso de aparatos y las consecuencias que está teniendo en cada vez más y más población joven. A su edad, con 14 o 15 años, ya no suelen tener normas o límites de uso, eso si en algún momento se los han establecido en sus casas. Que entiendan los porqués del mal uso es fundamental para que puedan establecer estrategias para autorregularse. Mi objetivo es que, conociendo los motivos, reflexionen sobre el uso que hacen y cómo les hace sentir, para que motu proprio puedan mejorar sus hábitos. Considero que sólo partiendo de su propio convencimiento se puede lograr un cambio en su comportamiento.
Sin embargo, es bastante habitual que se hagan acusaciones sobre nuestros adolescentes que poco construyen en pro del cambio. Titulares en medios, madres y padres, especialistas de todo tipo… los etiquetan: “Están enganchados”. Pero, ¿acaso es culpa suya que usen mal la tecnología? Yo creo que no. No es culpa suya por tres razones:
La primera es porque no saben. Y no saben porque nadie les ha enseñado. A muchas familias este tema les ha superado y han confiado en que, como a sus hijos les llamaban “nativos digitales”, el conocimiento y las habilidades para usar los aparatos de forma adecuada les llegara por ciencia infusa. Hace años tal vez esto se podía justificar porque nosotros tampoco sabíamos. No sabíamos de riesgos y de consecuencias de un mal uso. Tampoco de la necesidad de incorporar lo digital al resto de su educación. Ahora la inacción de padres y madres no se sostiene.
Una segunda razón por la que los y las adolescentes hacen un mal uso, es por el bombardeo constante que reciben. ¿Sabes cuánto dinero mueven las redes sociales? Y, ¿los videojuegos, las plataformas de streaming, la pornografía…? Se trata de industrias que generan muchos miles de millones de euros y los más jóvenes son un público muy goloso al que todas quieren.
La tercera razón es fisiológica. Su cerebro no está lo suficientemente desarrollado (su corteza prefrontal no lo estará hasta mucho más adelante) y no son capaces de controlar sus impulsos. Además, la liberación de dopamina en el cerebro al recibir recompensas (por ej. un “like”, un comentario, un nuevo seguidor… en redes sociales, o un nivel superado u otros logros al jugar a videojuegos), les proporciona una sensación de placer que refuerza su deseo de seguir usando los dispositivos para obtener así más “chutes” de dopamina, es decir, más placer. Esta es la base de cualquier dependencia.
Si sumamos esto a las prácticas, en muchos casos éticamente cuestionables, para atraer y retener a niños y adolescentes en Internet, creo que esperar que nuestros menores luchen de forma natural y sin ayuda contra algoritmos, escaparates de vidas ideales, fakenews y tantas otras cosas, es, en mi opinión, muy ingenuo.
Y esperar que esa ayuda llegue de fuera de la familia también. Hace unas semanas asistí a una presentación donde se solicitaba alumnado voluntario para participar en el proyecto nacional SESSAMO. Se trata del primer estudio de investigación longitudinal en el que se recogerá información sobre el uso que hacen de los dispositivos. El seguimiento de los participantes se realizará desde que tienen 14 años hasta que lleguen a la adultez (25 años), y de los datos extraídos se podrá valorar el impacto que los diferentes estilos de vida tienen a largo plazo sobre su salud física y mental. El objetivo de este estudio pionero y tan necesario, y en el que en Navarra además del Departamento de Salud y de Educación participan la UPNA y la CUN, es poder diseñar acciones preventivas para cambiar dichos hábitos y mejorar su salud tanto física como mental. Puede que, como yo en ese momento, te estés preguntando: y mientras se obtienen y se tratan todos estos datos de aquí a diez años, ¿qué pasa con todos los menores que han activado la alarma y cuya situación actual preocupa no solo a sanitarios sino a la sociedad en general? Se lo pregunté a la persona del Servicio Navarro de Salud que presentaba el proyecto: “Si la situación es tan preocupante, ¿hay algún plan de prevención previsto desde el ámbito educativo o sanitario?”
¿Te imaginas la respuesta verdad? Sólo tienes que volver al título de este artículo. ¿Por qué debemos implicarnos en la educación digital de nuestros hijos? Porque no hay otra opción. No hay un PLAN B.
Sonia Ledesma. Especialista en Educación Digital
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